El año que murió Twitter

Desde que Elon Musk se hizo cargo del control en octubre de 2022, Twitter ha perdido más de la mitad de sus ingresos por publicidad. De los 4.000 millones de 2022 ha pasado a estar por debajo de los 1,9. La política errática de Musk no ha servido para transformar Twitter en una plataforma de suscripción, ni en la überaplicación X que imagina. Probablemente, todo sea una entelequia. Antes de la adquisición, Twitter tenía 230 millones de usuarios únicos mensuales de los cuales ha perdido un 13%. El nuevo servicio de pago X Premium solo ha logrado atraer a cerca de 1 millón de usuarios que, haciendo números y siendo generoso, le aportan unos 100 millones de dólares al año. El chocolate del loro.

Con este panorama, se entiende poco la reacción de Musk de decir Fuck you públicamente a empresas como IBM, Apple, Comcast, Walmart o Disney en una entrevista reciente. Aún se entiende menos que mencionara al presidente de Disney, Bob Iger, por su nombre poniéndolo en el punto de mira de sus fanáticos seguidores. Musk parece empeñado en transmitir en directo su caída a los infiernos mientras arrastra su red. O al revés, da igual.

"El nuevo servicio de pago 'X Premium' solo ha conseguido atraer a cerca de 1 millón de usuarios"

¿X podría desaparecer? Fue el mismo Musk quien visiblemente alterado en la extraña entrevista articuló la palabra bancarrota. No sería la mejor estrategia ante los acreedores que te han dejado 13.000 millones de dólares para comprar Twitter. Recordemos la magnitud de la tragedia: en una testosterónica decisión, el magnate compró Twitter por 44.000 millones de dólares en octubre de 2022 a un precio pactado en junio de 54,20 dólares por acción, cuando en aquel momento solo valían 34. Un año después, la empresa solo valía 19. Lo sabemos porque es la valoración que hizo el mismo Musk al repartir capital con los trabajadores que no había despedido.

Més info: Alargar la desinformación

Desde Chéjov sabemos que si en el primer acto aparece un arma, en el último se tendrá que disparar. En esta tragicomedia, el arma apareció incluso antes: los bancos. Según Reuters, los intereses a los que Musk tiene que hacer frente para devolver el crédito ascienden a 1.200 millones al año, lo cual es mucho. Su política empresarial errática y su nihilismo personal incomodan a los bancos, que ven en directo cómo disminuyen sus posibilidades de cobrar con cada tuit conspiranoico del magnate. También es cierto que tanto nihilismo podría formar parte de una estrategia muy bien diseñada (que los simples mortales no podemos entender) que tendría como objetivo reducir el valor de X hasta las cenizas y renegociar así la deuda desde una posición de debilidad que cuando debes tanto dinero se convierte en fortaleza. Pero si eso no es así, o la renegociación no prospera, se podría auto cumplir la profecía de la quiebra (por culpa de los anunciantes según Musk).

¿Podría, entonces, desaparecer? Es poco probable, pero depende de los bancos. Si ven suficiente riesgo de no cobrar, seguramente exigirán la cabeza de Musk y marcarán la política con un nuevo consejo y, sobre todo, con otras aspiraciones. Claro que no estamos en 2007 cuando llegó Twitter, pero el espacio para una red social basada en la difusión de información y el intercambio de opiniones existe. Lo demuestran los hechos de que X, a pesar de todo, siga siendo la red de referencia para periodistas y políticos, y de que Meta haya apostado fuerte por su red Threads, un clon del Twitter original del que mantiene el espíritu positivo.

"Con todos estos datos en la mano, es incontestable que el problema de X es Musk (el de Musk, también)"

Con todos estos datos en mano, es innegable que el problema de X es Musk (y el de Musk también). No pasaría de la anécdota de un caso más de megalomanía tecnológica (Make the world a better place) si no fuera por la desproporcionada influencia de la plataforma en la esfera pública, especialmente en un año en el que 3.700 millones de personas en todo el mundo están convocadas a elecciones en 70 países, entre ellos la India, Indonesia, Taiwán, Rusia y los Estados Unidos. Recuerden que solo hace falta tocar algunos parámetros del algoritmo de recomendación de contenidos de X para que un mensaje se vuelva viral o, por el contrario, para que quede enterrado para siempre en la irrelevancia. Lo sabemos porque hay un parámetro (siendo rigurosos, una condición) para que los mensajes de Musk lleguen al máximo de gente posible, aunque no lo sigan. Un Musk que no tiene ningún problema en reunirse con dictadores como Xi Jinping, en ir a festivales de la ultraderecha italiana y en hacerse fotos con franquistas como Abascal. La caída a los infiernos de Musk es también la de X o al revés. Que este 2024 no sea también el de medio mundo.

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