Más bosque no es siempre la mejor opción

Era el 10 de junio de 1967. Desde casa se veía la humareda de un incendio forestal incipiente. El padre, atendiendo una costumbre solidaria ancestral nos dijo: "Tenemos que ir a apagar fuego". Yo tenía 14 años, mi hermano, 14. Pero aquel golpe, a pesar de los bomberos y los voluntarios, el fuego no se apagaba. Por la noche el alcalde de Súria se dirigió al baile de Fiesta Mayor, clausuró la fiesta y pidió que se fuera a luchar contra el incendio. El día siguiente se convocaron dos o tres "quintas" de jóvenes para hacer frente al incendio. Al final tuvo que intervenir el ejército. Este se ha considerado el primero gran incendio de Cataluña. Los incendios forestales –habituales a la Mediterránea- pasaron a ser cada vez más frecuentes y más difíciles de apagar. Para muchos de nosotros cada incendio nos arrancaba vida, color, ilusión y autoestima.

El 1986 se quemó Montserrat. Recuerdo como uno de los héroes anónimos que año tras año luchaba contra los incendios, entre rabia y dolor, dijo: "Por fin se ha quemado Montserrat, ahora nos harán caso". Y así fue. Se impulsó la iniciativa "Fuego Verde" y se crearon las Asociaciones de Defensa Forestal (ADF), con una participación abierta pero con un rol decisivo de los labradores. En verano todos los agricultores estaban atentos con un walkie talkie a la espera de un aviso que los indicara donde había el nuevo incendio, con objeto de dirigirse con una cuba llena de agua. Alguna vez habrá que hacer un homenaje al campesinado por habernos defendido los bosques y el paisaje. Pero no hubo basta. El 1994 fue el año más dramático donde se quemaron 46.000 ha en un suelo incendio en el Bages y Bergadà, el 1998 tocó en el Solsonès (27.000 ha), el 2012 en la Alt Empordà (13.000 ha). Por el camino han mejorado mucho los recursos y las técnicas de extinción, donde los bomberos hacen una tarea meritoria y a menudo heroica. Pero volverán años de sequía extrema, que combinadas con determinadas condiciones meteorológicas, producirán nuevos grandes incendios y más víctimas personales.

La razón por la cual ha aumentado la problemática de los incendios forestales en los últimos 50 años es diversa. Hay cambios en el clima que lo han favorecido. Pero las principales causas raen en los cambios en la gestión y el aprovechamiento de los bosques, en el acceso lúdico masivo a las áreas forestales y en un fenómeno poco tenido en cuenta y capital: antes había muchos menos bosques. Eran bosques plenamente explotados, menos densos, al si de una superficie compartida con la agricultura de montaña y los pastos. Todas las montañas de Cataluña hoy son llenas de feixes o bancales abandonados que certifican este hecho. La mecanización y la globalización convirtió en inviables muchas explotaciones de montaña y dificultó severamente la actividad forestal. Así los cultivos y pastos abandonados se fueron convirtiendo en bosque, que es la vegetación climàcica predominante de Cataluña.

"Hoy hay muchos más bosques. La mecanización y la globalización convirtió en inviables muchas explotaciones de montaña"

Como resultado se ha ganado bosque. Hoy el 64% de la superficie de Cataluña es área forestal. Es, aun así, en buena parte, un bosque extraordinariamente denso, fruto del abandono y de los incendios forestales, con densidades impenetrables de hasta 50.000 árboles/ha. Los incendios de pino blanco (la especie más extensa y más castigada por el fuego) provocan seguidamente el nacimiento simultáneo de muchísimas entonces, creando bosques uniformes y muy densos. Desde una mirada alejada, podrían parecer un campo de trigo. En resumen, dos tercios del territorio catalán es bosque, poco o mal gestionado, poco productivo y desaprovechado. Es decir, tenemos una inmensa teia preparada por el próximo incendio, el cual tendrá unos costes económicos y personales elevados. A la vez, nuestros bosques son un gran consumidor (evaporador) de agua. Se considera que el crecimiento de los bosques ha sido determinando en la significativa reducción de los caudales de los ríos, no explicable por una reducción equivalente de pluviometría.

Junto a esta realidad y como reacción frente a las tensiones medioambientales del siglo XXI ha emergido una cultura que idealiza el bosque en términos absolutos como paradigma de salud del entorno natural y herramienta en la lucha contra el cambio climático. Desde esta concepción simplista se defiende el bosque como intocable. Más bosque es siempre la mejor opción. Hasta el punto que cualquier cultivo abandonado -reconvertido de forma natural en bosque- deja de tener el camino de regreso a tierra cultivada.

Esta no es la mejor estrategia. No tiene sentido tener dos tercios del territorio sin prácticamente ningún provecho productivo. A la vez, las ventajas medioambientales son, cuando menos, discutibles. La densidad recomendada gira, al si de un intervalo relativamente amplio, en torno a 2.000 árboles/ha. Unos bosques menos densos y segmentados por cultivos y pastos favorecen la biodiversidad, puesto que esta se expresa con más intensidad en los espacios abiertos. De hecho, también, un bosque compartido con agricultura y ganadería ofrece un paisaje más rico y diverso. Al mismo tiempo se reduce radicalmente el riesgo de incendios y, en cualquier caso, facilita su control, evitando costes y daños. Un bosque menos denso es más resilient frente a sequías prolongadas, más probables por razón del cambio climático. Así mismo, desde el IRTA, el equipo de en Robert Savé ha demostrado que, por ejemplo, una viña u olivo pueden realizar la misma o mejor función de alcantarilla de CO₂ que un bosque mediterráneo de pino blanco. Con un bosque menos denso y más compartido con agricultura y ganadería extensiva nuestros ríos recuperarían agua que necesitan y necesitamos. Todo ello en un momento en que para afrontar la gran transición energética y mitigar el cambio climático hay que impulsar la bioeconomia, es decir: la producción que parte de la agricultura y los bosques. Finalmente, hay que tener en cuenta que las nuevas tecnologías, más versátiles, pueden reducir el gap competitivo actual del sector agro-forestal catalán.

"Esta no es la mejor estrategia. No tiene sentido tener dos tercios del territorio sin prácticamente ningún provecho productivo"

En cualquier caso, la realidad nos informa que se han abandonado los cultivos y pastos de montaña y se ha abandonado la actividad productiva de los bosques por carencia de rentabilidad en un entorno global. Esto ha sido así en no considerar los costes de la no actuación (incendios, agua, etc.) ni los bienes públicos que proporciona una opción equilibrada en relación al área agro-forestal. Hay que revertir este enfoque a través de la remuneración de los muy públicos que un bosque muy gestionado ofrece. En este sentido, recientemente, en Gabriel Borràs, como experto en cambio climático, sugería una tasa en la tarifa del agua destinada a esta finalidad.

Haciendo un poco de benchmarking observaremos que países, como Cataluña, con orografías complicadas o bien con climatologías adversas, destinan recursos mucho más importantes a sostener un entorno agro-forestal productivo, que de otra manera sería inviable. En concreto los cinco países que más recursos destinan a esta finalidad son, por orden, Suiza, Noruega, Islandia, Corea del Sur y el Japón, países con gran dificultad para su producción agro-forestal. Los regresos a la sociedad de una estrategia en este sentido pueden ser muy elevados. Aun así, para modificar las bases culturales de las actuales opciones habrá que acompañarlo de una buena pedagogía sobre la complejidad de los vectores que condicionan el futuro. Las mejores estrategias requerirán la comprensión social de destinar recursos hoy para evitar costes muy superiores a medio y largo plazo y lograr una dinámica de desarrollo y bienestar sostenible. Francesc Reguant

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