Sinceridad germánica

La primera vez que jugué una partida entera de un videojuego fue en Ciudad del Cabo, en un casino de las afueras. Nunca habría pensado que estaría entre un griego y un chico de Zaragoza en Sudáfrica matando a zombies. Supongo que pudo ser peor. El caso es que la primera vez que he jugado propiamente en un videojuego en un sofá que no fuera el NintenDogs o el Braining Traning ha sido hace unas semanas. "Soy muy mala", iba diciendo mientras pasaba el mando al pobre chaval que tenía al lado cada vez que me veía superada por una situación del juego. Pero él me sonreía con una especie de paciencia y risa entre dientes y me mataba al luchador de turno, para después me volvía a pasar el mando para que hiciera las partes que sí se me daban bien. Y después me abrazaba tranquilamente mientras reventaba los gladiadores y guardas del castillo que faltaban.

Nos da miedo, muchas veces, decir lo que pensamos. Sobre todo cuando alguien nos hace gracia. Quizá por miedo a la forma en que la otra persona lo entienda, pero también porque a nadie le gusta pagar los platos rotos de un paso dado sin pensar. A todo esto, debemos añadir siempre algo de orgullo, inseguridades y vulnerabilidades y ya tendríamos el convo fantástico que hace que sólo sea capaz de decir cosas en los momentos menos adecuados: en el coche, cuando vamos deprisa o antes de dormir, cuando la otra persona ya está en la primera o la segunda etapa del sueño. Pero últimamente he descubierto que, si no dices lo que te preocupa, acabará consumiéndote por dentro y la verdad, como siempre, saldrá a la luz de forma congestionada, podrida por el tiempo que habrá estado humidificando dentro de ti y la gestión del follón será mucho más complicada. Y que a veces la sinceridad germánica hace que las cosas sean mucho más claras y mucho más fáciles. Porque es mejor ir de cara y contar, siempre con sensibilidad y sin subirlas de tono, las cosas tal y como son. Después siempre se pueden pulir, perfeccionar o detallar, si es necesario. Pero si no vamos con la verdad por delante, vamos con la verdad por detrás, y eso no le recomiendo a nadie.

"A nadie le gusta pagar los platos rotos de un paso dado sin pensar"

Cuando éramos jóvenes era divertido, eso de enamorarse. Nos sentíamos inmortales con regalitos, historias tiernas y lo de las palabras bonitas. Ahora es algo mucho más práctico que, como ya sabemos cuándo y cuánto duele, debemos llevar a cabo de forma premeditada para evitar que el dolor inevitable en toda interacción nos rebote encima. Pero no deja de ser divertido poder ir de cara y dejar claras nuestras coordenadas para disfrutar sin estar pensando todo el rato en los microsegundos que deben pasar para que no parezca que estás loca si envías un mensaje después de haber quedado unas cuantas veces.

Lo que ocurre es que cuando una chica conoce a un chico que, por una vez, responde a sus mensajes, la trata con respeto, la valora por lo que hace y elogia sus logros, justo es en el momento en que uno se va a la otra punta del mundo y la otra se quiere casar con unos papelitos universitarios que le darán el título más preciado del mundo académico. Y sabe mal, porque después de príncipes que le prometían cosas que nunca pasaban, amores de su vida que le rompieron el corazón en mil pedacitos, niños mayores con complejos de absentismo electoral y una culpa en una misoginia interior brutal cada vez que se enamoraba de una chica; por una vez que conseguía que alguien la dejara bailar tranquila en el comedor mientras terminaba un guión de una entrevista resulta que no puede ser. Y por una vez en su vida decide ser sensata y no poner su corazón en un Ferrari con el acelerador al máximo frente a un muro de hormigón. Ser responsable es una mierda, pero es necesario si queremos cuidarnos.

Porque tan importante es ser felices como no hacernos daño. Y a veces ser adulta es sólo eso, aceptar que todo tiene un momento y que las cosas ya veremos cómo se resuelven, pero que se puede ser dulce y pasarlo bien sin montar castillos de aire. Que se puede jugar a videojuegos en un sofá sin que acabe en el mundo al día siguiente por la mañana.

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