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Ni todo luz ni todo oscuridad, reflexiones filosóficas sobre la maldad

No aceptar la legitimidad de todo aquello que no nos gusta no lo soluciona; al contrario, lo enquista y lo hace mucho más difícil de roer

    La maldat no es pot descriure en paraules, però es pot sentir
    La maldat no es pot descriure en paraules, però es pot sentir
    Arianda Romans | VIA Empresa
    Politóloga y filósofa
    25 de Mayo de 2025

    La gente escribe muchas cosas sobre cuando vuelven a lugares que les han hecho felices, pero no sobre lo que pasa cuando vuelves a lugares donde has sentido dolor. Lugares que te han hecho sentir sucia, mala, que olvidabas tu esencia. Hay lugares donde te prometiste no volver, pero la vida te ha puesto de cara y a los cuales no tienes más remedio que aceptarlo y comportarte como es propio en sociedad. A pesar de que después, en casa, llores y te enfades por no haber hecho o dicho lo que realmente te apetecía hacer. La maldad no se puede describir en palabras, pero se puede sentir. Y aquella tarde sentí mucha, de maldad.

     

    Me cuesta aceptar la existencia de la maldad. Y aún más por ser una de aquellas personas que sentimos grandes remordimientos de conciencia por las cosas más absurdas y cotidianas. Los modernitos dirían que es porque soy Piscis, yo digo que es porque soy ingenua y un poco ilusa.

    No aceptar la legitimidad de todo aquello que no nos gusta no lo soluciona; al contrario, lo enquista y lo hace mucho más difícil de roer

    En esto de la aceptación del mal, las filosofías orientales nos llevan años de ventaja. El equilibrio entre aquello que llamamos "el bien y el mal" en Occidente se ha transformado en una negación completa de la segunda y una reivindicación desproporcionada de la primera. Y no sólo no es justo, ni verdadero, sino también altamente doloroso: no aceptar la legitimidad de todo aquello que no nos gusta no lo soluciona; al contrario, lo enquista y lo hace mucho más difícil de roer.

     

    La culpa es el gran elefante en la habitación de nuestras sociedades contemporáneas, y el mecanismo que hemos encontrado para gestionar la irritable presencia de la maldad en nuestras vidas. Si piensas que una cosa que no va bien es por culpa tuya, en realidad de lo que te estás convenciendo a ti misma es que tienes la posibilidad de cambiarlo. Pero esto no es ni verdad ni necesariamente bueno para nosotros. Y justamente por nuestra incapacidad de gestionar esta culpa, sufrimos en circunstancias en que podríamos no hacerlo o hacerlo en mucha menor medida.

    Mi madre me explica que su terapeuta le ha explicado que, cuando sienta sentimientos asfixiantes, los expulse con un gesto físico o una frase. Me ha dicho que de momento sólo lo ha probado en casa, pero que se presenta bastante prometedor. "Di basta, hasta aquí, y haz una patada al aire". Me reconoce que es una solución mágica, pero que funciona.

    Pero volvamos a la maldad. A menudo nos cuesta entender por qué alguien que puede hacer el bien decide hacer daño. El mal no sólo es cruel, sino también completamente destructor e inhibidor. Cuando haces cosas buenas, el corazón se expande y lo que haces se convierte en una extensión que transpira, transpira y transporta en todos nuestros alrededores. Como describió San Agustín de Hipona, el mal no es nada más que ausencia de bien que proviene de la mala utilización de su libertad.

    A diferencia de San Agustín, Immanuel Kant ve el mal como una decisión activa de subordinar la moral al egoísmo. Para el filósofo de la Ilustración alemana, que promueve una ética basada en la razón y el deber, el mal moral se manifiesta cuando un individuo elige el interés propio por encima de lo que se supone que debe hacer; su deber como ciudadano e individuo, que para el filósofo es la máxima responsabilidad que tiene cualquier persona. Kant, así, no sólo percibe el mal como una elección intrínsecamente mala, sino una irresponsabilidad existencial y colectiva.

    A diferencia de San Agustín, Immanuel Kant ve el mal como una decisión activa de subordinar la moral al egoísmo

    En la línea de autores con un gran sentido de la moral encontramos a Simone Weil, filósofa del siglo XX que, con un pie en la mística cristiana y otro en el activismo político, defendía que el mal es una realidad metafísica y social que destruye el alma. Seguramente por su contemporaneidad con la Segunda Guerra Mundial, la filósofa francesa tiene una visión muy trágica del sufrimiento y también del mal como anulador de la persona. En su pensamiento, el mal se concibe como una lacra que hay que combatir y erradicar, y sólo un compromiso político y moral firme puede ofrecer salvación.

    Contemporánea con una tendencia mucho más racional o estructural y mucho menos mística y existencial, encontramos la famosa teorización de la banalidad del mal de Hannah Arendt. Después de vivir toda la Segunda Guerra Mundial y ser testigo de las atrocidades cometidas por el Tercer Reich, la filósofa sigue el juicio de Otto Adolf Eichmann en un contexto de post-Holocausto donde las emociones de las atrocidades aún están a flor de piel.

    Observando las declaraciones del exdirigente nazi, la pensadora llega a una conclusión y es que el mal es banal: al contrario de las tesis de sus antecesores como San Agustín (filósofo a quien centra la tesis doctoral), explica cómo el mal puede surgir también de la falta de reflexión o pensamiento crítico, de la obediencia sorda, y no sólo del odio y la perversión. Evidentemente, su tesis no es muy bien recibida en el contexto en que se encuentra, pero a partir de su diferencia respecto a otras visiones esencialistas del mal, la autora deja claro que no hay que ser malvado para hacer el mal.

    Y en esta ruptura entre las dualidades bien y mal como únicos paradigmas del pensamiento, encontramos la contribución de Friedrich Nietzsche. Anterior a Arendt en pensamiento, su crítica de la moral tradicional cristiana ya deja entreabierto que no existe tal cosa como un bien o un mal absoluto. Para el filósofo, el mal no es absoluto, sino una construcción social e histórica que hemos basado en un sistema de valores cristianos, pero que no existe una moral universal y objetiva, sino diferentes morales construidas de acuerdo con los intereses de una sociedad.

    Estos cinco autores muestran cómo la maldad ha sido teorizada de diferentes maneras a lo largo de la historia, y que si bien para algunas personas es un absoluto o una esencia, para otras es el resultado de las interacciones y reflexiones humanas. La maldad, como la felicidad, es algo amorfo que puede tomar formas y trozos de todos los rincones de nuestras vidas. Del mismo modo que todos tenemos bondad, también tenemos maldad, y algunas cosas en medio.

    Diez minutos después de hacer el borrador de este artículo, después de tener dos o tres segundos de pérdida del conocimiento, me giro y veo que no tengo mi bolso al lado. Me han robado, y se han llevado todas mis pertenencias, entre ellas el ordenador, las gafas, la agenda y un puñado de libros. Un final bastante irónico para un artículo dedicado a la maldad.