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La guerra de las vacaciones

14 de Abril de 2025
Gina Tost | VIA Empresa

Excel es un programa terrible, pero si es para gestionar vacaciones de un equipo, aún más. Justo cuando los niños empiezan a hacer monas con pollitos y plumas con motivo de la Semana Santa, en las oficinas catalanas estalla una guerra más tensa que la crisis de los chips de Taiwán: la negociación de las vacaciones con los compañeros y compañeras. Y no es sólo una cuestión de logística; es una partida de Risk en la que algunos avanzan con la carta "tengo hijos" como un permiso diplomático universal, mientras los otros buscan otras estrategias para conseguir las fechas que quieren.

 

Pero quizás el problema no es quién tiene más o menos derecho a unos días de vacaciones, quizás es que tenemos una sociedad tan mal montada que pedir turno para descansar se ha convertido en un "sálvese quien pueda". Y es que el conflicto latente entre quien tiene criaturas y quien no durante el turno de pedir vacaciones no es fruto del egoísmo individual, sino de un sistema laboral que nunca se ha planteado ser amable con nosotros, los humanos que trabajamos.

La conciliación se ha convertido en una palabra tan vacía como "innovación", "big data" o "inteligencia artificial".

 

España, según Eurostat, es uno de los países europeos donde más horas se trabaja: 1.658 horas anuales de media en 2023, bastante por encima de las 1.556 de la zona euro. Y no, esto no se traduce en una mejor productividad, que fue un 13,8% inferior a la media europea el mismo año. Trabajamos más y rendimos menos. Nos lo tenemos que hacer mirar, pero este es otro tema para otro día.

Mientras tanto, las políticas públicas intentan poner parches, como el permiso de paternidad equiparado al de maternidad de 16 semanas, pero totalmente insuficiente (también, un tema para otro día). Se ha probado de empezar el curso antes, de empezarlo después, de gestionar los festivos de libre elección, y de dejar que el mercado se controle solo. No tiene fácil solución.

"Se ha probado de empezar el curso antes, de empezarlo después, de gestionar los festivos de libre elección y de dejar que el mercado se controle solo. No tiene fácil solución"

Todo ello me parece un problema de gente demasiado adulta, y contrasta con lo que exigen las generaciones más jóvenes. Un estudio reciente de Pluxee revelaba que el 98% de la Generación Z y el 93% de los millennials en España estarían dispuestos a dejar su trabajo si no pueden equilibrar vida personal y laboral. Traducido: no quieren vivir para trabajar, ni morir para justificar una hoja de horas. Y tienen toda la razón. La conciliación no es sólo para quien tiene que llevar criaturas al pediatra, sino para quien tiene una vida más allá del trabajo. Punto. Tanto si esta vida incluye pañales y babas, como si incluye clubes de lectura, surf, restaurantes, viajes, o un padre con Alzheimer.

El error que cometemos, y aquí es donde el tema de las vacaciones estalla como una "mascletá", es convertir la conciliación en una competición entre los de abajo. Como si fuera un privilegio a ganar, y no un derecho colectivo. Quien tiene hijos lucha por sobrevivir. Quien no tiene, lucha para no quedarse siempre el último en escoger días libres. Y lo más grave es que este conflicto no es solo injusto, sino estéril. Nos peleamos entre nosotros mientras el sistema nos mira en silencio.

Quizás lo que habría que hacer no es decidir quién tiene prioridad en un calendario de vacaciones, sino entender por qué narices aún estamos jugando a esto como si fuera un Tetris. Si la conciliación solo existe cuando la escuela cierra, algo no cuadra. Si la solución a la carga mental es que otro compañero renuncie a ver a sus padres para que tú puedas ver a tus hijos, quizás no estamos gestionando un calendario: estamos manteniendo un sistema disfuncional a base de culpas cruzadas y silencio institucional.

"Si la conciliación sólo existe cuando la escuela cierra, algo no cuadra"

El día que dejemos de ver las vacaciones como un campo de batalla y las entendamos como un derecho universal, quizás podremos empezar a hablar de conciliación real. Y si no, siempre nos quedará la fantasía colectiva de un sistema que funciona, donde la conciliación no es una guerra civil encubierta. Pero ya sabes cómo va esto: primero agotamos la harina, después los chips, después las vacaciones, y finalmente… la paciencia.