Las vidas libres de Rosario de Acuña

La escritora y militante por los derechos de la mujer optó por emprender para garantizar su libertad artística y vital

Rosario de Acuña emprendió en el avicultura després de ser censurada como dramaturga Rosario de Acuña emprendió en el avicultura després de ser censurada como dramaturga

"Dramaturga, masona, feminista, montañera, poeta, regeneracionista, librepensadora, avicultora, articulista, exiliada, [...] un portento de mujer que no dejaba indiferente nadie". Así definía el biógrafo Macrino Fernández a Rosario de Acuña. Al extenso listado de atributos ligados a esta figura icónica del siglo XIX podíamos añadir el de empresaria. Un perfil que Acuña adoptó para garantizar su libertad en una sociedad que le tenía reservado el papel de esposa y madre por el simple hecho de ser mujer.

La rebelión de Acuña contra su destino se gesta en su niñez. Hija de la aristocracia, la futura escritora tiene acceso a una educación progresista poco común en la época y disfruta de estancias en varias capitales europeas desde su adolescencia. Liberada de preocupaciones pecuniarias, Acuña inicia una carrera como articulista con primeras publicaciones en el diario progresista La Ilustración Española.

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Animada por su incipiente éxito periodístico, a los 26 años se anima a dar el salto al teatro con la publicación de su primera obra Rienzi lo tribuno. Una crítica a los excesos del poder, pero dentro del que se consideraba aceptable socialmente. La representación es un éxito de público y consigue críticas que, con un paternalismo nada disimulado, destacan el hecho que una mujer pudiera defender con convicción sus creencias. El respetado crítico literario de la época, Manuel de la Revilla, explicaba a los lectores como "la intención moral y política que contiene la obra no se ajusta con el temperamento del sexo femenino", y concluye que Acuña "no es una poeta; es un poeta".

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Aceptada y consolidada en los círculos intelectuales de Madrid casi como un exotismo, Acuña se casa aquel mismo año con el militar Rafael de la Iglesia y se traslada a Zaragoza, desde donde sigue su actividad periodística. Lejos de aceptar la domesticación que le quieren imponer los críticos y colegas profesionales de la época, la escritora inicia una serie de artículos que llaman a las mujeres a romper las barreras sociales en las cuales están atrapadas. El marzo de 1882 escribe al correo de la moda: "Entráis con convicción conmigo en el mundo donde os traeré y, si después, al volver a la atmósfera en que respiráis casi siempre, sentís al corazón la tristeza [...], entonces comprenderéis otras felicidades que aquellas que os ha enseñado la rutina [...] y el lamentable oscurantismo que os han legado aquellas edades de las predicaciones y los desafíos".

Después de años de obras con menor éxito, artículos cada vez más afilados, el escándalo de su divorcio por infidelidades continuadas de su marido y una todavía más escandalosa relación con un estudiante 17 años menor que ella –y que ya no lo abandonará-, Acuña escribe su obra más polémica.

El padre Juan denuncia el papel de la iglesia en el adoctrinamiento y manipulación de la sociedad. Acuña deja de por siempre jamás su tono de crítica aceptable y entra dentro del ámbito de los autores proscritos. Ninguna compañía de teatro quiere producir y estrenar la obra y, en lugar de aceptar la derrota y modificar el texto, la escritora decide crear su propia empresa.

La obra se estrena al Teatro Alhambra de Madrid y es un éxito de público... en la única representación que se le permite hacer. A pesar de haber superado la censura, el escándalo provocado por este texto anticlerical lleva el gobernador de Madrid a clausurar el teatro y prohibir su representación, cosa que lleva a Acuña a la ruina económica.

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Desproveída del encanto que suponía la crítica militante ingenua de sus inicios, Acuña se ve marginada de los círculos intelectuales madrileños y acaba con su obra literaria, manteniendo sus encendidos artículos periodísticos a favor de los derechos de las mujeres, los obreros y los agricultores como única vía de expresión.

A pesar del escarmiento de su primer fracaso empresarial, Acuña se desplaza al norte de la Península, donde descubre la avicultura. Esta vez, su atrevimiento es recibido con burlas y críticas por parte de un sector, por supuesto, dominado por hombres. A pesar de los malos augurios, la renovada empresaria empieza a recibir pedidos de toda España y es reclamada por la prensa especializada. Tanto es su renombre en su nueva profesión, que el 1902 consigue la medalla de plata en la Y Exposición Internacional de Avicultura de Madrid.

Después de casi una década de trayectoria empresarial exitosa, Acuña cede el negocio y empieza a pensar en una retirada plácida. Todo se complica cuando el 1911 se publica un artículo en que denuncia el acoso sufrido por unas estudiantes en la Universidad Central de Barcelona. "Qué los quedaría a los pobres chicos si las mujeres van a las cátedras, a las academias, a los ateneos y llegan a aprender otras cosas que lavar orinals y refregar-se con los padres? [...] Arreglados quedarían entonces todos el semi-hombres españoles si las mujeres adquieren facultades de personas!", exclamaba.

El escándalo la obliga a exiliarse en Portugal, ya con 60 años, hasta que el 1913 el conde de Romanones la indulta con el argumento que "tiene que tener más años que un palmar". Ya de vuelta, Acuña inicia su última vida, esta vez de senderista y militante sindical en la huelga general de 1917.

Sus últimos escritos periodísticos estarán dedicados a los obreros, pero también a las mujeres maltratadas. Cómo siempre, Acuña animaba el resto de mujeres a vivir tal como lo había hecho ella.

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