En contra y a favor de las contradicciones de hacerse mayor

Mis amigas llevan muchas cosas en el bolso. Yo siempre que puedo intento llevarlo todo en los bolsillos. Si algo pasa, un bolso sólo molesta y, si son sinceras, casi nunca utilizan las cosas que llevan “por si hiciera falta”. El otro día, mientras hablábamos de lo que llevaban en sus respectivos bolsos en un restaurante, entendí que aquella conversación era, nada menos, que el principio de lo que podía considerarse el final de una era: si con veinte -i-cinco años estamos hablando de material de supervivencia básico para llevar encima cómo una tortuga es un símbolo de que no queda demasiado por estar hablando de que si el coche, la hipoteca, la boda de no sé quién o de las ganas que tienen que formar una familia. Momentos así son inevitables, con el paso de los años, pero yo ahora mismo siento que soy aquella amiga que se aferra fuertemente al pasado, donde las conversaciones eran mucho más superficiales, seguramente centradas en conflictos sentimentales y fiestas de fin de semana. En otras palabras, jugar a ser adultas hasta ahora ha sido muy divertido, pero no tengo ninguna intención de pasar de la simulación a la realidad. Por eso, hasta ahora, me había negado rotundamente, en contra de la practicidad que supone, a llevar pañuelos en el bolso.

Falta muy poco, mucho menos de lo que pensamos, para empezar a usar sudaderas polares de forma no irónica y hacer el crucigrama del diario con un boli que nos ha dejado el camarero. Muy y muy poco por estar discutiendo las mejores escuelas para las criaturas y quejarnos de las nuevas modas de nuestros hijos adolescentes. En breve destinaremos demasiado tiempo hablando del tiempo o de lo cara que es, la vida. O quizá seremos unas de esas mujeres que hacen pilatas y beben vino entre semana. No lo sé, pero yo hasta ahora había estado muy tranquila pensando que quedaba mucho, por esta realidad, y el otro día se me presentó delante sin avisar y no me hizo gracia alguna. ¿Por qué me cuesta tanto aceptar que estamos entrando en una nueva etapa de nuestras vidas? Exactamente no lo sabría responder. Pero me cuesta muchísimo.

"Cuando veo una bata de ir por casa, en realidad, veo un abrazo suave en el sofá"

Lo más jodido de todo esto es que cuando veo a un crío por la calle le sonrío y pienso que debe ser bien divertido, eso de tener algo pequeño que se parece a ti. Y cuando veo una bata de ir por casa, en realidad, veo un abrazo suave en el sofá después de un día de trabajo. Tengo ganas de vivir en un sitio que es mi casa de verdad por más de un año. Bien mirado, no salir los sábados e ir a hacer una excursión por la mañana del día siguiente no me parece tan mala idea.

Me gusta cuando mis amigos me dicen que van a emprender su propia empresa y me gusta hacer regalos a las primeras hijas de mis amigas. Me gusta ver la alegría con la que te cuentan que se van a vivir con la pareja o hace tres días firmaron la hipoteca de su nueva casa. Lloro cuando me dicen que se casan y pienso en qué fotografías divertidas enseñarán, de cuando éramos pequeñas, en los vídeos aquellos que pasan al final de todas las ceremonias. Pienso en todas estas cosas y, aunque quieran decir que ya son completamente adultas, me emociono pensando que son felices. Y creo que un día yo también encontraré mi fórmula para serlo.

"Estoy descubriendo que hay una cara amable en el asentamiento, al empezar proyectos grandes y escoger qué tipo de vida quieres seguir"

Siempre me he negado a llevar pañuelos en el bolso porque pensaba que significaba la entrada a la vida rutinaria y aburrida, una entrada a una vida donde las personas sufren por la hipoteca, por el trabajo, por las criaturas y por las ofertas del supermercado. Pero también estoy descubriendo que hay una cara amable en el asentamiento, al empezar proyectos grandes y escoger qué tipo de vida quieres seguir. A estar en pareja o no, tener mascotas o criaturas, comprarse una casa o construir una, apostar por una carrera profesional concreta o cualquier otra decisión adulta que comporta un antes y un después en la vida que hasta ahora se había basado en jugar y encontrar tu sitio en el mundo. Hasta ahora pensaba que este tipo de decisiones se tomaban por la inercia de los años, pero ahora miro a mi alrededor y veo a mis amigos tomándolas de forma consciente y feliz. Quizás se equivocarán, o quizás con los años vean que aquello no era lo que querían, pero ahora sí que quieren, y me hace feliz verlos felices. Lo mejor de todo es que, cuando quedamos por tomar un café, me envían un mensaje o me llaman de manera inesperada para contarme algo, siento una enorme felicidad de saber que no sólo son felices, sino que cuentan conmigo para compartir esa felicidad. Y es por eso que el domingo compré un paquete de pañuelos que ahora llevo en el bolso, por si nunca lo necesito.

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