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La natalidad, una cuestión de país

No es descabellado pensar que en un futuro ganen peso modelos donde la cuantía de las pensiones quede circunscrita a la contribución a sostener el sistema de provisión social

    Una madre con su bebé | iStock
    Una madre con su bebé | iStock
    Ferran Piqué | VIA Empresa
    Economista y consultor
    17 de Junio de 2025

    La natalidad ha sido históricamente uno de los retos pendientes del país. Catalunya arrastra más de un siglo con una de las tasas de fertilidad más bajas de Europa. Los datos del Idescat evidencian el descenso casi continuado desde 2008 hasta ahora: de 1,53 hijos por mujer y una edad media de 30,76 años a los 1,11 hijos por mujer y 32,66 años actuales (2022). En 2017 se produjo el punto de inflexión: el número de muertos superó el número de recién nacidos, y desde entonces la brecha se ha ido acentuando. La tendencia no solo pone en riesgo el equilibrio generacional, sino también la pervivencia de un proyecto de país con identidad propia. En nuestro caso, el relevo demográfico tiene la particularidad de tener que ser también un relevo cultural y lingüístico.

     

    El declive de la natalidad es una tendencia global, aunque audaz e histórica en nuestro país. La media de hijos por mujer en la Unión Europea (UE) se situó en 2023 en 1,38, con Bulgaria (1,81) y Francia (1,66) a la cabeza, y Malta (1,06) y España (1,12) a la cola. Las predicciones apuntan a que hacia 2050 un 75% de los países tendrán tasas de fertilidad inferiores a la tasa de reemplazo (2,1). Como un círculo vicioso, este escenario prevé que hacia 2100 los países del África Subsahariana supongan la mitad de los nacimientos globales.

    Las dimensiones de este invierno demográfico se prevé que reconfiguren la economía global y los equilibrios de poder mundiales. No es de extrañar, pues, la cólera que demuestran ciertas políticas para fomentar la natalidad de los países que más amenazada ven su hegemonía y que tienen claro lo estratégicamente importante que es, cosa que la ausencia de la natalidad en la agenda de las prioridades políticas del país demuestra que no tenemos claro aquí.

     

    Un indicador clave para entender el impacto de la baja natalidad es la relación de dependencia: la proporción de personas mayores de 64 años respecto a la población en edad laboral. En Catalunya se sitúa en el 29,78% y la previsión del Idescat es que en 2050 sea del 48,4%. Es decir, que habrá casi cinco personas en edad de jubilación por cada 10 personas en edad laboral. No parece, pues, inverosímil pensar que en el panorama que se nos plantea, en un futuro ganen peso modelos donde la cuantía de las pensiones pueda tener que quedar circunscrita a la contribución que se ha hecho a la sostenibilidad del sistema de provisión social, como de hecho de alguna manera u otra ya reconoce el actual complemento de brecha de género (anteriormente, complemento de maternidad por aportación demográfica).

    Un informe de McKinsey & Company advertía que para mantener el ritmo histórico de mejora de la calidad de vida, España debía cuadruplicar su productividad hasta 2050

    Hace unos meses, el Financial Times titulaba “la caída de las tasas de natalidad aumenta las perspectivas de una fuerte disminución del nivel de vida” donde se hacía eco de un informe de McKinsey & Company que advertía que para mantener el ritmo histórico de mejora de la calidad de vida, las economías desarrolladas deberían doblar, triplicar o incluso cuadruplicar su productividad. Francia e Italia, triplicarla en tres décadas; España, cuadruplicarla hasta 2050.

    La última encuesta longitudinal del CEO (2024) revela que solo un 9% de los catalanes encuestados no quiere tener ningún hijo o no le hubiera gustado tener ningún hijo, y que predomina los que querrían o hubieran querido tener dos (46%) o tres (22%). Estas expectativas contrastan con la actual tasa de fertilidad en Catalunya y ponen de manifiesto la existencia de la brecha de fertilidad, índice que mide la diferencia entre las aspiraciones y la realidad en materia de hijos deseados, donde destacan Italia, España y Grecia.

    Más allá de la falta de políticas de apoyo a la natalidad en España que el reciente informe sobre la natalidad en Europa de The Economist destacaba, entre los motivos para esta brecha de fertilidad está el aplazamiento de la decisión de tener hijos fruto de la prolongación del período educativo, la espera a tener una mejor situación financiera, o la falta de la persona ideal con quien tenerlos.

    La baja natalidad condena el sistema de pensiones a una revisión profunda
    La baja natalidad condena el sistema de pensiones a una revisión profunda

    Uno de los ámbitos donde pone énfasis el informe es en la paradoja sobre la gran sensibilización que se hace entre la gente joven sobre la prevención de embarazos no deseados, en contraposición con la poca pedagogía sobre la fertilidad, sea en el ámbito masculino como el femenino. Por ejemplo, destaca que las mujeres menores de 30 años tienen un 85% de probabilidades de quedar embarazadas en un año, en comparación con el 66% a los 35 años y el 44% a los 40 años.

    Revertir esta situación requiere actuar en varios ámbitos clave: los cuidados, el trabajo y la conciliación, el apoyo financiero, y la fertilidad y reproducción asistida. Algunas políticas inspiradoras en que se pueden concretar estas prioridades pueden ser:

    • Cuidados: mejorar la accesibilidad y la disponibilidad de guarderías, subvencionar el coste y ampliar los horarios; apoyo financiero para los cuidados domiciliarios.
    • Trabajo y conciliación: fomentar la corresponsabilidad en las tareas domésticas y el cuidado de los hijos, alargar y remunerar adecuadamente las bajas maternales, hacer obligatoria la baja paternal, promover la flexibilidad horaria y prevenir la discriminación en la carrera profesional.
    • Apoyo financiero: mejorar las prestaciones directas por hijos, incentivar fiscalmente la natalidad, acceso prioritario a vivienda para familias con niños.
    • Fertilidad y reproducción asistida: ampliar la cobertura pública de los tratamientos de reproducción asistida (por ejemplo, permitir que se pueda acceder cuando ya se tienen hijos, técnicas para mujeres del mismo sexo o acompañamiento específico para mujeres solteras...), apoyar la congelación de óvulos, incluir información sobre la evolución de la fertilidad en las revisiones ginecológicas periódicas, promover programas de educación y sensibilización sobre fertilidad.

    Todo ello también pone de manifiesto la importancia de políticas de apoyo a las familias con una visión a largo plazo, una inversión decidida en investigación y una verdadera promoción de la igualdad y equidad de género que pueda contribuir a generar un ambiente más proclive a la crianza.

    Un campo de trabajo del que el sector privado no se puede inhibir y debe convertirse en un agente facilitador, especialmente en el ámbito laboral u otros, como algunas empresas de referencia han demostrado que es posible ya sea en materia de flexibilidad y apoyo al desarrollo profesional de padres y madres, o en forma de beneficios específicos en sus programas retributivos como guarderías, apoyo a los cuidados, coberturas de tratamientos de reproducción asistida como la congelación de óvulos o mutuas de salud familiares. Y también, por qué no, reflexionar sobre el papel del reconocimiento social que como sociedad nos merece y otorgamos a la natalidad, la crianza y la infancia.

    Las decisiones y ambición que tengamos hoy para afrontar el reto dibujarán el modelo de sociedad en que viviremos y también, el futuro de nuestra identidad

    En conclusión, aunque el debate sobre la natalidad brilla por su ausencia en los discursos políticos, los temas de tertulia y la agenda de la mayoría de medios, se trata de un reto estratégico de país que convendría no ignorar para poder empezar a planificar el futuro. Las decisiones y ambición que tengamos hoy para afrontar el reto dibujarán el modelo de sociedad en que viviremos, nuestra prosperidad, sentido colectivo de la trascendencia, estado del bienestar y, también, el futuro de nuestra identidad. Es una cuestión de país que nos interpela. Y por eso, convendría no mirar hacia otro lado y afrontarla con valentía.