Empezaremos con una declaración de principios: cualquier actividad que proporcione un flujo de ingresos futuros se puede convertir en un activo donde invertir. Esto pasa, por definición, con las empresas, pero en las últimas décadas cada vez más actividades son analizadas con ojo financiero para acabar siendo consideradas un simple activo capaz de ser transferido a un inversor que busca rentabilidad, en cambio de una transacción monetaria. En consecuencia, ¿por qué no invertir en derechos de autor de música, los ingresos de los cuales siguen este patrón? Según algunos expertos al valorar catálogos musicales, los royalties ofrecen una rentabilidad ajustada a riesgo muy significativa, pero también aportan otras características interesantes, como por ejemplo un calendario de cash flows futuros predecible, una correlación muy baja con otros activos -tanto tradicionales como alternativos- y una duración muy larga en el tiempo (los derechos de autor tienen vigencia hasta 70 años después de la muerte del autor). Pero, como veremos más adelante, no todas las opiniones confluyen.
Desde el punto de vista técnico, la operación consiste en pagar una cantidad "a destajo" al propietario de los derechos, que inicialmente siempre es el autor, a cambio de quedarse todo el flujo futuro que generen estos derechos, que como hemos visto tienen una duración muy dilatada. Nada esotérico.
Este año, ha estado de mucha actualidad el mercado de la música, dado que han empezado a aterrizar fondos de inversión en busca de royalties que les proporcionen unos ingresos futuros más o menos previsibles. En este sentido, ha destacado el fondo que ha levantado la firma Hipgnosis Songs Fund conjuntamente con Blackstone, con un volumen total de 860 millones de euros destinados a invertir en derechos de canciones. El vehículo se llama Hipgnosis Songs Capital, mientras que la compañía fundadora -Hipgnosis- fue creada por el músico Merck Mercuriadis, que previamente había gestionado la carrera de estrellas como Beyoncé, Elton John, Guns N' Roses, Pet Shop Boys o Iron Maiden. Muy probablemente la denominación está inspirada en el colectivo de artistas homónimo nacido en Londres a finales de los años 60, la actividad de los cuales giraba alrededor del diseño de carátulas de vinilos.
El gran salto de Hipgnosis Songs Fund se produjo en verano de 2018, cuando las acciones empezaron a cotizar en bolsa a través de una OPV
El gran éxito del colectivo llegó a raíz de la publicación del álbum The Dark Side of the Moon (1973), de Pink Floyd, con diseño gráfico de ellos mismos. Pero los objetivos de Mercuriadis son más financieros y menos artísticos, y por eso presume de haber adquirido un catálogo superior a las 64.000 canciones, que incluyen más de 150 temas ganadores de un Grammy. Más de un 20% de los títulos han estado en el top 10 de los rankings musicales y algo más de un 5% son números 1. El gran salto de la compañía se produjo en verano de 2018, cuando las acciones empezaron a cotizar en bolsa a través de una OPV (Operación Pública de Venta, IPO en inglés). El capital conseguido por la venta fue superior a los 200 millones de libras esterlinas, en una operación marcada por la sobredemanda de los inversores. Tres años después del inicio de la negociación de las acciones, el máximo titular es el fondo Newton, con cerca del 10% del capital, seguido por los también fondos Investec y Cazenove (entre el 7% y el 7,5%), y por la aseguradora Aviva (por debajo del 7%).
Del mismo modo que la firma Hipgnosis cotiza en bolsa, también lo hace el fondo de inversión de una compañía discográfica, Roundhill Music, bajo la denominación de Roudhill Music Royalty Fund Limited y que en estos momentos tiene un valor de mercado superior a los 260 millones de libras esterlinas.
Pero Hipgnosis no ha sido el único operador activo en este mercado en los últimos meses, porque el fondo Apollo Global Management (inversores en más de 350 compañías y con unos recursos de 83.000 millones de dólares) ha anunciado que dotará con 1.000 millones de dólares el vehículo inversor Harbour View, fundado por la emprendedora Sherrese Clarke Soares y con el objetivo único de invertir en derechos musicales. Otra de las operaciones destacadas del año ha sido la colaboración del fondo KKR (con inversiones en empresas por valor de 234.000 millones de dólares) con la discográfica BMG (ahora en manos de Sony) para destinar 1.000 millones de dólares a la compra de catálogos musicales. Finalmente, también hay que destacar la inversión del verano pasado de Oaktree Capital (158.000 millones de dólares en activos gestionados) por valor de 375 millones en la empresa Primary Wave Music de Lawrence Mestel, que se dedica a varios segmentos dentro del mercado musical, entre ellos la gestión de catálogos.
Sin música en directo
Una de las consecuencias de la pandemia de 2020 fue el incremento de consumo de la música de catálogo por el simple motivo de que era del todo imposible llevar a cabo actuaciones en directo durante buena parte del año. Más allá de la coyuntura particular del año crítico de la pandemia, lo cierto es que la música por suscripción ha pasado a ser un mercado clave dentro del negocio de la música grabada (en Estados Unidos, dos tercios del consumo musical fuera de conciertos es vía suscripciones a plataformas). Mientras que en el país norteamericano hay 80 millones de usuarios de estos sistemas de reproducción musical, a nivel mundial se están a punto de superar los 500 millones, que generan más de 21.000 millones de dólares. El líder destacado de este sector es Spotify (32% del mercado), seguido de Apple Music (16%) y Amazon Music (13%).
Otros jugadores importantes del sector de la música como activo de inversión son ANote Music, Royalty Exchange o Focus Point Capital. Las dos primeras se publicitan como marketplace, es decir, son espacios de compraventa de catálogos musicales, mientras que la tercera es un fondo de inversión tradicional que ha empezado a operar también en el sector de los derechos musicales.
Los flujos de caja que proporciona un catálogo musical no son fáciles de predecir, a la vez que ponen en entredicho la tesis de que estos rendimientos están descorrelacionados de los que generan los activos tradicionales
Pero a diferencia de lo que algunos analistas aseguran -en línea con lo que comentábamos al inicio del artículo sobre las bondades de este tipo de inversión- otros alertan que, en realidad, los flujos de caja que proporciona un catálogo musical no son fáciles de predecir, a la vez que ponen en entredicho la tesis generalizada que estos rendimientos están descorrelacionados de los que generan los activos tradicionales y que, de hecho, pueden tener más correlación con el ciclo económico de lo que los defensores de estas inversiones proclaman. Parece muy razonable pensar que, por ejemplo, el volumen de suscripciones a plataformas de pago tipo Spotify tiene cierta correlación con la situación económica general.
En todo caso, seguro que del mercado de derechos de autor de la música escucharemos hablar con intensidad en los próximos años y también que, como activo "invertible", se hará un lugar en el mundo de las finanzas internacionales.