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Leer sobre justicia: "El abogado humanista"

Aquellas personas que construyen nuestra idea de justicia y las normas que la rigen también deben tener conocimientos elevados no solo del lenguaje técnico, sino también de la manera en que trabajan los conceptos

Da igual como sean de complejas las máquinas y cuántas inteligencias diferentes puedan desarrollar, el caso es que no tienen moral | iStock
Da igual como sean de complejas las máquinas y cuántas inteligencias diferentes puedan desarrollar, el caso es que no tienen moral | iStock
Ariadna Romans
Politóloga y filósofa
03 de Agosto de 2024

Hace unos años que la interseccionalidad ha ganado popularidad. Cuando decimos que algo se pone de moda, puede parecer una reflexión superficial e impersonal, basada en criterios absurdos de realidad. No obstante, utilizo esta expresión en el sentido más genuino de la palabra, para referirme al hecho de que ha emergido como una tendencia en nuestras maneras de entender el mundo. Cada vez más programas universitarios incluyen esta perspectiva, y las empresas, lejos de buscar especialistas especializados, demandan perfiles adaptativos y flexibles a las diferentes necesidades de sus equipos. En esta intersección, sin embargo, no dejan de sorprenderme todas sus posibilidades. Hace unos años, una amiga me contó que estaba haciendo un curso de Medicina y Literatura en la universidad, lo cual me pareció fascinante. Estudiar las maneras en que el cuidado de las personas interseccionan con el cuidado de las letras y la cultura, cómo se ha experimentado el hecho de la enfermedad desde la creatividad y las metáforas, cómo asumimos, a partir del texto literario, hechos vitales como la muerte, la carencia o el desastre. Cómo la literatura puede ser un jarabe para el alma.

 

Por eso, cuando hace unos días hablé con Teresa Arsuaga sobre su libro El abogado humanista, publicado en la editorial Civitas en 2018, tuve un momento de conexión similar al que viví cuando mi amiga me explicó su asignatura: aquellas personas que construyen nuestra idea de justicia y las normas que la siguen también deben tener conocimientos elevados no solo del lenguaje técnico, sino también de cómo trabajan los conceptos y la carga que tienen para nuestras sociedades contemporáneas.

"Cómo la literatura puede ser un jarabe para el alma"

 

Alternativamente, a la concepción técnica y mercantilista de la profesión de abogado, Arsuaga abre una nueva posibilidad a la hora de trabajar con las leyes y la justicia que se basa, desde este principio de transversalidad, en las corrientes humanistas. Heredera de las tesis de James Boyd White y Richard Weisberg, dos juristas humanistas fundadores del influyente movimiento estadounidense Law and Literature Studies, Arsuaga tiene claro que el futuro de la abogacía no puede pasar por un cuerpo de personas altamente preparadas con cualidades técnicas y un profundo conocimiento de las leyes y el sistema jurídico, pero sin la plasticidad cerebral necesaria para tomar conciencia de los grandes valores, habilidades y destrezas que permite la riqueza cultural. Así, el objetivo del libro es despertar en el abogado la conciencia de la dimensión genuinamente literaria de su actividad profesional, pidiendo y esperando de su profesión las habilidades de un buen lector, de un crítico literario y de un escritor artístico, mediante el cultivo de capacidades como la empatía, la imaginación y el análisis de la experiencia humana, puestas al servicio del progreso moral y de la justicia.

Pero está claro que esta transformación se encuentra muy lejana de la realidad de nuestro estado, donde la tecnificación y la normatividad imperan con una ligera sensibilidad hacia otras temáticas, pero en ningún caso abierto a incorporarlo más que de forma ocasional. Por eso mismo, libros como el de Teresa Arsuaga son tan importantes. Y por eso aprovechar la influencia de este movimiento para impulsar una educación jurídica humanista en nuestro país es uno de los mayores valores de esta contribución. Más allá de la capacidad de reorientar el lenguaje jurídico y dotar la práctica legal de subjetividad, empatía y otros valores humanistas, generando una madurez intelectual en todos sus practicantes y actores relacionados, otra de las ventajas que genera esta apertura a la reflexión transdisciplinaria del abogado es la reconexión con algunos de sus conceptos principales.

¿Qué es el derecho? ¿Qué es la justicia? ¿Cuándo podemos considerar que algo es justo o injusto? ¿Qué excepciones podemos aceptar y cuáles no? ¿Cómo se aplican los grandes principios de legalidad y justicia a cada práctica particular? ¿Qué significa igualdad, sufrimiento, dignidad o violencia? Una persona formada, con una huella intelectual, conoce mucho mejor esta conexión que recientemente se ha convertido en desconexión, y será más capaz a la hora de interpretar las leyes de una manera rica, compleja y crítica. En definitiva, una persona profesional capaz de llevar a cabo los cambios urgentes que demanda nuestro sistema jurídico y legal para transformar la responsabilidad social del abogado hacia una persona sensible y conocedora del mundo en el que vive.

"El objetivo del libro es despertar en el abogado la conciencia de la dimensión genuinamente literaria de su actividad profesional

Si bien Arsuaga reflexiona dentro del mundo que ella conoce, es decir, el legal y el jurídico, me reconoció en nuestra conversación que este cambio, en realidad, es muy necesario en la mayoría de los sectores profesionales hoy en día. Desde la ciencia natural, las ciencias sociales, las ingenierías, la administración pública o la empresa privada hace falta una mayor influencia de las humanidades en la materia de comprender la vida, el trabajo y la manera de hacer de nuestro día a día. Arsuaga comienza por casa, pero es consciente de que la transformación va más allá de las togas y las leyes. Los valores de las humanidades deben poder permear todas las disciplinas y fusionarlas con sus valores, conocimientos y destrezas. Por eso, más que reflexionar sobre el abogado humanista, lo que realmente necesitamos es avanzar hacia la sociedad humanista.