No estamos en estanflación ni en recesión, de momento

La pandemia y la guerra en Ucrania están produciendo el mismo efecto inflacionari que la llegada del oro y de la plata americanos a los inicios de la edad Moderna

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Los precios se disparan. Desde hace unos meses, se constata diariamente en los mercados, en las tiendas, en los markertplaces; están algo más reprimidos los de aquellos servicios donde el impacto de los costes de las materias primas y la energía se ha reducido, y donde los profesionales que trabajan sacrifican gajes a pesar de la inflación galopante. Diríamos que vivimos en un carrusel en el que no se sabe qué sacudida producirá la próxima voltereta, pero con la certeza de que el aparato aguantará.

La pandemia y la guerra en Ucrania están produciendo el mismo efecto inflacionario que la llegada del oro y de la plata americanos a los inicios de la edad Moderna. La voracidad extractora de los españoles y de los portugueses provocó una expansión monetaria en España de una envergadura extraordinaria, que desató una de las más importantes escaladas de precios de la historia durante unas cuántas décadas; posteriormente, hemos asistido a numerosos episodios, más o menos controlados por los bancos centrales de cada país con sus políticas expansivas o contractives. Entonces, a finales del siglo XV, fue consecuencia de la expansión económica que llevaron las toneladas de los minerales que se desembarcaban; por razones radicalmente opuestas, ahora la pandemia y la guerra han colocado la inflación el año pasado al 6,5% y en fecha de junio de este año, al 10,2%, nada que ver con la secuencia tranquila de los precios durante toda la década de 2010-2020.

Newtral ofreció el otro día unos datos concretos para rebatir a un portavoz -catastrofista, como siempre- del partido de la ultraderecha española, el cual afirmaba que España vivía una estanflación. Para se desarrolle una estanflación tendría que producirse paralelamente un segundo fenómeno: el estancamiento económico o la recesión. Ninguno de los dos tiene lugar en estos momentos. Al contrario. El 2021, la economía española creció un 4,6%; en el primer trimestre de este año, de la orden del 0,2%, al mismo nivel que Alemania y por encima de Italia y Francia; no es demasiada cosa, pero no es una tasa negativa, a la espera de las mejores expectativas para este segundo trimestre. Según los datos disponibles, a medio plazo no se puede hablar ni de lejos de recesión. La resultante de todo el año 2022 dependerá de distintos aspectos. El primero, de cómo y cuando acabe la invasión rusa en Ucrania, que determinará el nuevo mapa mundial de los precios de las energías y de los jugadores que ganarán y los que perderán imponiendo sus criterios. Y el segundo, de cuáles sean los efectos de las medidas gubernamentales; nos referimos en concreto al impacto de los contratos fijos sobre la economía, que está siendo muy positiva, y a la huella fiscal de las nuevas medidas del gobierno en favor de los más vulnerables, que evita que la brecha se amplíe y distorsione más la situación. Atendiendo estos factores, la economía española podría crecer este año por encima del 4% (4,5%, según el Banco de España y 4,3%, según el AIReF, con inflación anual entre el 7,5 y 6,2% respectivamente), en la línea de las europeas. Jordi Sevilla, exministro socialista, economista brillante e independiente, clamaba el otro día contra los catastrofistas estructurales respondiendo que los gobiernos, las instituciones y el BCE están tratando la situación como una subida de precios resultado inmediato de la guerra de estos meses más que como una situación inflacionaria de largo recorrido.

Los que se aprovechan

Volvemos a la micro, a la escalada de los precios. Suben casi todos los costes de los factores productivos de forma descontrolada y, por lo tanto, fuerzan al alza de los precios finales. El gobierno ha sido rápido esta vez al apoyar a los más débiles e intentar mitigar el golpe. A pesar de esto, entre los descontroles de algunos mecanismos de gestión económica y los que se aprovechan de la situación, a los ciudadanos oes cuesta aceptarlo, sobre todo si lo contemplan desde la perspectiva de un desfase salarial entre 3 ó 4 puntos porcentuales. No se puede incitar, como hacen algunas autoridades, a subir los precios aprovechando la situación para posicionar mejor una ciudad o una marca. En una fase económica en la cual es posible producir al coste que se quiere, las herramientas digitales permiten nuevos modelo de negocio con capacidad de ofrecer productos y servicios según la sensibilidad del cliente en cada momento: ahora no toca esta escalada infernal de precios a la que muchos se abocan.

Porque desde el nacimiento del low cost, ha aparecido una variante que ha prosperado a la era digital: frente una fijación de los precios mucho más rígida desde la oferta, ahora la sensibilidad de los clientes ha adquirido una importancia decisiva. Hay precios para todos los gustos, temporada, y canal. Esto hace que la reacción del público ante una alza descontrolada provoque reacciones como las que ya estamos contemplando estas últimas semanas. De hecho, en plena euforia de descompresión post-pandèmica, los vuelos aéreos o las reservas hoteleras iban espléndidamente finos hace unas semanas y ahora se frenan de repente; de hecho, las compras en el comercio presencial y en el ecommerce se desaceleran; de hecho, las rebajas, en suficientes trabajos están teniendo impacto en la población general; de hecho, la venta de coches no levanta cabeza; de hecho, se están observando las peores expectativas de sustitución de productos en alimentación; y de hecho, la confianza del consumidor se ha desplomado 10,1 puntos respecto a mayo, al nivel más bajo desde el inicio de la invasión rusa, según el CIS. Tendríamos que tener en cuenta qué piensa el cliente antes de incrementar un precio y aprovechar la oportunidad para reinventar el producto a precios parecidos, sobre todo si la capacidad de compra mengua bruscamente como por ejemplo. Los precios solo se pueden aumentar cuando el valor que lo rodea es superior y el cliente lo capta.

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