Pronto faltará oferta turística

El sector intenta sobrevivir a la crisis de la covid-19, pero se olvida del futuro. ¿Hacia dónde tiene que evolucionar?

El sector turístic durando y després la pandèmia | iStock El sector turístic durando y després la pandèmia | iStock

Unos recogen velas y reducen drásticamente las plantillas, venden o malvenden a fondos buitre o al primero que pide precio; o recortan costes. Otros siguen con las puertas cerradas, capean como pueden el temporal y diseñan tímidamente escenarios de salida de la pandemia. Unos últimos, con sus establecimientos abiertos o cerrados, dedican su tiempo y el de sus equipos a pensar en el futuro inmediato y en el más lejano. ¿Quién de los tres saldrá mejor parado? La covid-19 ha impactado principalmente a todo lo que afecta a los viajes. Este sector se ha convertido en el epicentro de la crisis, en la medida en la que la pandemia ha frenado en seco los últimos 12 meses la movilidad internacional; cuanto más cerca de esta ola expansiva han estado el resto de los sectores, el impacto ha sido superior.

Los parámetros de los viajes internacionales, tanto de ocio como de negocio, no han variado demasiado en las dos últimas décadas: aumento desaforado de la oferta a los destinos más multitudinarios; centralización en torno a las grandes ciudades icónicas, las playas con más renombre y los destinos más reconocidos, a caballo de la reproducción de las imágenes y las experiencias a través de las redes sociales; masificación como signo de atracción exitosa; proliferación de nuevas motivaciones para viajar que ensanchaban el sector; precios cada vez más baratos; y baja preocupación para implantar la economía circular, a pesar de hacer pequeños gestos. La mayoría de los países, de los destinos, de las ciudades, se han abocado hacia el turismo como vía rápida de crecimiento, de enriquecimiento. Gracias a los impulsos endógenos, el sector turístico español fue capaz de sobreponerse en pocos meses a la crisis de 2008. Y se convirtió en cabeza de puente para la salida del resto de los sectores. La innovación y los primeros adelantos hacia la digitalización fueron los motores del cambio de una parte de las empresas turísticas. Las encuestas de los últimos 10 años coinciden en que la mayoría de las grandes empresas del sector, unas cuantas de las medianas y pequeñas avanzan a buen ritmo hacia la innovación y el cambio de modelo. Pero cerca de dos tercios del global están al margen de esta transformación. El resultado es elsiguiente: un sector que cada vez ocupa más espacio y recursos para desarrollar su actividad, con el inmobiliario como faro; que sigue anclado en antiguas cadenas de valor (donde los cambios más destacados han sido la sustitución de los turoperadores por las OTA, las agencias de viajes online); que no ha dado el paso definitivo hacia la centralidad en torno al consumidor; y que sigue siendo el primer sector español en empleo, pero mantiene el récord de los salarios más bajos y la precariedad más elevada.

Abandono de las pymes

No está nada claro que los mismos que produjeron el impulso del turismo durante la crisis de 2008 puedan reproducirla ahora. ¿Por qué motivos? Sin contar con el tiempo que cuelgue hasta desactivar el episodio vírico, llevamos un año con los flujos de turistas paralizados. La capacidad de maniobra de la mayoría de las compañías ha quedado exhausta. De hecho, la aportación del turismo al PIB de 2019 fue del 12,4% (INE, 2019), mientras que en 2020 se sitúa en el 4,3% (estimación Exceltur, 2021). Un sector donde el 77% de las empresas tienen menos de dos empleados y sólo el 0,4% de las 400.000 que se dedican al turismo en España cuenta con más de cien empleados (INE, 2020), ha pasado el desierto sin apoyo directo. Los ERTE y los créditos ICO, más algunas pequeñas cantidades testimoniales entregadas directamente a las empresas por algunas comunidades autónomas, no han sido una respuesta adecuada para este sector tractor de la economía.

No se han visto en ninguna parte los efectos del liderazgo turístico español al que nos obligaría la cantidad de turistas recibidos, el número de trabajadores y la facturación global: ni a la hora de amparar el sector, ni de avanzarse a diseñar rutas y corredores burbuja –si es que no eran prematuros-, ni ser pioneros en pasaportes y vacunación, ni mucho menos, en diseñar escenarios de futuro. En este sentido, se contempla con envidia como Francia y Alemania han protegido sus joyas de la corona, los vinos y las pymes, respectivamente, con apoyos directos o créditos puente en forma de subvenciones a fondo perdido. En un momento como este, donde la actividad económica ha sufrido un espasmo mortal, muchos países han blindado al más valioso creador de riqueza que tenían y distintivo de país.

En todos los escenarios llegarán menos turistas, pero con más exigencias de seguridad, de higiene y medioambientales; pero vendrán con mayor disponibilidad para pagar más, si la oferta reúne todas estas condiciones

Las grandes empresas del sector están implicando a las administraciones en proyectos de reestructuración de los destinos bastante interesantes, algo indispensable para avanzarse al futuro. Pero quien sufren más son las pymes y las más pequeñas. Van como pollo sin cabeza en busca de apoyos para la supervivencia. En estas condiciones, todas en general saldrán esmirriadas, depauperadas, sin músculo, sin capacidad, pero una parte importante de las pymes y las micro serán expulsadas del mercado. Alguien dirá: "Muy bien, la pandemia nos ayuda a retirar del mercado la oferta improductiva". Pero se equivoca. Primero, porque ni de lejos las pequeñas y medianas empresas son las menos competitivas. Y segundo, la más importante, con este zarandeo, reduciendo oferta por falta de auxilio, desaparecen competitivas y no competitivas de forma indiscriminada.

Pensemos un momento en los escenarios escurridizos que se dibujan cruzando la evolución del virus, el logro de la inmunidad de rebaño, la capacidad de crear destinos burbuja libres de pandemia y la conducta de los viajeros. En todos estos llegarán menos turistas, bastantes menos, pero con más exigencias de seguridad, de higiene y medioambientales. Renegarán de la masificación, mientras reclaman experiencias más íntimas, más anfitriones que servicios. Prevalecerán los productos, los destinos, las rutas esponjadas, el uso intensivo del transporte menos contaminante, el consumo radical de productos kilómetro cero, establecimientos menores, espacios más anchos. Es verdad que los turistas vendrán con mayor disponibilidad a pagar más, si la oferta que les servimos reúne todas estas condiciones.

Mientras se busca posicionar al país en nuevos sectores tecnológicos e industriales, no habría nadie tan bobalicón que eche por la borda la experiencia de 60 años dedicados al turismo

Muy bien. Un año después de haber estallado la era de las pandemias, seguimos paralizados sin saber qué hacer, dedicando gran parte de las energías a las reclamaciones de ayudas directas. Poco hemos avanzado en diseñar los destinos, las ciudades, los lugares que reclama el futuro turístico. No podemos afirmar que no sabíamos nada. Pocos elementos del nuevo escenario aparecen por arte de magia. La mayoría de las tendencias tienen una década de cocción, y muchas, dos; su captura, síntesis y aplicación se han ido retrasando porque todo iba bien, seguían viniendo los turistas en masa, y cualquier cambio en el modelo hacía temer que pudiera repercutir en el empleo.

Blindaje del sector

Ahora hay una oportunidad virtuosa para replantear el sector aprovechando la pandemia. Se trata (¿se trataba?) de blindarlo, de forma que se plantee el salto hacia este escenario cierto-incierto, pero radicalmente distinto del que hemos tenido hasta 2020. El apoyo directo a las empresas del sector puede (o tendría que) tener un doble efecto. El primero, salvar un sector clave de la economía para los próximos 20 años. Y el segundo, a medida que se aplica, implantar condicionadamente las líneas de competitividad del futuro a las que se tendrían que adherir todas las empresas que quieran disfrutar de los apoyos directos. Muchas saldrán de esta; otras nuevas entrarán al mercado; pero no podemos negar la desaparición de empresas por incapacidad de lograr la competitividad deseada. A todas estas, habría que aplicarles adecuados planes de salida. Es la única forma de que no acabe en falta de la oferta necesaria para mantener el liderazgo turístico dentro de la economía. Mientras se busca posicionar al país en nuevos sectores tecnológicos e industriales, no habría nadie tan bobalicón que eche por la borda la experiencia de 60 años dedicados al turismo, disfrutando de recursos de todo tipo, talento e historia. Es una buena inversión invertir recursos en la transformación del sector, en base a nuevos modelos de negocio basados en una intensa y directa relación con el cliente.

En el Reino Unido, donde nos golean en porcentaje de población vacunada más que aquel 2-3 en Sevilla en la Copa de las Naciones de hace un par de años, diseñan la hoja de ruta del desconfinamiento con la fecha inalterable del 1 de mayo, a base de certificados de vacunación y PCR gratuitos. En Australia, estudian cómo implantar en dos meses una burbuja de viaje para las islas del Pacífico. Mientras allí avanzan, aquí algunos hacen volar palomas diciendo que en Pascua volverán los turistas como antes, o han estado dudando hasta el último momento de si celebrar o no Fitur en mayo (como si, en el peor escenario, no hubiera la posibilidad de hacerlo virtualmente). El inmovilismo -siempre, pero en las crisis, más todavía- conduce a la pérdida directa de competitividad. Las autoridades sanitarias son las que tienen que marcar el camino. Y la clase política se tiene que dejar de cuentos y aprovechar la oportunidad para preparar el nuevo escenario.

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