Hacer el agosto

El gasto ha ido de mayor a menor; euforia, primero; constreñimiento, después

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Releer a Brassens tiene a veces consecuencias inéditas sobre la economía. Más todavía, si se saborea tranquilamente en verano y se trata de la edición bilingüe franco-española de Nordicalibros (2021). El poema “Rezo para que me entierren en la playa de Sète” acaba recordando a los faraones, a Napoleón y a los grandes hombres del Panteón: “¡Cuánto le envidiaréis su veraneo eterno, / paseando en patín, por las olas, su sueño/ a este muerto de vacaciones!”. Los que tienen la suerte de disfrutar de unas cuantas semanas de veraneo en el Mediterráneo -unos 400 millones de personas llegan anualmente a la principal zona turística del mundo- entenderán lo del “veraneo eterno” o lo de “muerto de vacaciones” del ilustre poeta enterrado en el cementerio Le Py de la ciudad occitana; máxime si se adereza con la fruta de la temporada, la sandía, el melón de sapo, la ciruela claudia, la pera blanquilla, la grosella o el paraguayo.

Parecería que durante estas semanas del primer verano después de la pandemia se hubiera corrido un tupido velo sobre los hechos reales: el eterno ataque estival israelí a los palestinos y las decenas de muertos; la invasión rusa a Ucrania, que no cesa; los pinchados de la sumisión química; el atentado a Salman Rushdie; los desplantes de la derecha española a la solidaridad europea que nos exige restringir el consumo energético; el traspiés diplomático de la Pelosi en Taiwán; los precios en alza que se moderan; el ruido en torno a la res económica, sin datos que hagan prever un otoño recesivo. Estos acontecimientos se han vivido en sordina, informados por los suplentes de las grandes figuras de los medios de comunicación, que en muchos casos han mejorado a sus jefes; incluso Twitter ha ido más escaso, aunque con reflexiones mucho más enjundiosas. Con baja intensidad, han aparecido los temas del calor, cambio climático, causante de la menor cosecha de cereales o calabacín, además de otro montón de productos hortícolas, o del avance de la vendimia; las tormentas indiscretas; la baja pluviometría; los incendios; la escasez de cubitos de hielo…

En tiempos normales, las vacaciones suelen costar a los españoles entre 60 y 70 euros diarios si se viaja por España y entre 100 y 130, si se va al extranjero

Si las noticias explicadas por los suplentes se han vivido en sordina, y los calores, las tormentas y la escasez de lluvia y cubitos no se han convertido en motivo principal de conversación, ¿de qué se ha hablado este agosto durante los juegos de mesa -aumento espectacular de la facturación estos días-, en las playas, en el mar, en las comidas familiares, en las veladas de amigos, en los espectáculos al aire libre, en los restaurantes, o en los largos paseos urbanos o a través de la variopinta naturaleza? La verdad es que en este período se habla menos y se disfruta más del contacto, del juego, de los actos familiares y sociales, de los reencuentros, del descanso activo, de la lectura extensiva, de los paisajes vividos, de la gastronomía trabajada... Expansión de afectos. Eso es el “veraneo eterno” del que hablaba Brassens, al que los ciudadanos libres de Grecia y Roma dedicaban todo su tiempo; teorizaban, contemplaban, gobernaban. El número de ciudadanos libres contemporáneos resulta hoy sustancialmente superior al de entonces, hasta abarcar las clases altas y a una parte importante de las clases medias, a la espera de que la utopía de una mayor productividad permita que toda la población sea invitada.

Quién paga la fiesta

En tiempos normales, las vacaciones suelen costar a los españoles entre 60 y 70 euros diarios si se viaja por España y entre 100 y 130, si se va al extranjero (Familitur, 2021). A pesar de la inflación, se van a producir escasas diferencias en el gasto vacacional de este año respecto al del año pasado. El presupuesto de las vacaciones es inelástico: se suma la paga extra a la cantidad que se ahorra la familia por no permanecer en casa y, en este caso excepcional- se añade una pequeña parte del ahorro acumulado durante la pandemia; eso es lo que se gasta, alcance la inflación al 2% o al 10%; es decir, dependiendo de la situación, restaurante o comida en el hogar, visita o paseo y helado; más o menos días. El entusiasmo por la primera salida tras la pandemia hubiera podido aumentar el presupuesto, por lo ahorrado durante estos meses, pero no está el horno para bollos y el gasto ha ido de más a menos; euforia, primero; constreñimiento, después. Restringido, como en los últimos años.

Nos llevaremos una gran sorpresa a finales de año. El gasto medio aplicado a las vacaciones durante 2022 resultará ligeramente superior a los 914 euros de 2021, pero no alcanzará los 1.200 euros de promedio de 2019. En tiempo libre, ocurrirá algo parecido. ¿Quién ha llenado las playas y los lugares turísticos? Los viajeros de proximidad, como el año pasado, pero, sobre todo, los extranjeros, que han superado en la mayoría de los destinos el nivel anterior a 2019. Los franceses y los extranjeros han redescubierto las costas catalanas y españolas, desembolsando más, aunque reduciendo el gasto.

El gasto ha ido de mayor a menor; euforia, primero; constreñimiento, después

La restricción del presupuesto de las vacaciones permitirá enfrentarse con bastante tranquilidad a un septiembre en el que el sentido común de las familias reducirá a su vez el consumo en épocas recesivas, aunque no se produzcan. Por si acaso.

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