Inteligencia Artificial y desarrollo humano

El machine learning y las tecnologias que utilizan la IA deben gestionarse y regularse para que sirvan a las personas y no se conviertan en mecanismos para su control

La robotització de muchas tareas obligará al poner foco en el talento y el factor humano | iStock La robotització de muchas tareas obligará al poner foco en el talento y el factor humano | iStock

Desde el inicio de la pandemia la comunidad técnica y científica mundial se volcó en usar Inteligencia Artificial para controlar el coronavirus, realizando diagnósticos más rápidos y precisos, acelerando la secuenciación del genoma o diseñando robots destinados a procesar PCR o a la desafección y limpieza. Una aplicación de la IA que le ha puesto en el foco mediático, evidenciando, a la vez, que es utilizada en gran número de actividades, tanto en el ámbito profesional y productivo como en las interacciones sociales y en los procesos de información.

De hecho, la IA está presente en muchas de las tomas de decisión. No siempre su uso es en favor de la seguridad y la libertad de las personas, a veces también se usan para controlar o alterar los códigos de conducta, condicionando nuestras decisiones. En este contexto, es lógico que se abran debates que muchos de ellos concluyen que sus posibilidades son casi ilimitadas, atendiendo que pueden desarrollar una gran variedad de actividades mejor y más rápido que los humanos. La pregunta recurrente es si los humanos podrán ser reemplazados por robots materiales, máquinas o inmateriales, softwares que se ejecutan en el ciberespacio. De hecho, en la Reunión Plenaria de la Global Partnership on Artificial Intelligence (GPAI), celebrada el pasado noviembre en París, se explicitó que "el motor que determinará la geopolítica, la economía y la sociedad son los datos y los algoritmos de IA". Probablemente por esa razón, EEUU destina al desarrollo de la Inteligencia Artificial unos 45 mil millones de € al año, China unos 20 mil millones (según la OCDE). Sorprendentemente, los países de la UE sólo destinamos 1.750 millones al año, una cifra que debe reconsiderarse si se quiere asegurar el progreso colectivo de la Unión en un mundo convulso y frágil, como ha evidenciado la pandemia.

No siempre se usa la IA en favor de la seguridad y libertad de las personas, a veces también se utiliza para controlar y condicionar nuestras decisiones

Sin ninguna duda, La Inteligencia Artificial ha impregnado nuestro día a día. De hecho, interactuamos continuamente con ella. Estamos rodeados de elementos que utilizan la Inteligencia Artificial, desde las aplicaciones del teléfono móvil, el correo electrónico y los buscadores de internet, corremos un riesgo real de que seamos despojados de nuestros derechos, si no se evita la vigilancia masiva, el sesgo algorítmico y se asegura la transparencia y la capacidad de controlar nuestros datos personales y borrarlos.  También, sin olvidar las aplicaciones militares, no se debe ignorar su uso en campos tan complejos como en la redacción de textos, la IA GPT-3 es capaz de producir textos, que simulan la redacción humana, con un nivel que hace difícil distinguirlos de los escritos realizados por humanos o su aplicación en el diseño de los xenobots, robots vivientes, por técnicos y científicos de las universidades de Vermento, Tufts y Harvard.

Los elementos dotados de Inteligencia Artificial nos ayudan, nos condicionan y a menudo deciden por nosotros.  Por ello se requiere que en su desarrollo y aplicación se apliquen códigos éticos para asegurar que, su intensiva presencia, no se convierta en un recorte de libertades y evitar que la IA tome decisiones sesgadas, discriminantes o éticamente inadmisibles, que puedan ser perjudiciales para ciertos colectivos en beneficio de unos pocos. Es preciso que productos y servicios con IA permitan mejorar el bienestar y la calidad de vida de todas las personas y, a su vez, ayudar a facilitar un desarrollo sostenible y justo.

Los elementos dotados de inteligencia artificial nos ayudan, nos condicionan y en ocasiones deciden por nosotros

Un conjunto de potenciales riesgos, para los cuales la legislación no están preparadas siendo necesario directrices y recomendaciones, ampliamente aceptadas, para que en su desarrollo no se incluyan criterios, que puedan ser nocivos para los humanos. Es en este contexto que hay que celebrar que los 193 Estados Miembros de la UNESCO aprobaran la última semana de noviembre la primera recomendación mundial sobre ética de la inteligencia artificial. Un documento que debe conocerse y estudiarse, estando, a su vez, vigilantes, porque puede que no sea seguido por todos los países, en especial aquellos tecnológicamente más avanzados y que más invierten

No debería haber dudas que la IA nos va a cambiar la forma de hacer las cosas. No podemos ignorarlo. El reto está en usarla para articular un mundo más sostenible con servicios inclusivos optimizados y mejores, sin olvidar que una máquina podrá imitarnos, porque puede reconocer nuestras expresiones, actitudes y gestos que evidencian nuestro estado emocional. Pero emocionarse no se rige sólo por criterios técnico científicos, por ello las IA, hoy por hoy, son incapaces de sentir, simpatizar o empatizar. Las máquinas podrán ser inteligentes, pero no sabias, esta es la cualidad intrínseca del ser humano que hay que potenciar, ahora más que nunca, dedicando recursos a formación y potenciación del talento humano.

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