Liderazgo emocionalmente saludable

Un líder competente e inspirador debe lograr transmitir motivación a sus compañeros, y para ello es esencial tener en cuenta cuestiones como la salud mental de estos

La importancia del liderazgo emocionalmente saludable | iStock La importancia del liderazgo emocionalmente saludable | iStock

El liderazgo ha sido definido de múltiples maneras en los últimos años. En algunas ocasiones, se ha puesto el foco en las competencias de gestión del líder. A menudo, se habla de saber motivar al equipo y, por supuesto, en términos empresariales, siempre aparece como objetivo conseguir el máximo rendimiento. Hace ya muchos años que se sabe que los equipos que están motivados trabajan más y mejor y que el engagment es un factor clave en el funcionamiento de las organizaciones actuales. “Cuida a tus colaboradores y estos darán lo mejor de sí mismos”. Numerosos estudios avalan estas afirmaciones.

Pero es menos frecuente oír hablar de salud mental en el trabajo y de cómo determinados tipos de liderazgo contribuyen a que los miembros del equipo estén bien emocionalmente y a que las dinámicas organizativas y grupales sean saludables. En 1939 Freud fue preguntado por una periodista sobre qué era un hombre sano y él respondió “aquel que es capaz de amar y trabajar”. Evidentemente, hoy podemos ampliar esta respuesta matizando que no se trata de amar o de trabajar a cualquier coste, pues ya sabemos que las relaciones afectivas que no son saludables (y de la misma forma con las profesionales) nos pueden generar mucho malestar e incluso llegar a producir un gran sufrimiento psicológico que, en los casos más extremos, puede derivar en un problema serio de salud mental.

Es por ello que, cuando hablamos de liderazgo saludable, nos referimos concretamente a aquél que promueve el bienestar emocional propio y de los colaboradores como base para la consecución de los objetivos marcados sin renunciar a la salud física y mental. No hay que olvidar, sin embargo, que al trabajo vamos a trabajar, a conseguir objetivos. Si estos suponen darle un sentido a lo que hacemos (a nuestro esfuerzo) y sentimos que hacemos una contribución a la sociedad, estaremos en la situación óptima.

Cuando hablamos de liderazgo saludable, nos referimos concretamente a aquél que promueve el bienestar emocional propio y de los colaboradores como base para la consecución de los objetivos marcados

Los profesionales no deben dejar de poner el foco en la tarea, puesto que está demostrado que es la principal fuente de satisfacción en el trabajo. Cuando las relaciones profesionales (entre iguales o con el/la líder) no son saludables, a menudo, se aparta el foco de la tarea, lo que constituye una pérdida y un riesgo para los/las profesionales (y, por ende, para la consecución de los resultados). Además, también se dificulta la capacidad de trabajo en equipo, que es el principal factor protector de la salud mental de sus miembros. Las conductas individualistas y la falta de trabajo en equipo son un gran riesgo psicosocial.

Pero entonces… ¿qué hay que hacer para ejercer un liderazgo saludable?

  • En primer lugar, conocerse a uno mismo, saber qué aspectos nos generan un conflicto interno desde el punto de vista emocional y relacional y descubrir por qué. De este modo, cuando observemos el comportamiento de nuestros/as colaboradores/as, lo haremos sabiendo qué parte de lo que estamos sintiendo tiene que ver con este y qué parte con nuestras propias vivencias. Esto evitará conductas impulsivas y malinterpretaciones innecesarias.

Además, uno de los grandes retos del líder es poder contener las ansiedades y los malestares de los miembros del equipo en relación al trabajo. Para poder hacer esto, uno debe conocerse bien y saber contener el impacto emocional que esto conlleva. Esto le permitirá afrontarlo de forma adecuada hacia el equipo y hacia uno/a mismo/a.

  • En segundo lugar, un líder debe conocer a los demás. No basta con saber lo que nos dicen, conviene hacernos preguntas sobre lo que sienten. Aquí entra la escucha activa, la empatía y la mentalización (capacidad de conectar con el mundo interno propio y ajeno).
  • En tercer lugar, cuidar al equipo, facilitando aquellos aspectos que sean importantes para cada uno de los miembros, pero sin dejar de poner los límites necesarios para la consecución de la tarea y de los objetivos. La falta de límites no beneficia a nadie. En cambio, cuando se pueden establecer, ofrecemos un entorno emocionalmente más seguro para los demás y para nosotros mismos.

Un liderazgo saludable es aquél que contempla la dimensión individual, la grupal y la organizativa

  • En cuarto lugar, cuidarse. Hay que predicar con el ejemplo, es la mejor manera de transmitir la necesidad de la autocura como aspecto necesario para trabajar de forma saludable, es decir, para estar en forma y trabajar a tope y a gusto. Cabe destacar que cuidar a los demás es por sí mismo una muy buena manera de cuidarse, porque si cuidas, te cuidan. Así funcionan las cosas.
  • Por último, un liderazgo saludable es aquel que contempla la dimensión individual, la grupal y la organizativa. Nos encontramos con líderes que, ante un problema en el equipo, recurren a ayuda externa con la idea de que “arreglen el problema” (como si no fuera con ellos la cosa) o de que se ayude de forma individual a alguna persona del equipo. Pero a menudo las cosas que pasan en un equipo no se solucionan solamente atendiendo las cuestiones individuales de sus miembros, ya que en el seno del grupo pasan cosas que tienen que ver justamente con las dinámicas grupales. Y, por supuesto, muchos de los malestares también tienen que ver con decisiones organizativas. Por lo tanto, los líderes deberán contemplar estas dimensiones para poder atender correctamente los problemas que ocurren en los equipos y, en caso de necesitar ayuda externa, entender qué tipo de ayuda es necesaria en cada caso.

En resumen: autoconocimiento, interesarse por conocer al otro, cuidar y cuidarse y tener en cuenta las tres dimensiones anteriormente mencionadas. Estas competencias nos proporcionarán la posibilidad de liderar un equipo de manera saludable, aumentando la motivación hacia la tarea y, por lo tanto, la consecución de los objetivos. Reduciendo el riesgo de burntout, mejorando el clima y, en definitiva, aumentando la calidad de vida en el trabajo.

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