Ya hace unos cuántos años que Zygmunt Baumann nos abrió los ojos: vivimos tiempos líquidos. Y no hace tanto que las empresas hemos constatado que nuestra actividad se mueve en medio de cambios acelerados. La prensa pasa del papel a la pantalla, recibimos información instantánea, el qué haga alguien a la otra punta del mundo puede afectar directamente nuestro negocio, la creatividad y la innovación crecen geométricamente. Y esto nos obliga a una tarea fatigosa pero ineludible: repensar continuamente nuestro negocio, nuestro cliente, la percepción y la reputación que proyectamos.
En ningún momento histórico hemos experimentado la efervescencia actual. Y muchos de nuestros empresarios nadan en la inquietud del futuro. Aceptarlo así es el primer paso. El segundo es la persistencia : si no sabemos convertir la desazón en la captura de la oportunidad, estaremos condenados a desaparecer. Y el tercero es la resiliencia : el fracaso como revulsivo. Repensar no es una palabra de moda, sino una obligación empresarial. Repensar es una invitación a la acción.