
La ausencia de dolor -enfermedad física o mental, insuficiencia financiera, mala integración social- convierte la floración en el estado óptimo de la felicidad que corresponde al momento actual de la humanidad. Esta es la principal conclusión del estudio Nature Human Behaviour de la revista Nature, liderado por el profesor de Harvard Martin Seligman. En este trabajo, en el que se han encuestado a 200.000 personas de veintidós países durante cinco años, se consagra la floración como el estado supremo de la felicidad.
En la segunda década del milenio, un hombre y una mujer son felices si no sufren, es decir, si han adquirido el equilibrio emocional, entendido como satisfacción de vivir; si goza de salud física y mental; si su vida se mueve en verso de algún propósito; si actúa con integridad, autocontrol, compasión y gratitud; si mantiene relaciones sociales cercanas; y si ha adquirido la estabilidad financiera y material. A todas estas particularidades, los autores añaden también la espiritualidad.
Si es difícil saber qué entendemos por felicidad, más aún medir holísticamente la representación del bienestar humano
Si es difícil saber qué entendemos por felicidad, más aún medir holísticamente la representación del bienestar humano; los humanos la buscamos desde los orígenes del mundo mediante aspiraciones explícitas, secretas o sublimaciones. Ahora bien, el interés por calcularla se ha desatado contemporáneamente y ha tenido que esperar. Poco tiempo después de que se estableciera el estado del bienestar -logrado directamente gracias al incremento de la renta per cápita e indirectamente a través de la creación de numerosos servicios públicos en la mayoría de los países occidentales-, irrumpen los análisis y las reflexiones para evaluarla. Hasta 1970, no comienza la Comisión Europea su Eurobarómetro sobre la Felicidad; en 1972 aparece la Felicidad Nacional Bruta del Reino de Bután; las Naciones Unidas diseñan el Índice de Desarrollo Humano, IDH, en 1990; la Organización Mundial de la Salud su WHo-5 de Bienestar, en 1998; la OCDE, el de la Buena Vida, en 2011; y las Naciones Unidas, el Informe de Felicidad Mundial en 2012.
Más o menos, todo gira en torno al impacto de los siguientes indicadores: nivel económico, salud y esperanza de vida, libertad para tomar las decisiones, hábitat, bienestar psicológico, uso del tiempo, vitalidad de las relaciones sociales, nivel formativo y cultural, salud de la democracia y gobernanza, y equilibrio con la naturaleza.
Más allá de la espiritualidad
En este trabajo de Harvard, llaman la atención cuatro hallazgos. La primera, el dolor físico -falta de salud, estrés, preocupación financiera, insatisfacción laboral, depresión, ansiedad- condiciona negativamente el bienestar subjetivo y, por lo tanto, aunque una persona disponga de mucho dinero si no se encuentra bien no es feliz; nunca esto ha quedado tan explícito en un estudio sobre el tema.
Aunque una persona disponga de mucho dinero si no se encuentra bien no es feliz
La segunda, que los jóvenes entre 18 y 24 años aparecen como los más infelices, rompiendo la tradicional curva en forma de U de que ellos y los mayores viven en un mejor estado de ánimo; los nuevos patrones descubiertos se acercan más a una línea continua de crecimiento de la felicidad a lo largo de la vida, sobre todo a partir de los cincuenta años.
La tercera, que una buena salud familiar en la infancia impulsa una vida adulta mucho más equilibrada.
Y la cuarta, que la espiritualidad y la religión representan un factor fuerza influyente en el bienestar.
Salud, dinero y amor
Llama la atención la discordancia existente entre este estudio, y otros en lo que respecta a los países con mayores niveles de floración. Según este último de Nature, los indonesios, los israelíes, los filipinos y los mexicanos serían los más felices, y el Reino Unido, Turquía y Japón los que menos. En el trabajo de Naciones Unidas, por ejemplo, el ranking es liderado por los países más ricos, Finlandia, Dinamarca, Islandia, Israel y Países Bajos; y los menos infelices, Afganistán, Sierra Leona, Líbano, Malawi o Zimbabue, los más pobres.
En el primer caso, no sería determinante poseer mucho dinero para ser feliz. En el segundo, sin riqueza no hay felicidad. No se puede negar que la mayoría de las personas en cualquier momento de la historia se acaba adaptando a los ingresos de los que dispone y a la situación que le corresponde en cada momento; se resigna. Ahora bien, quédense con lo que quieran, pero es bien patente que, en la mayoría de los casos el bienestar se ha situado siempre del lado de los más ricos.
En el primer caso, no sería determinante poseer mucho dinero para ser feliz. En el segundo, sin riqueza no hay felicidad
Releyendo el estudio de Harvard, me vienen a la cabeza las palabras del autor argentino Rodolfo Sciammarella en la famosa canción compuesta en 1941: “Tres cosas hay en la vida: Salud, dinero y amor. El que tenga estas tres cosas que le dé gracias a Dios. Porque, con ellas, uno vive libre de preocupaciones”.
Continuamos dándole vueltas a lo mismo: ausencia de dolor, capacidad financiera y relación social. Eso sí, disponemos de instrumentos mucho más sofisticados que lo miden y sabemos qué factores impactan más o menos en la felicidad en estos momentos de la historia.