El pasado lunes
La Vanguardia publicó
un artículo mío que había escrito a raíz del accidente que tuvo el coche del Presidente de la Generalitat
(aquí en abierto a mi Medium). El artículo exploraba el dilema de la vagoneta aplicado a la
decisión que tendría que tomar un coche sin conductor en caso de accidente inevitable con víctimas. Me basé en
Moral Machine, una plataforma interactiva del MIT para recoger la perspectiva humana en decisiones morales hechos por vehículos sin conductor.
El presidente leyó el artículo y lo recomendó a Twitter
. Además de la inyección de ego que supone que el presidente te lea y tehaga un tuit —le vuelvo el interesante y el inquietante—, le querría agradecer también
el debate posterior que el artículo generó a Twitter del cual sepueden aprender muchas cosas.
La primera es que los catalanes, además de traer adentro un filólogo, un meteorólogo y un entrenador del Barça,
tambiéntraemos un experto en robótica e inteligencia artificial. Y no lo digo en broma. Los usuarios de Twitter que participaron de manera espontánea en el debate hicieron aportaciones muy interesantes que me gustaría compartir. En líneas generales los argumentos que salieron se pueden clasificar en tres categorías: los referentes a las tres leyes de la robótica de Asimov, los referentes a la internet de las cosas y los argumentos tecnòfobs o luditas.
Las tres leyes de la robóticaEn un cuento escrito en 1942 Isaac Asimov exploraba
la relación que tendríamos los humanos con los robots en el siglo XXI.enunciaba las tres leyes siguientes:
- Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano tome mal.
- Un robot tiene que obedecer las órdenes de los seres humanos, siempre que no entren en conflicto con la primera ley.
- Un robot tiene que proteger su propia existencia siempre que esto no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.
No pocos lectores me hicieron notar que el coche del presidente no podía hacer daño a nadie dado que violaría la primera ley. Pero en la situación que planteaba al artículo la premisa era que
los sistemas de seguridad del coche no podían evitar un accidente con víctimas. No se trataba pues de una acción deliberada de un robot —del coche sin conductor— sino de una situación forzada con resultado fatal inevitable, y es aquí donde surge el dilema.
Alan Winfield ha hecho una simulación donde un robot tiene que salvar dos humanos que van hacia un precipicio. El hecho de respetar la primera ley lo trae en algunos casos al bloqueo con
el resultado de la muerte de los dos humanos.
La internet de las cosasOtro argumento recurrente fue el de la
inteligencia de las cosas. El 2026, año donde se situaba la acción,
los vehículos tendrán conciencia y sabrán en todo momento el estado de sus componentes. Una rueda nunca se podrá desprender de un camión atendido que mucho antes quehaya un riesgo bastante alto el camión sedaría cuenta y ya no saldría del garaje.
Compro el argumento y lo levanto al hecho que cualquier vehículo que circule en una red de transporte inteligente tendrá las condiciones mínimas de seguridad y fiabilidad, y sólo saldrá a la carretera si es consciente que puede garantizar que respetará las tres leyes de Asimov.
Esto sería así si
el cambio del parque de vehículos con conducción humana a vehículos sin conductor fuera de un día por el otro, pero me temo que esto no pasará y durante mucho tiempo convivirán los dos modelos. Por otro lado, bono y estante en un escenario 100% inteligente e hiperconnectat, el factor aleatorio siempre existirá, y esto sin tener en cuenta posibles acciones de hackers
sobre redes de transporte y vehículos.
Los argumentos tecnòfobsLa otra gran línea argumental —el artículotraía— era la de los
lectores reticentes al cambio, en un falso debate persona-máquina. "No quiero dejar mi vida en manso de las máquinas", decía una lectora. Demasiado tarde. El momento en que las máquinas empezaron a controlar nuestras vidas ya hace tiempos que ha pasado: detrás la música que escuchamos, las películas que vemos y las paradas que hacemos a los semáforos de la calle Aragón hay complejos algoritmos de inteligencia artificial que condicionan nuestro comportamiento.
Uber está dando servicio de transporte con vehículos sin conductor a Pittsburghy el ayuntamiento de Helsinki ya ha puesto en funcionamiento minibusos eléctricos autónomos. Parecería que las máquinas están más muy preparadas que nosotros por el cambio y que la presión la tenemos ahora los humanos para resolver todos los problemas éticos y legales que sederivan. A mí de momento, más que las máquinas, todavía
me preocupan más los conductores que van por el carril del medio de la autopista; estos seguro que no cumplen la primera ley de la robótica de Asimov.