El 'making off' de la entrevista a Eduard Romeu

Lo que más nos sorprendió de la noche fue descubrir en Romeu a un culé de convicciones a prueba de bomba que vive su barcelonismo al límite desde muy joven

Eduard Romeu en un momento de la conversación en el restaurante Fish!!! | Carolina Santos Eduard Romeu en un momento de la conversación en el restaurante Fish!!! | Carolina Santos

¡Por fin ha vuelto La Milanesa! El pasado lunes 17 de octubre -trigésimo sexto aniversario de la histórica nominación de Barcelona para los Juegos Olímpicos- celebramos la primera entrevista de esta segunda temporada, con un inicio espectacular para un año que promete grandes alegrías, como mínimo por lo que respecta a nosotros. Hacia las ocho y media de la noche, nuestro invitado traspasó la puerta del restaurante Fish!!!, el templo del caviar y las ostras que este año nos acogerá, como ya lo hizo la temporada pasada.

Si tenemos que definir en una palabra el clima generado durante la velada, el vocablo más adecuado sería “optimismo”, que es lo que transpiraba Romeu por toda su superficie. Lo cierto es que la junta a la que pertenece asumió un club en estado comatoso y, a su juicio, los principales peligros ya han sido conjurados. Lo que más nos sorprendió de la noche fue descubrir en la persona de Romeu un culé de convicciones a prueba de bomba que vive su barcelonismo al límite desde muy joven y que nos hizo viajar a los años ochenta para recordar momentos memorables del club. Casi nos atreveríamos a decir que se destapó como un barcelonista radical, un hombre de rauxa sin ningún tipo de complejos en la defensa de los colores azul y grana. A través de su relato, recordamos desde el ambiente excitante que reinaba en la tercera gradería del Camp Nou en aquellos tiempos en que aún no había asientos y sí naranjas voladoras, hasta la final de Copa de 1983, en que antes del gol milagroso de Marcos, el Barça había regalado el empate en una jugada muy desafortunada que acabó con el joven Romeu desmayado en el suelo por culpa del disgusto. Nos atreveríamos a decir que su vida como seguidor acumula más aventuras sorprendentes incluso que su etapa como directivo.

Como ya sabemos, la llegada al Barça de Romeu fue propiciada por el aval que la empresa para la que trabaja concedió a Laporta para que el abogado pudiese ser investido como presidente. Una operación donde la lealtad sin límites de José Elías, el propietario de la empresa, hacia su directivo estrella fue fundamental para que ellos llegasen donde otros no se lo podían permitir. Una vez dentro del club, Romeu se ha encontrado tan a gusto y con tan buen encaje, que nos asegura que no ha detectado ningún cambio de trato hacia él desde que los avales desaparecieron por ley.

Eduard Romeu califica sin manías al Real Madrid de “Club-Estado” por su connivencia con las autoridades, en contraste con los palos en las ruedas que ponen al Barça

Durante la conversación, tuvimos tiempo de conocer su parecer sobre todos los temas que han estado encima de la mesa del barcelonismo, como por ejemplo aquel contrato con CVC que Tebas se empeñaba en hacer firmar al Barça como si fuese la única posibilidad existente para subsistir, o la controvertida salida del club de Leo Messi, un caso este del que cuesta tanto llegar al fondo de la verdad como del mismísimo 23-F. Eso sí, nos quedó claro que Romeu no es demasiado amigo del Real Madrid, a quien califica sin manías de “Club-Estado” por su connivencia con las autoridades, en contraste con la cantidad de palos en las ruedas que, según él, ponemos al Barça desde Catalunya mismo. También planearon sobre la conversación la ya célebre superliga europea o el comentadísimo modelo Bayern, una estructura de propiedad -nos dice Romeu- que no se adapta al caso azulgrana porque implica la transformación del club en sociedad anónima y eso, según nuestro invitado, sería una traición a sus propios ancestros.

Todos los presentes nos habíamos prometido poner el punto final de la velada hacia las once de la noche, pero el clima de pasión que se creó nos llevó, sin apenas darnos cuenta, a más allá de la medianoche, toda una muestra de generosidad con su tiempo por parte de un Romeu que la mañana siguiente tenía que tomar un avión con las primeras luces del día.

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