Que vuelvan los ramos de flores

Cuando paseo por la calle y veo a un pobre desgraciado con un ramo de flores, siempre me pregunto qué habrá hecho. Desde pequeña, las flores se han relacionado con las disculpas. Más concretamente, en la aceptación de la propia culpa en el conflicto. Pedir disculpas con un ramo de flores brillantes y de colores es siempre más sencillo. Quizá por eso sospecho muchísimo cuando alguien me trae flores. Siempre pienso que lleva alguna de cabeza, o que está a punto de darme una noticia que no me gustará. No sé por qué, pero el caso es que no me fío. En cambio, cuando veo a una mujer contenta con flores siempre pienso que se las ha comprado ella. ¿Quién mejor que ella misma para saber qué flores le gustan y animarse el día? Supongo que este pensamiento va relacionado con la tradición de una amiga mía, que se compra flores sí y sólo si ha tenido un buen día o un día horrible. De entrada, me parece un buen método. Aunque no solucionen nada, unas flores siempre son motivo de un pedacito de felicidad.

Por lo general me gustan, las flores, y pienso que es una tradición que hemos perdido mucho aquí, especialmente en comparación con otros países. A raíz de algunas tendencias de estetización de la vida cotidiana, muchas jóvenes que compramos flores a menudo, pero socialmente y como norma general sólo lo hacemos para ocasiones especiales, es decir, graduaciones, bautizos, bodas, entierros, o por Sant Jordi. Y es una lástima, porque hay muchas cosas que pueden decirse con un ramo de flores.

Las flores representan un gesto, un sentimiento amable

Una de ellas es la aceptación de la propia falibilidad. Las flores representan un gesto, un sentimiento amable. Si toman forma de disculpa, muestran una voluntad de proponer una solución, una propuesta de acercamiento. Si son en forma de celebración, son la representación de los colores, las formas y la ternura que la otra persona nos quiere compartir. Las flores también son una muestra de la efimeridad de lo bonito: no duran para siempre, pero son un instante tierno dentro de la normalidad de toda relación humana. Las pones en el comedor, en la habitación o en el balconcito y esperas que se marchiten mientras las admiras. Algo como la vida. Algo como todos nosotros. Y por eso regalar flores es un gesto bonito, porque reconoce la belleza en la volatilidad y la fragilidad propia de las promesas que necesitan ser regadas para que sobrevivan. Las flores nos recuerdan nuestra temporalidad y nos invitan a disfrutarlas mientras podamos y mientras tengan color. Cuando se acaban, las lanzamos a la basura oa los márgenes, y allí se descomponen hasta que vuelven a formar parte del paisaje. Y quizás, al cabo de unos meses, saldrán nuevas flores que lo decoren y nos revivan con sus colores estacionales.

Actualmente, las flores se cultivan en lugares lejanos, y su transporte suele acarrear unos altos costes de contaminación. En ocasiones, las flores también forman parte de cadenas de producción que perpetúan condiciones de vida muy precarias. Por eso, no sólo es importante replantear nuestra relación con las flores, sino también con sus orígenes, su producción y su consumo. Si tener flores en el comedor depende del ensuciamiento del resto del planeta, ya no lucen como antes. Si, en cambio, son la muestra de un comercio sostenible y justo que acompaña a nuestra economía en la transición sostenible mientras nos hace la vida diaria algo más acogedora, bienvenidas sean. Que vuelvan los ramos de flores para colorear nuestras vidas, aunque sólo sea para ayudar a un pobre desgraciado que la ha cagado.

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