Sónar y la ética de la evolución

El festival de música avanzada Sónar ha hecho 30 años. Su hermano Sónar+D, la parte de congreso del festival, ya acumula diez. Los que no hayáis asistido os habréis enterado a la fuerza; ha abierto telediarios, informativos y secciones de cultura de los diarios. Los que hayáis asistido seguramente ya no os acordéis y ya estáis pensando en la edición que viene. "El festival ha envejecido muy bien" decía en TV3 el incondicional Ricard Castellet, a quien su compañero Clipster replicaba con un "nosotros no tanto". Estoy de acuerdo con la segunda parte, pero discrepo con la primera: el festival no ha envejecido, ha evolucionado. Y nosotros con él.

30 años son bastantes como para ver la trayectoria y cómo para tener una perspectiva bastante ancha de cómo ha evolucionado no sólo el festival, sino también la cultura de donde surge. Empezamos por el festival. El festival nace con la voluntad de ser un referente internacional en el ámbito de la música de vanguardia. El nombre con el cual se creó en 1994 era el de Festival Internacional de Música Avanzada y Arte Multimedia de Barcelona. La unión de arte y tecnología está desde su génesis. Observad que la palabra de moda de ahora hace 30 años era multimedia, una palabra que había dejado de tener sentido, pero de la que se vuelve a hablar gracias a las interfaces multimodales de la IA generativa (más sobre el tema otro día).

El festival no ha envejecido, ha evolucionado; y nosotros con él

Es pues en esta intersección de música —arte en general— y tecnología avanzada que el Sónar mira al mundo. Y tecnología es por definición evolución. Y si es digital la evolución es exponencial. En general los protagonistas de la evolución no somos conscientes. Podríamos echar atrás en nuestra línea de ancestros sin apreciar cambios de una generación a la anterior. Llegaríamos así a hace 6 millones de años donde encontraríamos el ancestro común que compartimos con chimpancés y bonobos. Podéis trasladar este ejercicio a las diferentes ediciones del Sónar y fijaros en las tecnologías avanzadas de cada momento: Multimedia, Cd-rom, Internet, la Web, la Realidad Virtual (aunque hablamos cada año, es más antigua que el Sónar), las superficies multitáctiles, el mapeo, las redes sociales, la internet de las cosas, el metaverso, la Web3 y finalmente este año la IA.

La evolución de la tecnología es también la de la evolución de la cultura donde nace, crece y se reproduce el Sónar (a los 20 años se reprodujo en Sónar+D). Cultura es una de aquellas palabras que Marvin Minsky, uno de los padres de la IA, definía como palabra maleta: palabras que por sí mismas no significan nada, que contienen muchos significados, que añadimos de nuevos constantemente y que cada cual desempaqueta cuanto más le conviene. Para Minsky, inteligencia, conciencia, emoción, memoria o pensar lo son.

Podemos considerar que una cultura es un conjunto de valores, reglas, normas, patrones y memes compartidos por un grupo. Las culturas son las diferentes respuestas que la evolución humana ha dado a las grandes preguntas existenciales. Cuanto más culturas y más diversas, más respuestas diferentes tendremos y, por lo tanto, más probabilidad de subsistir como especie. Las diferentes respuestas que diferentes sociedades hemos dado a la pandemia de la covid-19, o las que afanamos en dar a la emergencia climática, son ejemplos.

Més info: ¿Cómo bailaremos la música hecha con IA?

Como buena palabra maleta, esta definición está en constante revisión y entre los términos que hemos añadido últimamente se encuentran algoritmos digitales. Hasta hace cuatro días todavía creíamos que la cultura era exclusiva de los humanos hasta que descubrimos y aceptamos que diferentes grupos de mamíferos superiores también comparten valores, reglas, normas, patrones y memes que transmiten entre grupos y de generación en generación. Añadidos chimpancés, bonobos, orcas y delfines a la maleta de cultura todavía nos queda espacio.

A los algoritmos naturales que la evolución ha programado en nuestros cerebros en forma de código genético los humanos hemos añadido los de la cultura, que incluye los algoritmos de la inteligencia artificial (que ni es inteligente ni artificial). La IA, que ha protagonizado la edición actual del Sónar no es una inteligencia equiparable con una de alienígena, como tantos futuristas y marchantes del miedo nos quieren hacer creer, sino que es una extensión de la nuestra. Sin nuestra inteligencia natural no hay inteligencia artificial (os podría defender la tesis que sin nuestra estupidez natural, tampoco).

Sin nuestra inteligencia natural no hay inteligencia artificial

La imagen de la edición de este año era toda una declaración de intenciones, incluso me atrevería a decir que va más allá de la intención de su creador y codirector del festival, Sergi Caballero. Con las imágenes de los carteles de 30 años —fantasmas, perros disecados, familias aznarianas con incontinencia, brasileñas de revista, estaciones de investigación Siberia, Diego Armando Maradona, gemelas à la Resplador— Caballero utilizó la IA para reinterpretar las imágenes de las 30 ediciones anteriores. El resultado es un pastiche visual de imágenes que reconocemos, pero que no solo no acaban de ser perfectas sino que nos resultan grotescas. No sé qué tecnología utilizaron Caballero y su equipo, pero si juzgamos por el resultado lo que es seguro es que los datos de entrenamiento fueron muy pocos ¿(tirando muy largo, 30 años con 10 imágenes diferentes por año? Nada). Si hubieran utilizado herramientas como Dall-E 2, Midjourney o Stable Diffusion las nuevas imágenes se hubieran generado a partir de las de los terabytes de imágenes con las cuales han sido entrenadas y el resultado habría sido perfecto y, por lo tanto, un fracaso.

 

Los conjuntos de datos con las cuales se han entrenado las redes neuronales profundas de las plataformas comerciales de IA generativa, contienen imágenes protegidas por derechos de autor, por imágenes de autores a quienes no se los ha pedido permiso y obras y que no permiten obra derivada. Puede parecer anecdótico pero el tema estuvo muy presente en las charlas, conferencias y talleres del Sónar+D. Lo reivindicaron Daito Manabe y Yuya Hanai, dos de los miembros del colectivo japonés Rhyzomatics que han liberado un modelo de texto a imagen que ha sido entrenado exclusivamente con imágenes de dominio público, sin derechos o que permiten obra derivada. Los resultados también defectuosos difieren mucho las imágenes hiperrealistas que nos generan los Midjourney y compañía. También hizo énfasis en esta ética de la IA Joost de Boo de la discográfica para robots Thunderdoom Recuerdos. Su sistema de generación de música Waive.studio, basado en IA, solo utiliza datos o bien que son generados por su equipo o que son de dominio público. Como one more thing de su presentación anunció la digitalización de sueños y música popular catalana libre de derechos para que los creadores puedan utilizar en sus producciones con IA.

En el vídeo del Sónar, en el gran modelo de Rhyzomatiks o en las producciones musicales de Thunderboom Records, lo que vemos no son limitaciones sino una ética de la IA independiente que se aleja del discurso catastrofista actual alrededor de la IA y lo vuelve a llevar al terreno de donde no tendría que haber salido nunca. Si volvéis a mirar el vídeo de la imagen del Sónar de este año ya no veréis errores grotescos y defectos de generación, veréis la ética de la IA. La evolución sin ética es involución. Lo añadimos a la maleta de cultura.

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