La otra invasión rusa

El precio del petróleo y de la energía ya estaban por las nubes, la inflación sigue al alza prácticamente en todo el mundo, las cadenas de suministro ya contaban con deficiencias importantes y los costes de transporte comienzan a ser exorbitantes. Empieza la guerra en Ucrania y, con ella, la invasión rusa a toda la economía europea

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Que gran parte del mundo se verá afectado en su vida diaria tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el pasado 24 de febrero, no es misterio para nadie. No cabe esperar que la Europa occidental tenga que enrolarse y tomar las armas, no. Sin embargo, debemos estar preparados para que las consecuencias económicas, que ya empiezan a notarse debido al desabastecimiento en las cadenas de suministro de ciertos productos, se recrudezcan en los próximos meses. Sin olvidar que la situación antes de la guerra ya era precaria debido a la pandemia.

Los efectos inmediatos del conflicto están siendo, evidentemente, para el país principalmente afectado: la mayoría de las empresas ucranianas han tenido que frenar su actividad, ya que obviamente no pueden operar de manera normal (entre otras razones, por el bloqueo de las líneas de transporte que suponen las carreteras cortadas, los puertos cerrados y las estaciones y aeropuertos colapsados) y con el personal recluido en sus casas o huyendo de la guerra. Y aquellas pocas empresas que siguen funcionando tienen como prioridad asegurar que algunos servicios estratégicos sigan en marcha y abastecer a la población con el suministro de alimentos u otros bienes necesarios para poder sobrevivir.

En el mercado de las commodities, el precio del trigo ya se ha disparado, en previsión de lo que sucederá con toda la industria de alimentos

Pero más allá de las fronteras ucranianas, las redes comerciales de exportación a países europeos también se verán, muy próximamente, afectadas. En primer lugar, porque Ucrania es un importante exportador de productos como el trigo, aceites vegetales, hierro, acero y maquinaria. En concreto, es uno de los primeros productores europeos del mineral paladio (40% de la producción mundial), utilizado, por ejemplo, para la elaboración de tubos de escape para vehículos; también lo es de neón, un gas que se usa principalmente para fabricar chips semiconductores (más de 50% de la producción mundial); de titanio, de gran demanda en el sector aeronáutico (está entre los 10 productores principales del mundo); y de litio, utilizado eminentemente para la fabricación de baterías (aunque por el momento no lo produce, tiene grandes reservas). Obviamente, el solo hecho de que la comercialización de estos productos ahora está totalmente paralizada, y por la simple ley de oferta y demanda, significa que sus precios experimentarán muy próximamente una subida en el mercado. Ciertamente, este incremento de precios puede no ser inmediato: en el caso del trigo, por ejemplo, los molinos de harina de la mayoría de los países europeos tienen bastantes reservas y, además, la cosecha de este cereal no llega hasta el verano. Sin embargo, en el mercado de las commodities, el precio del trigo ya se ha disparado, en previsión de lo que, próximamente, sucederá con toda la industria de alimentos más refinados en los que se utiliza el trigo como ingrediente principal. Así pues, aunque nuestro pan tarde en encarecerse, lo acabaremos notando con la compra de otros productos.

Por otro lado, también hay que tener en cuenta que esta guerra también tiene una influencia importante en los precios del petróleo y el gas, productos principalmente exportados por Rusia. Mientras dure el conflicto, no podremos más que esperar su encarecimiento, que influirá enormemente en los costes de las empresas y acabarán pasando factura a sus clientes (ya sean otras compañías o los consumidores finales). Así, el fantasma de la inflación ya está muy presente y, por si esto fuera poco, Europa saldrá perjudicada frente al valor del USD: si antes de la guerra el euro valía 1,145 USD, ahora ya ha bajado a 1,09 USD. En tiempo de crisis, el USD siempre ha estado más valorado y, con la dependencia de Europa de algunas materias rusas, es muy probable que esta tendencia inflacionista siga al alza (no hay que olvidar que ciertas commodities, como por ejemplo el petróleo, se miden en dólares). Por tanto, podremos comprar menos bienes con nuestros euros (o, lo que es lo mismo, todo se volverá más caro).

Falta todavía mucho para conseguir esa Europa fuerte y unida con la que soñamos. Mientras tanto, hagamos lo imposible para no dejar nuestro pan diario en manos de Putin

Ante este desolador panorama, los expertos ya se están preguntando sobre posibles alternativas y soluciones. Sin embargo, las varitas mágicas no existen: como es obvio, lo más imperiosamente urgente es eliminar la raíz de todos estos males: la guerra misma. No obstante, no parece posible que esto vaya a producirse pronto, pues hay muchos factores en juego y, en cualquier caso, aun la guerra más corta y menos sangrienta requiere de tiempo para disolverse. Así pues, podemos y debemos estudiar otras vías de frenar la debacle económica que se aproxima. La Unión Europea y Europa deberían ya haber estudiado, hace años, posibles alternativas para el tema energético. Sin embargo, ya sea como medida apaciguadora con el vecino ruso o por comodidad, carecemos ahora de otras vías de abastecimiento. Que nos sirva, pues, para ponernos manos a la obra. La UE ya ha empezado, de hecho, a negociar con otros socios la importación de petróleo y gas (incluso desde EEUU). Sin embargo, quizás ahora sería un buen momento para desbloquear los suministros de Irán, y fortalecer las líneas comerciales con oriente medio. Además, las empresas mismas tendrían que empezar a buscar alternativas de suministro, no solo mediante otros proveedores, sino también mediante otros componentes o materias primas.

Ciertamente, y aunque los gobiernos pueden utilizar herramientas antiinflacionistas como subir los intereses, congelar los sueldos, poner menos dinero en circulación, etc., quizás este no sea el momento propicio para este tipo de medidas, teniendo en cuenta que, a duras penas, empezamos ahora a recuperarnos de la crisis sanitaria y económica por la Covid. Además, estas decisiones podrían también tener efectos negativos como la bajada de inversiones, la paralización de sectores económicos y, en consecuencia, el aumento del desempleo. No hay solución milagrosa. Y quizás el timing del presidente de Rusia no es una coincidencia. Pero, en cualquier caso, urge implementar medidas para tranquilizar a los mercados, algo que solamente será posible si se estrechan mucho más los lazos de colaboración entre todos los gobiernos e instituciones de Europa. Falta todavía mucho para conseguir esa Europa fuerte y unida con la que soñamos. Mientras tanto, hagamos lo imposible para no dejar nuestro pan diario en manos de Putin.

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