Las redes sociales, ¿amigas o enemigas?

¿Por qué no conseguimos que nuestra empresa aterrice en las redes sociales como querríamos? La realidad es que estas herramientas requieren de un uso meditado y de un ejercicio de autocrítica

Las redes sociales en pleno siglo XXI | Cedida Las redes sociales en pleno siglo XXI | Cedida

Durante un sosegado debate al respecto, hace unas semanas, el decano de un colegio oficial lo dejaba claro: “Hay que estar en las redes sociales. Y, te gusten o no los riesgos que conlleva, hay que jugar ese partido”. De manera muy sencilla resumía lo que consideramos muchos expertos en comunicación hoy. De ahí que a todas las instituciones, entidades o empresas, en mi labor como consultor, les insista con el mismo consejo: hay que usar las redes. Hay que dar con la manera más efectiva de obtener unos resultados óptimos y que la gente sepa de nosotros gracias a las redes. Nuestra marca tiene que llegar a las personas (a sus móviles) vía Twitter, vía TikTok o vía Instagram. Ya decidiremos en el futuro por cuál de estas redes apostamos y ya estudiaremos con qué intensidad lo haremos en cada una de ellas, pero no podemos vivir de espaldas a las redes sociales cuando todo el mundo las utiliza diariamente, cuando todo el mundo “está” en ellas.

Es cierto, por otro lado, que son muchos los ejemplos de situaciones que han hecho que una persona se “baje” de alguna de las muchas redes sociales existentes y que hemos sido testigos de actores, políticos o cantantes (en definitiva, de figuras públicas) que lo han hecho de manera temporal o incluso definitiva. Cansa y mucho aguantar insultos, verse tentado a entrar en debates que no llevan a nada o tratar de interactuar con personas anónimas que ni siquiera revelan su nombre real o su foto. Pero los obstáculos, como en tantos otros episodios de la vida, hay que sortearlos. Y se puede.

Es necesario encontrar la manera más efectiva de obtener unos resultados óptimos y que la gente sepa de nosotros gracias a las redes

La decisión de una gran marca de olvidarse de una red social, de dejar de publicar sus logros, sus posicionamientos o los acuerdos y convenios a los que llega por medio de una exitosa negociación, debe ser meditada. Y seguramente en muchos casos se trate de una decisión más que justificada, pero vayamos a la raíz del problema. ¿Qué hicimos mal por el camino? ¿Por qué se nos dio tan mal la andadura por esa red social que tantos problemas nos ha dado? Hagamos algo de autocrítica antes de dar el portazo.

Para toda acción comunicativa que queramos llevar a cabo, las redes sociales pueden ser amigas… o enemigas. Nos pueden ayudar a salir de una crisis o pueden hacer que esta empeore. Sin embargo, lo cierto es que, si medimos los pasos, escogemos bien los interlocutores y cuidamos al extremo cada palabra y cada imagen que vayamos a usar, es muy probable que el viento sople a nuestro favor. No cometer ningún fallo ortográfico, asegurarnos de que tenemos derecho y permiso para usar la fotografía por la que nos hemos decantado o comprobar la identidad de las personas o entidades que vamos a mencionar podrían ser algunos de los consejos más elementales y, en muchas ocasiones, olvidados. Y ya saben, después de un descuido o un despiste toca corregir. Borrar. Dar marcha atrás y aprender la lección para futuras ocasiones.

Ahorrarnos una opinión sobre un tema del que está hablando todo el planeta puede parecer una estrategia demasiado conservadora, pero si partimos de la base de que no sabemos de todo, no hace falta que nuestra entidad se posicione en todo

Las personas que nos siguen en nuestras redes sociales son nuestros colaboradores, socios, clientes, colegiados o simples admiradores que esperan que tengamos una actividad más o menos frecuente en estas plataformas. Es parte de nuestra responsabilidad acostumbrar a ese receptor a un ritmo adecuado de nuestros posicionamientos. Porque no vamos a entrar en todos los debates y no vamos a opinar de todo en todo momento. Ahorrarnos una opinión sobre un tema del que todo el planeta está hablando puede parecer una estrategia demasiado conservadora, pero, si partimos de la base de que no sabemos de todo, no hace falta que nuestra entidad se posicione en todo. Emitir una opinión baladí sólo generará una nefasta consecuencia. Al final, para opinar de esa manera… es mejor callarse. Otra experiencia más para tener en cuenta en futuros escenarios.

En definitiva, ni hay que tenerles miedo ni hay que dejar de intentar sacarles el máximo partido. Se pueden publicar informaciones, iniciativas o mensajes con cariño, muestras de afecto o incluso humor. Sin gritos ni aspavientos. Y no en todas las redes existentes, apostando por un uso sosegado y no impulsivo ni a todas horas. Tampoco debemos utilizarlas ni de una manera excesivamente comercial o persuasiva ni excesivamente neutra o aburrida. Y no caigamos en la tentación de convertirlas en instrumentos unidireccionales para hacer caso omiso a las respuestas sensatas que recibamos, para ignorar aquello que no queremos oír, pues en consecuencia nadie nos seguirá. Nadie llegará a nuestra marca a través de las herramientas que cualquier persona usa mientras espera a que el semáforo se ponga en verde.

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