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Desde Rostov: en la desembocadura del conflicto

El comunismo colapsó por diferentes motivos, la mayoría de ellos porque es un sistema irracional

Imagen de la ciudad de Rostov | iStock
Imagen de la ciudad de Rostov | iStock
Xavier Roig VIA Empresa
Ingeniero y escritor
09 de Julio de 2023

Si alguien me hiciera calificar la ciudad de Rostov, diría que es un lugar agradable. Ya lo debía ser en la época soviética. O, en parte, gracias al comunismo, también. La imagen que me ha quedado después de haberla visitado un par de veces es la de un conjunto de parques que se van encadenando y donde se representan diferentes eventos. Yo he visto actuaciones teatrales y musicales. Y es que la época soviética dejó -solo faltaría, después de setenta años- algunas improntas que son las pocas que tendrían que permanecer cuando acaba una dictadura: unas ciudades esponjadas -libres de cualquier indicio de especulación, claro- y una sociedad culta. No políticamente. Hablo de una sociedad educada.

 

El comunismo colapsó por diferentes motivos. La mayoría de ellos porque es un sistema irracional. En sus orígenes ya va torcido. Cree en la aparición del hombre nuevo. Es decir, un individuo que no arrastre las lacras de miles de años de historia. Un ser que solo conserve las virtudes de la especie humana. Ya se ve que una tabula rasa de tal envergadura está destinada al fracaso más absoluto. Las virtudes y las lacras son parte intrínseca de cualquier mamífero, mucho más de un vertebrado tan complejo cómo es el ser humano.

Pero una de las características que me sorprendió mientras viví en Rusia es el de una sociedad culta y refinada, dentro de sus posibilidades. El comunismo, a golpe de buena educación escolar y universitaria, consiguió que la población se refinara. Y este refinamiento va en contra de la grosería de cualquier régimen totalitario. Fíjense que el paso de la dictadura comunista a la democracia -hecho que tuvo lugar durante la década de los noventa- no se vio acompañado de ningún desorden salvaje o incontrolado. Los rusos, cómo el resto de países de pasado soviético, son gente estoica. Las caricaturas que se nos presentan en Occidente son entre malévolas e ignorantes. Sufren la distorsión del tipismo interesado y vago.

 

Rusia tiene una sociedad culta y refinada, dentro de sus posibilidades

Es así que paseando por Rostov del Don me paré en una cafetería elegante. Hacía un calor horrible. El camarero -un chico joven con un inglés impecable- me pidió qué quería tomar. Mi sorpresa fue que al pedirle un spritz -bebida desconocida en la época entre nosotros- el individuo no se inmutó. Y me trajo uno en perfectas condiciones. O sea que Rostov del Don, la cual los rusos de Moscú, incluso los nacidos en la región, me lo habían ridiculizado, no era lo que me pensaba.

La ciudad es al final de una gran explanada, la que, podríamos decir, sopla desde el mar Báltico. Allá, a pocos kilómetros, al oeste, está el Mar de Azov que no es nada más que un enorme charco del Mar Negro -una bañera semicerrada por el estrecho de Kerch donde Putin construyó aquel largo puente que une la Rusia continental con la península de Crimea. Rostov se encuentra en los alrededores del Caucas, en el norte. El clima es bastante continental. En los inviernos hace frío y en verano un calor insufrible. El río Don tiene un delta importante y, cómo digo, en verano la cantidad de mosquitos que te encuentras al lado del río es literalmente fabulosa.

Pero este río es la gran riqueza de los cuatro millones de personas que pueblan el distrito (óblast en ruso) de Rostov. En la capital (un millón de personas) se acumulan las industrias de todo tipo. La tecnología mecánica, la química y la agroalimentaria tienen un peso considerable. Y es que el óblast es un inmenso campo de girasoles que producen gran cantidad de subproductos que necesitan ser procesados. Y por eso están instalados unos empresarios catalanes, conocidos míos, que tienen una planta de transformación principal en Olesa de Montserrat pero, entre otros lugares, también en Rostov del Don. Me dijeron que estaban contentos de la productividad de aquella gente que gestiona la planta rusa.

Rusia, a falta de salidas al mar que sean decentes -quiero decir que no se congelen o sean estrechas- tuvo que construir canales para transportar mercancías

El río Don es larguísimo. Casi dos mil kilómetros. De hecho, pero, es mucho más largo. Los soviéticos lo conectaron mediante un sistema de canales admirable. De tal manera que, de hecho, Rostov del Don está conectada a cinco mares: El Mar de Azov (el inmediato), el mar Negro, el Caspio, la mar Blanca (al norte de Rusia, la que finaliza a punto de llegar a la región polar) y el Báltico. Rusia, a falta de salidas al mar que sean decentes -quiero decir que no se congelen o sean estrechas- tuvo que construir canales para transportar mercancías. Y, así, aquello que entra por Rostov del Don puede llegar a San Petersburgo, pasando por regiones centrales próximas a Moscú.

La gente es apacible, como toda Rusia. La vida en ciudad, agradable. Avenidas grandes que guardan la magnificencia y teatralidad de los totalitarismos, pero también rincones y, cómo he dicho, parques amables. En Rostov observé que tienen pasos de peatones que conectan en diagonal dos esquinas diametralmente opuestas. Así como, de natural, en un cruce de calles, para ir a la esquina diametralmente opuesta hacen falta dos operaciones -se tienen que recorrer los dos lados de un ángulo recto imaginario-, en Rostov hay cruces donde el paso de peatones recorre la hipotenusa y puedes ir a la otra esquina en una sola operación. La logística de semáforos acontece sofisticada, claro.

Leo que los del grupo Wagner invadieron Rostov durante unas horas. El frente está cerca. La frontera con Ucrania es casi inmediata. Vi fotos de la gente charlando con los soldados, tranquilamente. Cómo lo hacen con cualquier visitante. Cómo lo hicieron conmigo. Debía de hacer años que no veían circular carros de combate por sus calles. Estuvieron de paso. He leído que los del grupo Wagner se fueron con Prigozhin al frente, como si fuera el gran chef con los cocineros y pinches detrás de él. Parece que se iba hacia Moscú, pero se desdijo. Y en Rostov quedaron tranquilos, relativamente, otra vez. Espero que les vaya bien en el futuro. Nada está garantizado y un lugar agradable puede convertirse en un infierno inesperado. Cosa que los rostovinos no se merecen, al menos aquellos con los que me topé cuando fui.