Ahora hace cincuenta años, el 1964, la Editorial Lumen publicó un escandaloso libro de Camilo
José Cela con fotografías de Joan
Colom, que traía el nombre de "Izas,
rabizas y colipoterras", varios sinónimos para definir meuca, al siglo XVI. Según el premio Nobel, era un
"drama cono acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón".
Describía, con abundante apoyo fotográfico, la vida al conocido como barrio chino de Barcelona
, con su pobreza, prostitutas, pijas, macarrones, pedigüeños, bares, casas de sombreros y carencia de expectativas económicas y sociales de sus habitantes, supervivientes del día a día.
La descripción del que, medio siglo después, es este país, tiene muchos puntos de similitud. Se han perdido los
valores, incrementado la pobreza, las desigualdades sueño más patentes,
los ricos acontecen mucho más ricos, y, además, parece que tienen bula para hacer el que quieran, sin ninguna consecuencia. Ha desaparecido la capacidad de autocrítica sobre la ética y la honestidad. Las más espectaculares entuertos, desde el en torno a la más alta magistratura del Estado, a varios gobernantes autonómicos, los partidos políticos,
sindicados,
patronales,instituciones financieras, etc., forman los titulares negativos que diariamente nos brindan los medios, los últimos años. Los ciudadanos han perdido cualquier respeto, aprecio, confianza o comprensión verso la política, los políticos o cualquier persona o tema relacionados con estos.
La puesta en marcha de la regeneración democrática que exigen los ciudadanos tiene una urgencia perentoria. Las depredadoras élites extractivas o, dicho en castizo, "la casta", que explota desaforadament,
gratia te amore, los recursos del país, requiere una respuesta rotunda, rápida, legal y democrática.
Es, cuando menos, sorprendiendo, para no decir otra cosa, que los primeros ciudadanos sobre los cuales ha caído el supuesto peso de la ley, hayan sido dos jueces que se atrevieron a enfrentarse a esta lacra, intentando desentrañar dos de los casos más penetrantes de corrupción politicoeconòmica, los cuales han sido apartados, fulminantemente, de la administración de la justicia.
Para salirnos de esta madriguera profunda hace falta la buena
gestión de los políticos honestos (la mayoría), la transparencia informativa de los medios de comunicación no dependientes de la
financiación desde el poder, y la actuación diligente, independiente y eficaz de la justicia, libre de las presiones de los partidos. Gestionar, informar y juzgar los corruptos.
Es la esperanza de los ciudadanos. Quizás la última.