Especulación por amor al arte

Deusto recupera el clásico El Arte de reflexionar sobre el dinero del húngaro André Kostolany con una clara reivindicación de la especulación como práctica económica

El interior de la Bolsa de Barcelona, en una imagen de archivo | ACN El interior de la Bolsa de Barcelona, en una imagen de archivo | ACN

André Kostolany fue un pensador armónico. Si bien con toda la razón la población general rechaza en la actualidad el concepto de especulación, y su práctica adquiere en el sentido común popular cada vez más un talante insidiós, el oscuro financiero húngaro la trata cómo una experiencia estética –no en vano fue historiador del arte de formación–. Si bien tardó en llegar al Estado Español, su El Arte de reflexionar sobre el dinero (Deusto, 2022) es tan extraño como pertinente, y no de la mejor de las maneras, tanto en el momento de su primera publicación como hoy en día. Frente a una visión de las finanzas como un mundo cínico, consciente en cierto modo de sus sombras pero dispuesto a ignorarlas en pos del beneficio económico, Kostolany se reivindica a su obra cómo un conoisseur. El mercado financiero, las prácticas más depredadoras, no son un mal necesario para el progreso, sino un goce en sí mismo. Cuando describe, ya en el primer capítulo, la especulación cómo "un arte, no una ciencia", no solo pretende introducir un componente humano, contingente; el autor reivindica observar, paladear la bolsa. Las finanzas de El Arte de reflexionar sobre el dinero se hacen con una copa de Mencía, no con un excel.

"Yo sabía leer y escribir y, aún así, he continuado siendo un especulador; no me arrepiento". La introducción de la reflexión de Kostolany cierra con una verdadera declaración de intenciones de lo que tiene que venir. Si bien el volumen está pleno de afirmaciones sin base científica que se pueden permitir a un ejercicio más ocioso que académico –el denostado "el capitalismo triunfa porque es el sistema más próximo a la natura humana", sin ir más lejos– acompañar al húngaro por su tren de pensamiento es una tarea complaciente.

El afilado capítulo sobre la fauna y flora de la actividad financiera es un ejemplo: Kostolany dedica todo un apartado a hacer trizas a todos aquellos que se dedican a la bolsa por los motivos equivocados y, especialmente, de la manera errónea. Aquellos jugadores que compran y venden por ganancias marginales, parodiados ad nauseam a la ficción sobre finanzas; los inversores que guardan las acciones bajo el colchón y encienden un cirio cada domingo por su buen rendimiento o el financiero que se mancha las manos haciendo de industrial. La del especulador es una posición distante, de voyeur más que de empresario. El mismo Kostolany recuerda aquel epitafio de John Maynard Keynes que recuerda que su gran legado fue "amasar una fortuna sin trabajar ni un solo día". Vale añadir, leyendo el volumen, el verso del poeta puertorriqueño: Esto lo hago pa' divertirme.

El autor toma a menudo la interesante decisión de recordar al neerlandés Johan Huizinga para hablar de la condición del especulador. "El diablo quizás no creó la bolsa, pero a buen seguro intervino en la conversión del Homo sapiens en Homo Ludens", razona Kostolany. Si bien la elección conceptual puede tener una lectura superficial sencilla –la especulación es un juego como lo es el póquer, por ejemplo– el húngaro entiende bien lo que significa jugar, y pone la palabra a su servicio, seguramente para razonable indignación de muchos. En una lapidaria declaración en respuesta a si querría la profesión de especulador para su descendencia, Kostolany razona que "mi primer hijo sería músico; el segundo, pintor; el tercero, como mínimo, periodista. Pero el cuarto no tendría más remedio que ser especulador para mantener a los otros tres". El autor no tiene en baja estima su cuarto hijo, o no necesariamente: lejos de encomendarle la gris y aburrida tarea de aportar sustento para sus hermanos, le reserva una actividad que, si bien lucrativa, forma parte a sus ojos del mismo universo de sentido que las otras tres: la libertad creativa y destructiva consustancial al juego.

Un narrador falible

El valor de Kostolany y sus reflexiones emana de su reconocida fal·libilitat –él mismo niega su condición de gurú–. Si bien es cierto que El Arte de reflexionar sobre el dinero incorpora consejos, diatribas, análisis profundas propias de un profesional dedicado durando cerca de un siglo (!) al pensamiento y la acción bursátil, el aprendizaje es más profundo y duradero cuando el inversor expone su propia experiencia, o las experiencias que ha vivido de segunda mano, que cuando se plantea firmar un marco teórico. "El price to earnings ratio tiene un carácter puramente psicológico", reconoce el autor. No es de extrañar, pues, que lo más valioso del libro se encuentre cuando toma el camino más humanista en el análisis de un sector que se quiere reivindicar matemático. "El 95% del trabajo de los bolsistas profesionales es una pérdida de tiempo; leen tablas y gráficas, pero se olvidan de pensar". Kostolany esbronca así a sus compañeros de profesión: más música y menos hojas de cálculo.

Más un libro de cuentos hilado por meditaciones sobre la bolsa que un ensayo, El arte de reflexionar sobre el dinero no es ni mucho menos un manual para hacerse millonario con la comopraventa de acciones. Quien entre al volumen buscando cifras, tablas, consejos prácticos, se ilusionará al llegar al quinto capítulo, ¿Qué mueve los precios?, para volver a la desesperación al ver que consta de dos breves páginas que se pueden resumir en "no le busquen una explicación lógica".

Sí se pueden encontrar guía más cuidadosas cuando Kostolany habla de la psicología de la inversión, otra arista más del puntiagudo arte de las finanzas. En buena parte del que es con diferencia el capítulo más largo del libro, el autor enaltece el componente discursivo de la bolsa: muchas de las explicaciones por las cuales unas inversiones funcionan y otras no; muchos de los motivos por los que el ciclo del valor accionarial tiene la forma que tiene se acercan más a la contingencia humana que a la fría econometría. Conversacioness, elecciones lingüísticas en una noticia o miedos compartidos definen a menudo un mercado por el que el húngaro recomienda apostar a lo grande. "Las acciones pueden subir un 1.000 o un 10.000 %, pero no caerán más de un 100%". No tengan miedo a especular, ¿qué puede salir mal?

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