Después de un agosto denso, desesperante, pero vivaracho

El verano es el complemento de los 11 meses anteriores, tan importante una como la otra cara de la moneda

Després del verano, toca retomar todo allò que dejamos pausat en junio | iStock Després del verano, toca retomar todo allò que dejamos pausat en junio | iStock

Dice el refrán que "a finals d'agosto, l'hivern s'acost". Por eso, al acabar este mes, tenemos que saber muy bien donde estamos, para no encontrarnos en el fin de la calle cuando acabe este trimestre. Porque entonces, comenzaremos 2022, y aquel año no tendrá nada que ver con 2020 y 2021. Ha sido un verano denso, desesperante, pero vivaracho. Denso y desesperante porque, en primer lugar, costaba que pasaran los días a la espera de si se acababa de llenar la planta turística de nuestro litoral, cuando todos sabíamos que, en el estado actual de la pandemia, en el mejor de los casos nunca superaría el 30% o el 40% de los extranjeros; y, en segundo lugar, porque confirmábamos lo que ya era evidente: la pandemia ha impactado fundamentalmente en el turismo urbano y habrá que plantearle un futuro diferente. El resto de los sectores económicos encaran bastante dispuestos la recuperación. Ha sido a la vez vivaracho, porque nos hemos reencontrado con un referente indispensable de nuestras vidas, el ocio. Es decir, los que nos hemos podido permitir el lujo de hacer vacaciones, hemos dispuesto de más tiempo para los amigos y la familia, para los libros, para la cultura, para el deporte... El verano -los fines de semana, los días de ocio- es el complemento de los 11 meses anteriores, tan importante una como la otra cara de la moneda.

Esta ventana veraniega nos ha acercado algo más, por un lado, a la gente que hace funcionar el territorio, las tiendas, los restaurantes, los hoteles, las industrias culturales y todos el servicios; y por el otro, nos hemos sentido pueblo con los turistas de proximidad que años atrás quedaban oscurecidos, en medio de la multitud de turistas internacionales.

En este tránsito entre agosto y septiembre, hay dos hilos que hay que volver a seguir de muy cerca. El primero es el de la pandemia, que ha ingresado en otra fase, que va por largo, y seguirán otras; las que vienen habrá que afrontarlas, si puede ser, con menos tensión, menos irascibilidad, sabiendo que es un problema de todos y que solo nos podemos salvar juntos. Y el segundo, del salto definitivo que la UE ha decidido realizar en esta década hacia el cambio radical de los hábitos de consumo de los europeos que significarán una actitud diferente hacia el medio ambiente.

Saltar de pantalla

El primero de los hilos que tenemos que retomar este septiembre ya no es si salvar la economía o salvar la salud. Hemos saltado a otra pantalla. Por un lado, la vida y el bienestar son objetivos fundamentales de la sociedad y tenemos que trabajar juntos para evitar más muertes. Tanta angustia provocada por el distanciamiento necesario; se han podido cometer errores políticos, médicos y científicos en la gestión de la primera fase de la covid-19, y también de la ciudadanía, pero lo peor ha sido el espectáculo de enfrentamiento entre los partidos, entre las distintas escuelas del campo sanitario e investigador, entre los nihilistas y los positivistas. La humanidad avanza "imaginando el futuro" (El infinito en un junco, Irene Vallejo, Siruela, 2020) y no a golpes de bastón como las guerras de la antigüedad.

Esta ventana veraniega nos ha acercado a la gente que hace funcionar el territorio, las tiendas, los restaurantes, los hoteles, las industrias culturales y todos los servicios

Por otro lado, es hora de afrontar con crudeza los desbarajustes económicos que la pandemia ha causado. Hay recursos. Solo hay que usarlos adecuadamente. Nadie se puede quedar atrás, lo cual no quiere decir que no tengan que cerrar empresas. Hay muchas que la pandemia ha evidenciado su falta de competitividad, a la vez que algún sector se tendrá que enderezar profundamente. Junto con las políticas activas de fomento de la innovación, de la digitalización y del impulso a los nuevos sectores, hay que añadir los planes de salida para la muchedumbre de empresas que no han sobrevivido estos meses o que no lo podrán hacer en los próximos. Entre aquello que decía John Kenneth Galbraith de los servicios a cambio de impuestos (The culture of contentment, Houghton Mifflin Company, 1992), también entra esto. El nuevo escenario competitivo será, sin duda, poblado por empresas más robustas.

Moda ecológica

El segundo hilo es el cambio de rumbo que la UE ha diseñado para la década 2020-2030 hacia un escenario radicalmente distinto en materia medioambiental. Se trata de una política trabajada, debatida y consensuada durante años, y, sobre todo, sustentada en dos vías de financiación magnánimas. La primera, los programas de fondos estructurales y de inversión europea (EIE), dirigidos a la investigación e innovación, a la implantación de las tecnologías digitales, a la gestión sostenible de los recursos naturales y a las pymes, que suponen la mitad del montante global de los fondos. Y la segunda es la de los Next Generation EU, para paliar los efectos de la pandemia, incentivar la digitalización y relanzar Europa a largo plazo, que ya han empezado a fluir.

"No se trata de hacer aumentar la economía, sino el bienestar sostenible", según Wilkinson y Pickett

El foco está claro y los recursos financieros, también. Se trata de cambiar la mentalidad de consumir y de producir de los europeos. Esto afecta a los tipos de productos y servicios, al uso de las materias primas y las energías, a la distribución, a las infraestructuras... Sin duda, esta década es la definitiva para romper con el modelo de desarrollo de décadas, basado en la sobreproducción, en el derroche de recursos finitos, en el crecimiento descontrolado de la oferta y la carrera para incrementar los beneficios de las empresas. No se trata solo de reducir el impacto negativo de la aviación o de los automóviles en las carreteras, de comer menos carne o de apuntarse a la moda ecológica. Todo esto acontece indispensable. Se trata de analizar cada actividad humana y cada negocio a la luz de su huella ecológica y revisarla convenientemente para seguir siendo productiva para las personas y, a la vez, no destructiva para el medio ambiente.

Wilkinson y Pickett, en su libro Igualdad, aportan tres reflexiones muy interesantes. La primera es que la sostenibilidad se nos escapará de las manos si no "emprendemos cambios fundamentales en la organización social". La segunda es que, aparte de los negacionistas del cambio climático, "una de las principales razones en contra del cambio es la necesidad de estrecharse el cinturón"; y esto no gusta a nadie. Y la tercera es que "no se trata de hacer aumentar la economía, sino el bienestar sostenible", entendido como la disposición de más tiempo para los amigos, para la familia y para la comunidad.

Esta última reflexión sobre el bienestar sostenible liga perfectamente con lo que hemos hecho en agosto y nos ayuda a afrontar septiembre en mejores condiciones anímicas.

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