Ocio, educación y cultura: rentabilidad social y económica

Las crisis se convierten, a menudo, en caja de resonancia inesperada para reivindicaciones antiguas que nunca habían conseguido una atención suficiente de la opinión pública y de la misma Administración. En medio de la amplia variedad de carencias sociales y culturales que han aflorado gracias o por culpa del Covid-19, hemos aprendido repentinamente a valorar una serie de servicios y actividades que siempre hemos tenido cerca, pero que nunca hemos defendido suficientemente.

Cuando todos estábamos necesitados de oferta cultural adaptada a nuestros confinamientos particulares y cuando lamentábamos la ausencia de relación social, hemos recordado que existen unos profesionales que siempre se han dedicado a este trabajo y que nunca hemos valorado suficientemente. De repente, alabamos los servicios que hacen hincapié en la atención a las personas, que promueven la socialización y la creación de comunidad y destacamos cómo son de importantes. Son los mediadores culturales que trabajan en museos, en centros cívicos, en equipamientos patrimoniales, en espacios de creación, de dinamización juvenil y que, en general, actúan como facilitadores de la vida en comunidad. Cultura de proximidad, decimos.

"De repente, alabamos los servicios que hacen hincapié en la atención a las personas, que promueven la socialización y la creación de comunidad"

Cuando tuvimos que cerrar las escuelas y nos quedamos repentinamente sin este puntal esencial de nuestro ecosistema, nos dimos cuenta también que el servicio de comedores escolares es una pieza sin recambio en nuestro modelo educativo, y que a pesar de esto lo gestionamos de manera desordenada, sin atender a sus singularidades y con evidentes carencias en la regulación y funcionamiento. Sólo cuando lo echamos de menos fuimos hasta conscientes de su valor como factor de equilibrio social y educativo.

También nos quedamos sin la actividad extraescolar y la oferta de los centros de apoyo educativo y familiar, y vimos como caía todo esto que, en un incomprensible giro negativo, denominamos educación no formal. Nos quedamos sin conciliación, sin espacios de aprendizaje social y con la imposibilidad de compatibilizar vida familiar, cultural y profesional.

Pero es que ahora viene el verano, y con el desconfinamiento redescubrimos el ocio educativo como actividad esencial para la cohesión social, como argumento para combatir la desigualdad, como herramienta de crecimiento y aprendizaje insustituible para niños y jóvenes, y corremos todos a destacar las virtudes y la necesidad de apoyar. Ahora todo son declaraciones de principios remarcando los valores de las colonias y de los casales, y destacando que no hay mejor manera de devolver a la tan añorada normalidad que recuperando la actividad de ocio.

"Nos quedamos sin conciliación, sin espacios de aprendizaje social y con la imposibilidad de compatibilizar vida familiar, cultural y profesional"

Ahora que hemos echado de menos el beneficio de todos estos servicios nos damos cuenta de cómo son, de importantes, y tomamos conciencia de la necesidad de reivindicarlos, de dignificar las condiciones materiales y de dedicar recursos, no sólo en una situación de crisis como la actual sino también en esta futura normalidad que nos apresuramos a recuperar.

Podemos celebrar que, finalmente, y a pesar de las circunstancias, hemos sido capaces de valorar y reivindicar estos ámbitos de actividad que casan mal con la habitual compartimentación de la Administración, y que bailan de manera indefinida entre departamentos de cultura, educación o servicios sociales, entre otros. Forman parte de todos ellos a la vez, y de ninguno en exclusiva, y quizás ésta es una de las causas de su habitual abandono en tierra de nadie. Podemos ser positivos y estar bastante seguros del hecho que, finalmente, les hacemos justicia y los ponemos a la altura y nivel de importancia que los corresponde.

Pero no hay suficiente. Todavía falta un segundo paso en este ejercicio de reconocimiento y aceptación de culpa. Hay que tomar conciencia que detrás de todos estos servicios que ahora reconocemos como esenciales hay, de manera muy mayoritaria, pequeñas empresas. Son las organizaciones que conectan el servicio público con la ciudadanía y que un sistema jurídico poco y mal adaptado a la realidad, excesivamente enjuto en sus denominaciones, clasifica como mercantiles y que, en el colmo de la hipocresía, determina que son organizaciones con ánimo de lucro. De repente, nos damos cuenta que el vehículo necesario para convertir en realidad todos aquellos servicios sin los cuales no podemos mantener el equilibrio y la cohesión social es una legión de pequeños empresarios que ponen cotidianamente en riesgo su patrimonio personal y su resistencia mental y física para ofrecerlos. Son débiles como estructuras empresariales, pero son vitales como parte de la sociedad civil y de la vida en comunidad.

Gracias al terremoto económico que vivimos nos hemos dado cuenta que los márgenes de actividad de estas organizaciones, condicionadas por la voluntad de servicio público y por la precariedad de los recursos de la Administración, no es que sean bajos, sino que son en la mayor parte de casos insignificantes. Vemos ahora que el lucro se sustituye por la profesionalidad de sus servicios, y que sólo la vocación de sus responsables las hace sostenibles.

Queda bastante claro que este no es un artículo de análisis, sino la reivindicación de un modelo de actividad que pone y equilibra en una misma balanza la rentabilidad económica y la rentabilidad social y, en una especie de milagro de la sostenibilidad, las hace compatibles.

No tendría que ser necesario hundirnos en una terrible pandemia para darnos cuenta del tesoro que suponen para nuestra sociedad esta larga, larguísima lista de servidores públicos que trabajan desde micro, pequeñas y medianas empresas en cultura de proximidad, en ocio educativo, en colonias, o en actividades extraescolares. Y no tendría que ser necesario ponerlas al límite de su sostenibilidad antes de generar sistemas de apoyo y ayudas para mantenerlas vivas y activas. Tan vivas y activas como las necesita nuestra comunidad.

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