Un año más llega el 8 de marzo, un día de reivindicación más que de celebración. En cientos de países, miles de mujeres y aliados se movilizan para recordar que la igualdad de mujeres y hombres no es un logro definitivo, sino una tarea urgente. Se hace evidente que las causas son profundas e incluso invisibles.
Hoy observo con preocupación el resurgir de corrientes reaccionarias que pretenden frenar los avances en igualdad y ponen en duda derechos que dábamos por consolidados. Como advirtió Simone de Beauvoir: “Nunca olvidéis que basta una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres sean cuestionados. Estos derechos nunca están garantizados. Debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.
Este retroceso amenaza las conquistas feministas y, por tanto, debilita la salud democrática de nuestra sociedad. Por eso, este 8M nos recuerda que no debemos confiarnos: no es momento de permanecer al margen, sino de involucrarnos más que nunca.
"No es momento de permanecer al margen, sino de involucrarnos más que nunca"
Y es que los discursos ultraconservadores se nutren de difundir el miedo, conscientes de que la incertidumbre y el desasosiego funcionan como poderosas herramientas de dominación. Al presentar como amenaza las reivindicaciones de las mujeres y de colectivos vulnerables, consiguen desviar la atención de los problemas estructurales y culpar a quienes padecen mayores desigualdades de la supuesta “inestabilidad” social. Así se justifican medidas que, en circunstancias normales, serían rechazadas por su contenido claramente represivo. Además, esta narrativa demonizadora refuerza privilegios preexistentes y desvía el foco del verdadero origen de la desigualdad. De este modo, el miedo deja de ser una emoción individual y se convierte en un mecanismo colectivo de control, que debilita la crítica, la solidaridad y la organización social.
Nos encontramos, por tanto, ante un momento de verdad, en el que resulta imprescindible posicionarse sin ambigüedades. La defensa de derechos no puede quedar sujeta a discursos que, bajo la apariencia de orden y estabilidad, cercenan libertades, ahogan el pensamiento crítico y fomentan la división social.
Así que son tiempos de resistir, pero resistir no consiste solo en aguantar: significa transformar. Un ejercicio de conciencia crítica y creación de nuevas realidades, en lo colectivo y en lo cotidiano, donde cada vínculo y cada gesto de cuidado se convierten en subversión.
"Son tiempos de resistir, pero resistir no consiste solo en aguantar: significa transformar"
Y aunque nos sobran los motivos, no podemos permitirnos caer en la ira, la tristeza o el pesimismo, emociones que nos agotan y nos debilitan. Pero, como nos recuerda Sara Berbel, la transformación necesita de la fuerza de las pasiones. En su imprescindible Obecedario patriarcal, nos ofrece un aprendizaje clave: la confianza, la amistad, la emulación y la alegría son motores más poderosos que la rabia o el miedo. No se trata de ignorar la indignación ante las injusticias, sino de canalizarla en una energía constructiva y sostenible. Como señala la autora: “la socialización de la impotencia, que el patriarcado induce en las mujeres, es un obstáculo ético generador de tristeza. De ahí que el feminismo deba buscar la alegría a través de la acción, que despliega las potencias, y luchar contra la tristeza”.
Al contrario de la furia o el desaliento, la alegría genera vínculos, activa la creatividad colectiva y fomenta la solidaridad.
Así que no vamos a permitir que la frustración nos paralice o que la ira nos agote. Seguiremos reivindicando con compromiso y esperanza compartida, y seguiremos construyendo la sociedad más justa que anhelamos. Porque la alegría, lejos de ser ingenua, es una estrategia de resistencia. Frente a quienes quieren arrebatarnos lo conseguido, nuestra mejor respuesta es la fuerza colectiva, la determinación y la certeza de que seguimos avanzando.
Porque el feminismo resiste, transforma, construye y celebra, y su fuerza beneficia al conjunto de la sociedad.