En catalán tenemos una expresión "ser una persona de palabra" que se aplica para ilustrar la confianza que nos inspira un ciudadano. Todavía hoy, al palco de cereales de Barcelona todos los tratos y contrataciones se hacen "de palabra"... pero es una isla en medio de un océano. Tanto a la esfera política –especialmente– pero también al empresarial estamos tips de palabras dadas que quedan en un nada. Pero no sólo la palabra dada es un valor que cotiza a la baja, sino también la palabra emitida está en un estado de desintegración.
Desde denominar "democrática" a la extinta RDA o "señores de la guerra" a quienes no son más que pandillas de asesinos, con lo cual la palabra prostituye unas execrables realidades. O utilizar frívolamente las palabras en entornos complejos, como los famosos "hilillos de plastilina" para hablar de la principal catástrofe ambiental que ha sufrido España en las últimas décadas. Ahora que se habla de recuperar viejos valores, quiero reivindicar el valor de la palabra, entente como compromiso adquirido; pero también la palabra emitida, empleada con rigor y justesa. Es decir, no sólo se tiene que ser una "persona de palabra", sino que hace falta que esta diga "al pan... pan, y al vino... vino". Bastante a los eufemismos.