Desde ahorasentiremos a hablar, del ergodicitat. Este término matemático define la capacidad de un sistema para devolver a un estado parecido al inicial después de un intervalo de tiempo largo. No tardarán mucho los economistas, los políticos y los periodistas a hacer usurpación, por mucho que haga enfadar al gremio de los pitagóricos.
Hace unos días asistí a una discusión entre un ecologista y un tecnólogo. El primero le reprochaba al segundo el uso desacertado de la palabra "ecosistema" para referirse al marco de relaciones en que interactúan diferentes agentes sociales y económicos. En el diccionario naturalista el ecosistema tiene connotaciones dissemblants; se define como un sistema de organización de los organismos de varias especies que interaccionan en el seno de un espacio definido.
He aquí que el ecologista no aceptaba el símil de ninguna forma y aireaba su disgusto, mientras el grupo de circumstants no acertábamos a entender el alcance de la refunfuñada. El tecnólogo, que pocos momentos antes había conseguido la admiración del auditorio por la exhibición de un simulacro de mapa mental, en que supuestamente se reflejaba un ecosistema que pretextava una iniciativa que nada tenía que ver con ninguno de los reinos de la natura, se mostraba displicent y poco dispuesto a aceptar el reproche semántico.
Cuántas veces el adulterio de la palabra deslumbra el significado de las cosas. Este mismo derrumbe económico que nos ha tocado vivir en este último lustro nos ha hecho masticar chicles con gusto de subprimes y nos hemos tenido que tragar unas cuántas primas de riesgo como quienes se harta de buñuelos de Cuaresma. Y así tenemos el estómago.
Unos y otros hemos aprendido que en economía las palabras no quieren decir aquello para el qué están concebidas sino aquello para el qué están cotizadas; a veces, a la alza, como la edulcorando sinergia (demasiado a menudo con la sílaba tónica cambiada); a veces, a la baja, como la prostituida emprendeduría. Hay todo un léxico de palabras promiscuas que consiguen maquillar la realidad , por mucho que la realidad noentiende de estéticas impostadas.
El vocabulario notiene ninguna culpa, de los usos alocados. Quizás es que pensamos más bien poco y hablamos demasiado. Quizás es que, tanto de hablar, perdemos el leer y, para leer poco y mal, no nosrecordamos de escribir bien. Y así no hay manera de entendernos.
Por eso necesitamos el ergodicitat, porque casi todo recupere las maneras de antes, tal como éramos, ingenuos.