Más allá del 92: la vocación olímpica de Barcelona

30 años después, la cita histórica es recordada y analizada con la añoranza y la mirada crítica que suelen acompañar al paso del tiempo

Acto de inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 | Europa Press Acto de inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 | Europa Press

Hoy hace exactamente 30 años que se inauguraron los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, el evento mundial que cambió la historia de la ciudad. Las decisiones que se tomaron durante la celebración de los Juegos -entre el 25 de julio y el nueve de agosto de 1992- y los 10 años previos marcaron el rumbo de Barcelona, desde urbanísticamente hasta la percepción internacional del territorio. Barcelona se abrió al Mediterráneo, con la construcción de la Villa Olímpica del Poblenou y el Puerto Olímpico, pero también se abrió al mundo: abrazando un nuevo tipo de turismo y atrayendo nuevos modelos económicos. La cita histórica, que tuvo un impacto económico de más de 18.600 millones de euros, es recordada y analizada tres décadas después, con la añoranza y la mirada crítica que suelen acompañar al paso del tiempo.

"La flecha que lanzó el atleta Antonio Rebollo cayó en el centro del pebetero. La llama prendió y el estadio entero lanzó un grito de emoción y sorpresa. Los Juegos de la XXV Olimpiada estaban abiertos. El Rey de España se había dirigido poco antes a todo el mundo. 'Bienvenidos todos a Barcelona', dijo en catalán el monarca." Así relataba El País, un día después, la ceremonia inaugural del evento deportivo, que tuvo lugar en el Estadio Olímpico de Lluís Companys -en aquel momento denominado únicamente Estadio Olímpico- y que contó con más de 70.000 espectadores en directo y miles de millones que lo siguieron a través del televisor.

La vocación olímpica de Barcelona

A continuación procedió Pasqual Maragall, alcalde de Barcelona, quién tuvo un papel fundamental en la candidatura de los Juegos: "Ciudadanos del mundo, hace 56 años se tenía que hacer una olimpiada popular en este estadio de Montjuic. El nombre del presidente de la Olimpiada Popular está grabado allá arriba, en la antigua puerta del maratón. Se llamaba Lluís Companys". Maragall inauguró su discurso recordando la Olimpiada Popular (1936) que nunca se celebró, debido a la guerra civil, y que habría encabezado el presidente de la Generalitat Lluís Companys, fusilado al acabar la guerra civil, en 1940.

Maragall: "El nombre del presidente de la Olimpiada Popular está grabado allá arriba, en la antigua puerta del maratón. Se llamaba Lluís Companys"

Pero este no fue el primer intento fallido de Barcelona para acontecer la ciudad olímpica: la primera candidatura fue la de Juegos Olímpicos de Verano de 1924, que finalmente ganó París, y por la cual se había construido también un estadio, el Estadi Català, eclipsado años más tarde por el Estadio de Montjuic (1929). Hoy en día se conoce como el Campo Municipal de Rugby La Foixarda.

A estos dos intentos, se suma otra candidatura fallida: la de 1972, un proyecto que se vio frustrado dos semanas antes de que se cerrara el plazo de presentación de las candidaturas. En diciembre de 1965, cuando Madrid se presentó a última hora y el Comité Olímpico Español la escogió por delante de Barcelona. La candidatura madrileña, pero, tampoco ganó y los Juegos Olímpicos de 1972 se celebraron en Múnich, que se vieron oscurecidos por un atentado terrorista, con rehenes y una masacre que se llevó la vida de 12 personas.

A la cuarta, la vencida

A la cuarta, en este caso, vino la vencida. Barcelona celebró los Juegos en 1992 después de 68 años de intentos intermitentes y cumplió su sueño olímpico. 9356 atletas, 169 países, 257 acontecimientos, 35.000 voluntarios, 1.876 millones de euros de impacto económico y un gran legado de infraestructuras que se edificaron o rehabilitaron para la ocasión y que supusieron una mejora para la ciudad, su potencial y su movilidad.

En la vertiente de los intangibles, los JJ.OO. "pusieron en valor la modernidad de la capital catalana y otros atributos preexistentes como su posición geoestratégica privilegiada en el Mediterráneo cerca de los principales mercados emisores europeos y con su clima o su patrimonio natural y cultural (arquitectónico, artístico, gastronómico...)", explica el profesor de Estudios de Economía y Empresa de la UOC Joan Miquel Gomis, indicando que esta apuesta "posteriormente se ha querido imitar en otras ciudades olímpicas, sin los mismos resultados". Un ejemplo de esta puesta en escena es la Olimpiada Cultural, un evento alternativo a los JJ.OO. que ofreció actividades culturales durante los cuatro años previos a la celebración de los Juegos y que sirvió para calentar los motores olímpicos y crear una expectación e ilusión social hacia el evento.

El reto clave: la movilidad

"Con los JJJOO se intentó aprovechar la oportunidad de canalizar inversiones que la ciudad necesitaba", explica Gomis, con el objetivo "de dar un impulso a la ciudad y de rebote también al conjunto de Catalunya", añade. Fueron los años del Barcelona, posa't guapa. Se amplió y mejoró el aeropuerto del Prat, se creó la Villa Olímpica, el Palau Sant Jordi y el Puerto Olímpico, se construyeron hoteles, las Torres Mapfre y la Torre de Collserola, y se remodeló y amplió la red viaria barcelonesa, con las rondas de Dalt y Litoral. "La ciudad de los 15 minutos empezó entonces", indicó Cristina Salvador, fundadora de la agencia Both, People & Comms, en una mesa redonda organizada en Casa Seat con motivo de la exposición Barcelona 92: el impulso de una ciudad. Y no es una exageración: se quisieron conectar 33 kilómetros en 15 minutos en coche.

Salvador: "La ciudad de los 15 minutos empezó entonces"

Antes de la creación de las rondas, la ciudad tenía una movilidad compleja. "En la calle Aragón era imposible circular y las rondas liberaron el tráfico", explicó Estanislau Roca, catedrático emérito del Departamento de urbanismo y ordenación del territorio UPC, en la Casa Seat.

Lluís Millet y Sierra, doctor arquitecto que formó parte de la transformación urbanística de Barcelona ya desde 1981 (11 años antes de la celebración de los Juegos), reafirma la visión de Roca: "El Plan de Cerdà estaba inacabado. Aragó no acababa, Via Augusta no acababa. La ciudad estaba llena de tapones que te impedían circular y, además, todo el tráfico a través, tenía que pasar por dentro de Barcelona", hecho que generaba una cantidad de atascos muy grande. El primer reto, afirma Millet, "fue deshacernos de todos los tapones y nudos". No les preocupaba donde se haría el bádminton o la lucha libre, sino la movilidad dentro de la ciudad. Finalmente, las rondas redujeron el tráfico dentro de Barcelona hasta un 30%. Menos mal que no hicieron la Ronda Litoral con semáforos, como en un inicio habían llegado a planificar.

Millet: "El Plan de Cerdà estaba inacabado. Aragó no acababa, Via Augusta no acababa. La ciudad estaba llena de tapones que te impedían circular"

Según el catedrático de Transporte de la UPC Mateus Turró, "Barcelona era una ciudad en decadencia, una ciudad de provincia". Nada que ver con lo que se convirtió después. Un ejemplo lo pone con el Port de Barcelona : "a finales de los años 70 y principios del 80, el Port de Barcelona quería ser como el de Marsella. Hoy en día, ya le gustaría al de Marsella ser como el de Barcelona".

El gran cambio: el turismo

A pesar de que los efectos de los Juegos en el turismo no fueron inmediatos, sino que "fueron también fruto de campañas de promoción posteriores" -según detalla Gomis-, los Juegos Olímpicos del 92 supusieron un cambio significativo en el turismo a Barcelona: "El perfil del turista vivió una transformación". Si bien en 1922, solo el 22% de los turistas llegaban a la ciudad por vacaciones y ocio y la gran mayoría lo hacía por cuestiones profesionales, "desde hace años, esta relación es inversa y predomina el turista vacacional", afirma Gomis.

Gomis, sobre el turismo en Barcelona: "no se preveía un crecimiento tan espectacular como el que finalmente se ha producido"

Además, la ciudad vivió posteriormente una explotación turística. Si en 1900 pernoctaban en la ciudad 1,7 millones de turistas anuales, pocos años después esta cifra ya era tres veces más grande. Y en el 2019, año prepandémico, fueron 19,5 millones. Según Gomis, pero, "no se preveía un crecimiento tan espectacular como el que finalmente se ha producido y esto lo demuestra el hecho de que, durante la celebración de los Juegos, un porcentaje significativo de plazas de alojamiento de la ciudad se canalizaron a través de cruceros contratados temporalmente para cubrir la demanda puntual de aquellos días". La medida se tomó por el miedo a crear una oferta hotelera excesiva para la ciudad que después no se pudiera utilizar. De hecho, en caso de que la demanda turística postolímpica no fuera suficiente, también había previsiones de transformar hoteles en edificios de oficinas. En la estrategia de los juegos, "el turismo jugaba un rol importante, pero no único", afirma Gomis.

¿Y hoy? Falta de consenso, falta de estrategia

Ahora, 30 años más tarde, Barcelona echa de menos el consenso institucional que tuvo la ciudad en su planificación estratégica para las Olimpiadas. El escenario ha cambiado, la ciudad ha envejecido y hay que actualizar infraestructuras y reflexionar sobre el modelo económico del municipio, la articulación metropolitana, la movilidad, la energía, el modelo de turismo... Hace falta una dirección estratégica que "incorpore los tres ejes básicos de la sostenibilidad, económica, social y ambiental, que en la época de planificación olímpica no tenían la relevancia actual", afirma Gomís.

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