El optimismo del investigador

Un amigo que ha dedicado toda su trayectoria profesional a la investigación se acaba de jubilar. Nos hemos reunido para celebrar juntos el feliz acontecimiento y me ha sorprendido cuando lo he escuchado decir que la investigación es, en esencia, una vía para mirar la vida con optimismo. Quien investiga sabe que difícilmente conseguirá grandes hallazgos, pero no pierde la esperanza mientras lo hace. Algunos investigadores viven contentos con la idea de dejar el trabajo un poco avanzado para los siguientes investigadores. No conozco a Claudia Goldin, Premio Nobel de Economía de este año, pero creo que es una de estas investigadoras optimistas.

Optimismo necesario. Lleva toda su vida trabajando en una de estas líneas de investigación aparentemente interminables: investiga las tendencias a largo plazo de la desigualdad económica entre hombres y mujeres. Entre otras cosas, le debemos el entender la curva en forma de U, que ha demostrado que los logros de una generación no garantizan nada a la siguiente, y que el camino de la igualdad no es ni recto ni absoluto. El apoderamiento económico y profesional de las mujeres norteamericanas es un ejemplo de esto: en el siglo XIX, las mujeres fueron expulsadas de muchas tareas y, en consecuencia, las siguientes generaciones, en el siglo XX, tuvieron que dedicar casi todo el siglo a recuperar todo el terreno perdido.

Goldin mantiene su optimismo en la vida, y esto no quiere decir que sea ingenua. En el progreso ve claras oportunidades, pero advierte que hay que fijarse en las nuevas brechas de igualdad.

Aunque en el mundo laboral se observan indicios de convergencia de género (los puestos de trabajo que utilizan la exigencia del tiempo como privilegio están en crisis y se han ido ampliando las tendencias a favor de la equidistribución de las tareas domésticas y de cuidados), todavía se sabe muy poco sobre los nuevos retos que aumentarán la desigualdad.

"Las desigualdades económicas actuales tienen cada vez más que ver con la riqueza y no con los salarios"

No hay monedas de una sola cara: aunque en el anverso se aprecian avances, en el reverso aparecen nuevas grietas.

Las desigualdades económicas actuales tienen cada vez más que ver con la riqueza y no con los salarios. El trabajo ya no es la clave para la igualdad. El trabajo se va precarizando, vivimos en redes de seguridad cada vez más débiles y la crisis de los servicios públicos universales va en aumento. En este contexto, el control de los bienes es cada vez más importante para conseguir educación, vivienda y atención sanitaria, así como para asegurar el crédito, la ocupación por cuenta propia o los ingresos.

Si en alguna ocasión las mujeres recibieran el mismo salario que los hombres a cambio de un mismo trabajo, esto no garantizaría la igualdad, porque se están generando mayores grietas en la distribución de bienes. Los hombres tienen sistemáticamente mayor capital que las mujeres, incluyendo viviendas, terrenos o activos financieros. Por ejemplo, en Francia la brecha de la riqueza de género ha aumentado continuamente a favor de los hombres, desde el 9% de 1998 hasta el 16% de 2015.

La brecha de riqueza no ha sido hasta ahora ampliamente investigada, en gran medida por su dificultad de documentación. En la mayoría de los países, los datos de riqueza se recogen por hogares (mediante encuestas o declaraciones fiscales) y no individualmente. Se cree que la propiedad de los hogares se distribuye de forma equilibrada, por lo cual las dinámicas de poder sobre el control de la riqueza han sido poco estudiadas.

"Se cree que la propiedad de los hogares se distribuye de forma equilibrada, por lo cual las dinámicas de poder sobre el control de la riqueza han sido poco estudiadas"

Hemos conseguido una mejor comprensión de las diferencias en el mundo del trabajo, pero esto ya no es suficiente. No podemos contentarnos con ofrecer respuestas cada vez más precisas: tenemos que ser creativos para plantearnos nuevas preguntas. Los investigadores, inevitablemente, deben continuar siendo optimistas.

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