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La IA en la guerra y la pornografía

26 de Mayo de 2025
Gina Tost | VIA Empresa

La innovación no siempre nace en Silicon Valley. A menudo surge entre las sábanas de un servicio por webcam o los socavones de una trinchera. Y esto debería hacernos pensar.

 

Históricamente, si quieres saber hacia dónde va la innovación, no mires Silicon Valley: Mira un conflicto bélico o el sector de la pornografía.

Empecemos con la pornografía: la videollamada no la inventó Skype ni triunfó para pedir a la gente que apague el micro en las reuniones corporativas, sino porque permitía ofrecer servicios adultos en vivo. Los pagos seguros por internet, las plataformas de transmisión en directo o las galerías multimedia interactivas también dieron los primeros pasos en este sector antes de exportarse al comercio electrónico convencional. Y no quiero dejar de hablar de los deepfakes, donde las primeras pruebas no fueron con personajes políticos, sino agresiones hacia personajes del mundo del cine y la música, despertando los deseos de aquellos con las mentes más retorcidas. Y todo sin permiso.

 

"La videollamada no la inventó Skype ni triunfó para pedir a la gente que apague el micro en las reuniones corporativas, sino porque permitía ofrecer servicios adultos en vivo"

La guerra tampoco se queda atrás. El Bluetooth o el GPS que utilizas para llegar a casa eran, originalmente, herramientas militares. La misma Roomba que te limpia la pelusa del suelo fue desarrollada con el mismo algoritmo para detectar y desactivar minas antipersona. La aviación comercial, los primeros ordenadores personales, los nanosatélites, la ciberseguridad, y ahora la inteligencia artificial: son tecnologías que a menudo tienen su primer uso no en el progreso civil, sino en la estrategia militar. Y el objetivo no es mejorar vidas, sino ganar batallas.

Palmer Luckey, el joven que revolucionó la realidad virtual con las gafas Oculus Rift en un garaje de casa de sus padres, ya hace muchos años que vendió la empresa a Meta. Ahora ha dejado atrás los experimentos con cables y chips para fundar Anduril Industries, una empresa que vende sistemas de armamento autónomo a gobiernos como el de Estados Unidos.

Los drones de Anduril, como los Altius-600M, ya se han desplegado en conflictos activos y tienen capacidad de navegación, identificación de objetivos y ataque semiautónomo. En palabras sencillas: pueden decidir a quién disparar, con supervisión humana… por ahora. Pero lo que se pretende es que no la haya, y que puedan tomar decisiones de acuerdo con un algoritmo muy bien entrenado.

Al lado de Palmer Luckey está Peter Thiel, el hombre que cofundó PayPal y que incorporó a Elon Musk. Peter es un conocido inversor que ha financiado proyectos como Facebook, OpenAI o Palantir, donde la IA se utiliza para analizar inteligencia militar, identificar enemigos y recomendar acciones tácticas en tiempo real. En el fondo, es el mismo tipo de algoritmo que te dice qué vídeo mirar después en TikTok… pero con consecuencias mortales para alguna gente.

La gran pregunta es: ¿quién regula todo esto? Las Naciones Unidas intentan establecer normas, pero las potencias militares prefieren la libertad, ya que dicen que la regulación frena la innovación. Os suena, ¿verdad? Es como poner a volar aviones sin protocolos internacionales de seguridad aérea.

"Las Naciones Unidas intentan establecer normas, pero las potencias militares prefieren la libertad, ya que dicen que la regulación frena la innovación. Os suena, ¿verdad?"

Por eso es importante que, a pesar del avance de la inteligencia artificial, la última milla de todos los sistemas donde se implemente sea humana, especialmente en aquellos que afectan al presente y al futuro de las personas. Sean vulnerables o no.

El miedo no es solo a las máquinas que deciden matar, sino al precedente. Si la guerra puede ser automatizada, barata y eficiente, ¿estamos encaminándonos hacia un mundo donde iniciar un conflicto será tan fácil como pulsar un botón? Y aún más inquietante: si esta tecnología funciona a golpe de talonario, ¿quién la tendrá en sus manos? ¿Y quién quedará fuera?

Hemos dejado que el sexo y la guerra lideren la innovación porque son sectores donde la urgencia, la pasión, la financiación o el miedo justifican cualquier experimento. Y ya lo hemos visto con las redes sociales, que cuando no se ponen límites, los límites los ponen los que no buscan las mejores intenciones de aquellos a quienes impactan.

"Si la guerra puede ser automatizada, barata y eficiente, ¿estamos encaminándonos hacia un mundo donde iniciar un conflicto será tan fácil como pulsar un botón?"

Pero quizá ha llegado la hora de que otros sectores, como la educación, la salud o la sostenibilidad, tomen el relevo como motores tecnológicos. El mundo saldría ganando. Qué idílico, ¿verdad? Si no lo hacemos, seguiremos viendo cómo las herramientas que deberían mejorar vidas se transforman en armas de miseria.

La pregunta final es esta: si la Roomba limpia tu casa mientras trabajas, y el dron de guerra hace limpieza en una zona de conflicto mientras tomas el café… ¿Estamos construyendo un futuro más seguro y eficiente o simplemente estamos obviando el debate ético más importante de nuestro tiempo, cediendo al algoritmo decisiones que deberíamos seguir asumiendo nosotros, como sociedad, con conciencia, responsabilidad y voluntad de reflexión colectiva?