Frustraciones, promesas y falsas esperanzas

12 de Febrero de 2024
Ariadna Romans

Mi generación no tiene frustraciones porque siempre ha vivido frustrada. Parece una superficialidad, pero son dos enfoques completamente distintos frente a la vida.

Los de la generación anterior tienen frustraciones porque se les prometió un futuro que nunca llegó. En el esplendor de principios del siglo XXI, a mi generación previa se les prometieron que sería fácil superar el nivel de vida de sus padres, y mientras crecieron vivieron un esplendor que, si bien falso, les dió la sensación de que, si trabajaban un poco, podían conseguir todo lo que se propusieran en la vida. Después, de repente, todo hizo pum, y se quedaron con los sueños prometidos en las manos y con un mercado que no contrataba ni ofrecía, unas deudas enormes en el ámbito familiar y una situación desesperante que, en el mejor de los casos, les llevaría a tener un nivel de vida similar al de sus padres.

Nosotros, por otra parte, los nacidos y crecidos durante la crisis económica, crecimos durante un momento en que todo iba mal, donde ya se nos repitió desde pequeños que la vida era dura y que debíamos apretarnos el cinturón, que las cosas estaban jodidas y que más valía buscar un buen trabajo y conformarse porque no estábamos para hacer animaladas. Ahora que ya hemos crecido un poco y las cosas van mejor, seguimos teniendo esta mentalidad derrotista aunque ya no estemos tan mal como durante la crisis.

Las mentalidades de crecimiento se conforman deprisa, y es complicado soltarlas cuando se giran las tornas. Aunque ahora tengamos sueldos decentes, vivamos en el extranjero y vemos oportunidades laborales a menudo en LinkedIn, seguimos pensando que hay que ahorrar porque nunca se sabe y todavía tenemos ese temor de pensar que la economía puede caer en cualquier momento y que mejor estar preparado.

Pero si algo nos une a la generación de las frustraciones y la generación de la frustración resignada es que ambas nos hemos resignado a la presión del trabajo ya pensar que, si trabajamos mucho, podíamos salir de la espiral del temor y de las incertidumbres. Que si trabajamos más para conseguir esta seguridad de la que todo el mundo dice que debemos tener, pero que no sabes muy bien de dónde mana, estaríamos seguros y podríamos salir, aunque fuera sólo de manera individual. Esto nos ha llevado a ritmos de trabajo completamente desorbitados ya unas presiones hacia nosotros mismos que muchos intelectuales ya han descrito como "autoexplotación”, una de las fases más avanzadas de la mentalidad capitalista. Así, a pesar de saber que acabaremos estallando, continuamos trabajando hasta altas horas de la noche y paliando con antiansiolíticos todo lo que nos angustia o no nos deja dormir por las noches.

"Por muy bien que nos puedan ir las cosas, nunca serán tan buenas ni tan abundantes como lo fue a una generación que se le prometió y se le dio todo aquello que quiso"

La juventud de hoy, por mucho que siempre se nos critique por nuestra falta de compromiso y seriedad, trabaja el doble que la generación de sus padres para conseguir la mitad. Por muy bien que nos puedan ir las cosas, nunca serán tan buenas ni tan abundantes como lo fue a una generación que se le prometió y se le dio todo lo que quiso con el único requisito de hacer todo lo que tocaba, pero encima viviremos angustiados y estresados por presiones tan convencionales como si estamos haciendo cosas suficientes o si estamos trabajando lo suficiente para merecer lo que tenemos. Por eso, más que frustraciones, promesas y falsas esperanzas, lo que debemos empezar a entender es que no hay ninguna promesa en ningún sitio ni en ningún lugar especial donde llegar o donde nos estén esperando.