
En la era colonial, los imperios europeos pintaban el mundo con mapas de colores. Desde la metrópoli, el rey dictaba; el virrey ejecutaba; los gobernadores extraían recursos; los misioneros evangelizaban; y los soldados garantizaban el orden. Todo respondía a una lógica clara: explotar la periferia en beneficio del centro.
Hoy ya no hacen falta mapas ni cañones. Las fronteras son más difusas, pero el poder sigue concentrado. Los imperios se han transformado en multinacionales: no tienen bandera, pero su influencia sobrepasa la de muchos estados. Y su lógica se parece, inquietantemente, a la del viejo orden colonial.
Del colonialismo clásico a la jerarquía corporativa
Veamos esta analogía, no como una metáfora literaria, sino como una estructura funcional:
- El rey sería el CEO global, con poder prácticamente absoluto sobre los territorios donde opera la compañía.
- El virrey se parece al presidente área geográfica (EMEA, LATAM, APAC…), encargado de adaptar la estrategia global a las realidades regionales, aunque siempre subordinado a la matriz.
- El gobernador colonial hoy es el country manager, que negocia con gobiernos, gestiona operaciones… y optimiza fiscalmente, si hace falta.
- Los misioneros del siglo XXI no predican la fe, pero sí la marca y sus valores. Hoy adoptan la forma de directivos encargados de transmitir un relato coherente que inspire dentro y, sobre todo, fuera de la organización.
- Y los soldados, ahora casi sin uniforme, que son el resto de los empleados, los encargados de proteger los intereses de la empresa con su ley en la mano.
Durante siglos, las colonias exportaron oro, azúcar, algodón o caucho. Hoy, las materias primas son otras: “datos personales”, “atención digital”, “talento tecnológico”, “rentas fiscales” y, últimamente, “tierras raras”.
El objetivo sigue siendo el mismo: capturar valor en la periferia y concentrarlo en el centro.
“Así que, la globalización sin autonomía no es integración: es dependencia”.
Proteccionismo inteligente: la nueva frontera del poder económico
Durante años, hablar de proteccionismo era casi un sacrilegio en los círculos económicos occidentales. Se asociaba con el pasado, con el nacionalismo económico o con el miedo a competir. Pero el mundo ha cambiado. La globalización, y con ella el poder de las multinacionales, ha traído beneficios evidentes, pero también ha revelado vulnerabilidades profundas: dependencia de terceros, fragilidad logística, concentración tecnológica, deslocalización sin retorno, hoja de ruta predefinida y pérdida de soberanía económica.
Hoy, lo que emerge no es un repliegue aislacionista, sino una respuesta estratégica o autoinmune: un “proteccionismo inteligente”, más pragmático que ideológico.
No se trata de levantar barreras, sino de reconstruir capacidades clave, reducir dependencias críticas de terceros y reequilibrar el reparto de poder en el tablero global.
Apostar por la tecnología debe ser una decisión consciente, con visión territorial, liderazgo humano y propósito claro
En un contexto marcado por el avance acelerado de tecnologías como la inteligencia artificial, las redes 6G o los superordenadores, muchos territorios corren el riesgo de quedar subordinados a nuevas formas de dependencia digital y productiva. La clave no está en rechazar la innovación, sino en apropiarse de ella estratégica y rápidamente: utilizarla para reforzar capacidades locales, generar ventaja competitiva y construir modelos propios, resilientes y sostenibles. Apostar por la tecnología debe ser una decisión consciente, con visión territorial, liderazgo humano y propósito claro.
En el mundo occidental, las señales son cada vez más evidentes. Mientras en la Unión Europea aún se debate el contenido y alcance del informe Draghi, Washington y Londres ya han pasado a la acción. Estados Unidos y Reino Unido están implementando políticas ambiciosas que buscan reindustrializar, asegurar el suministro estratégico y reforzar la soberanía tecnológica como elementos clave de competitividad en la próxima década.
- Estados Unidos, tras la ola de Make America Great Again, ha puesto en marcha Stargate, un megaproyecto que evoca al histórico Manhattan Project. Con una inversión superior a los 500.000 millones de dólares, busca liderar la carrera global por la inteligencia artificial y alcanzar la superinteligencia. Pero no se trata solo de tecnología: es geoestrategia en estado puro, donde el Estado y las big tech se alinean para definir las reglas del poder global del siglo XXI.
- ·Reino Unido, por su parte, ha lanzado su Estrategia Industrial y Tecnológica 2025–2035: un plan ambicioso centrado en manufactura avanzada, energía limpia, defensa, salud y formación técnica. Con objetivos concretos, gobernanza centralizada y una decidida colaboración público-privada, el Reino Unido apuesta por la soberanía industrial como motor de competitividad, resiliencia y cohesión territorial.
Este giro no implica romper con el mundo, ni rechazar a las multinacionales. Pero sí representa la necesidad de protegerse y frenar la concentración excesiva de poder económico, fiscal y tecnológico en manos de unos pocos actores globales. Se trata de recuperar capacidad de decisión, proteger sectores estratégicos y fortalecer los ecosistemas locales.
Si Europa no es capaz de dar el paso hacia una verdadera unificación económica - algo que, según el FMI (junio de 2025), podría traducirse en hasta un 7 % más de riqueza generada -, quizá haya que empezar a mirar hacia modelos nacionales o regionales más ágiles. Modelos capaces de moverse con mayor rapidez, foco y adaptabilidad. Porque, al final, no siempre se trata de crecer a lo grande, sino de avanzar con inteligencia y decisión.
Lo que está en juego no es un retorno nostálgico al pasado industrial, sino la posibilidad real de construir un futuro más autónomo, equilibrado y tecnológicamente soberano. Un futuro donde los territorios dejen de ser mercados pasivos o plataformas logísticas, y se conviertan en actores con voz propia sobre cómo producir, innovar, generar industria y definir su prosperidad.
“En este nuevo escenario, la verdadera competitividad no pasa por depender menos del mundo, sino por depender menos de unos pocos”
¿Y ahora qué?
Al igual que los imperios no cedieron voluntariamente, las multinacionales difícilmente cambiarán sin presión externa. Si no evolucionan, podrían seguir el mismo camino que las antiguas estructuras coloniales: perder legitimidad, agotar su eficacia y quedar fuera de juego. Las señales de transformación ya son evidentes:
- Concentración de poder: el dominio excesivo de mercado genera rechazo. La Unión Europea ha abierto más de 10 expedientes antimonopolio contra las big tech en los últimos 5 años (Techcrunch, 2024).
- Captura fiscal insostenible: según la OCDE, los estados pierden entre 100.000 y 240.000 millones de dólares anuales por evasión y elusión fiscal (El Economista, 2021)
- Ciudadanía empoderada: el acceso a la información y la conciencia crítica hacen que la sociedad exija soberanía digital, económica y cultural (Eurobarómetro, 2023).
- Geopolítica: El Inflation Reduction Act (IRA) y la renovada política arancelaria de Estados Unidos están redefiniendo el tablero internacional, obligando a otros bloques a repensar sus estrategias industriales y a explorar formas de proteccionismo más estratégico. Sin embargo, la reciente aprobación de la ley One Big Beautiful Bill (BBB, 4 de julio de 2025) introduce giros que podrían limitar el verdadero alcance de la IRA. Su impacto está aún por verse, pero podría marcar un punto de inflexión en el rumbo económico de Estados Unidos.
En cualquier caso, estos movimientos legitiman un nuevo enfoque de proteccionismo inteligente: no se trata de levantar muros, sino de fortalecer ecosistemas locales, invertir en capacidades críticas y vincular los incentivos públicos a la producción y el valor generado en territorio propio.
Ante este nuevo escenario, las multinacionales más lúcidas sabrán leer el cambio, colaborar con inteligencia y generar valor compartido a nivel local. Porque el proteccionismo ya no es un tabú: es una estrategia legítima. En cambio, quienes se aferren a viejas lógicas de control global corren el riesgo de volverse irrelevantes en un mundo que ya no orbita a su alrededor.