Desde Ciudad del Cabo: la vida en la ciudad de las fronteras

Ciudad del Cabo, una de las poblaciones con más desigualdad en el mundo, representa el contraste de una sociedad afectada por la escasez de agua

Ciudad del Cabo | Ariadna Romans Ciudad del Cabo | Ariadna Romans

Molo, 

Mientras escribo esta carta estoy viendo los rayos de Sol jugar a las sombras en Table Mountain y sus nubes pasar deprisa por encima. Este lugar podría ser el paraíso, pero no lo es. Y no lo es no por falta de materia prima, sino porque las desigualdades arraigadas en ese territorio y la dificultad de arrancarlas hacen que la vida en uno de los lugares más bellos de esta Tierra pueda ser extremadamente complicada. Ciudad del Cabo no es la ciudad más pobre del mundo, pero sí la más desigual. Las mansiones de Sea Point contrastan con las chabolas de Khayelitsha. En menos de diez kilómetros de diferencia, hay personas jugando al golf mientras otras hacen colas de largas horas para conseguir agua.

 

En menos de diez kilómetros de diferencia, hay personas jugando al golf mientras otras hacen colas de largas horas para conseguir agua

Donde las injusticias son más evidentes, los problemas son más perceptibles. Por eso a las personas que vivimos en el Norte Global nos choca tanto ver de forma tan explícita las desigualdades de un territorio. La evidencia desengañada de la pobreza y los contrastes resaltan sobre el espejismo invisibilizado de nuestro país, donde también hay retos, pero no son tan evidentes, y se sufren en silencio por los perjudicados. Pero lo que no se ve sigue existiendo.

He estado dos meses recorriendo la ciudad arriba y abajo, hablando con decenas de personas para que me explicaran en profundidad y en primera persona cómo vivían la escasez de agua y cómo les afectaba en sus vidas diarias. Durante estas semanas he hablado con todo tipo de personas: activistas, funcionarios, expertos hídricos, investigadores, trabajadoras de barrios marginales y adolescentes. También he hablado con madres, con abuelas, con personas preocupadas y con personas cuyo cinismo me asustaba cada vez que volvía al coche. He observado todos los rincones que he podido, y he vivido el agua en todas las maneras que yo no podía ni imaginar: en la ducha, en la universidad, en el mar haciendo surf, en la montaña en forma de arroyo o en una letrina. He hablado con personas que aman el agua, con personas a quienes les es indiferente y con personas que le atribuyen facultades divinas. Pero todo el mundo, al final, me reconocía lo mismo: water is life (el agua es vida).

Me gusta contar mi experiencia a mis amigos y familiares, no porque sea una historia de otro mundo, sino para demostrarles lo que yo he entendido: que esto mismo podría pasarnos perfectamente a nosotros

Me gusta contar mi experiencia a mis amigos y familiares, no porque sea una historia de otro mundo, sino para demostrarles lo que yo he entendido: que esto mismo podría pasarnos perfectamente a nosotros. A pesar de que nuestras infraestructuras hídricas sean mucho más sofisticadas y pasen mucho más controles, y de que nuestras sociedades no tengan niveles tan elevados de desigualdad, la preocupación por el agua es un problema que es y será uno de los retos centrales del siglo XXI. Damos el agua por supuesto y esto nos llevará complicaciones no tanto de gestión, como de conciencia: el agua es un recurso tan esencial que no podemos permitirnos el lujo de perder. La mayoría de las ciudadanas de barrios periféricos con las que hablé me recordaban que el agua no puedes sustituirla por nada, ya que no hay nada que puedas hacer sin agua con nada que no sea agua. Comer, ducharte, limpiar, beber, tirar de la cadena… No hay ningún elemento que pueda realizar estas tareas que no sea el agua. Pero, por ahora, parece que solo quienes sufren su escasez son capaces de otorgarle el valor que tiene para nuestra supervivencia.

También hay otra cosa que me llamó la atención, cuando hablaba sobre el agua, y va ligada a esta última cosa que he escrito. Más allá del factor de supervivencia, el agua significa muchas cosas. Los niños juegan con el agua, hacemos deporte en el agua y salimos a navegar al mar. En verano o en las zonas frías, las personas esquían o hacen muñecos de nieve con agua condensada. El agua también se utiliza a nivel estético en fuentes y parques. Con el agua regamos las flores y los jardines, y también es con el agua que nos bañamos en la playa. Con agua nos limpiamos la cara por las mañanas antes de prepararnos para el día, con el agua hacemos café, té, infusiones o bebidas gaseosas. Con agua también hacemos alcohol, con agua hacemos energía y con agua nos encargamos de que todas las infraestructuras de la ciudad funcionen. Son muchos los momentos en los que interaccionamos con el agua y somos felices, y autores como Ernst Conradie o Astrid Niemanis han evidenciado el rol que el agua tiene en la alegría de la vida, así como su rol como un recurso relacional. Cuando estaba en el barrio de Heideveld hablé con una chica muy joven que me contó que, a ella, lo que más le preocupaba cuando no tenía agua por la mañana, era no poderse lavar y peinar bien el pelo. Mientras hablaba con ella le observaba el peinado, cuidadosamente trenzado y cuidado. Para ella, no tener agua también quería decir perder una parte de la forma en que se relaciona con el mundo, y eso no es menos importante que otras tareas de supervivencia básica para una chica que aún no tiene veinte años.

Más allá del factor de supervivencia, el agua significa muchas cosas

En Ciudad del Cabo he aprendido muchas cosas, y he desaprendido muchas otras. Ha sido una experiencia hectic, que dicen allí, pero que procuro pensar tranquilamente ahora que he vuelto a mi rincón del mundo y que lo veo con más perspectiva. Sea como sea, estoy eternamente agradecida a las personas que me han acompañado en este trayecto y que me han mostrado, como si de un programa de televisión de domingo por la tarde se tratara, todo el entramado que se esconde detrás de una ciudad que trabaja día a día para evitar una gran sequía.

Hablamos en unas semanas.

Uthando,

Ariadna

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