No cambiaremos

El economista experto en agricultura Francesc Reguant defiende que hacen falta "soluciones estratégicas de reequilibrio económico y social"

Las manos de un agricultor, trabajadores esenciales en esta crisis | iStock Las manos de un agricultor, trabajadores esenciales en esta crisis | iStock

La gravedad de la crisis económica pase (2008-2013) removió conciencias y puso en el punto de mira el mismo sistema económico. Nicolas Sarkozy propuso refundar el capitalismo sobre nuevas bases éticas. Las alertas sobre la insostenibilidad de la desigualdad se hicieron escuchar con fuerza con voces tales como Thomas Piketty. ¿Qué pasó después de la crisis? Nada nuevo y mucho más de lo mismo. Los procesos de oligopolización se han seguido consolidando y las tasas de desigualdad, creciendo.

Més info: Thomas Piketty y la desigualdad 

Ahora volvemos a hablar de las lecciones del Covid-19 pero las actitudes que se observan divisan continuidad. La pandemia ha mostrado nuestras fragilidades y, a la vez, ha destacado lo que es esencial. Hoy sabemos de una forma más patente que somos más frágiles de lo que nos pensábamos. Sabemos que solamente la solidaridad y la ciencia puede dar una buena respuesta a la pandemia y a otras futuras. Nos ha quedado claro que la salud es la clave de vuelta que soporta nuestro bienestar. Ahora sabemos, a pesar de los olvidos de nuestra incultura urbana, que la agricultura es la actividad esencial e imprescindible por nuestro abastecimiento básico que son los alimentos y para el conjunto de la producción bioeconómica renovable. Sabemos también que -al margen de la pandemia- disponemos de unos recursos limitados y la cesta de problemas medioambientales va muy llena: cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación de suelos y aguas, etc. Sabiendo todo esto, el impacto del coronavirus nos abre una buena oportunidad para modificar la hoja de ruta. Aun así no cambiaremos.

"Sabemos que solamente la solidaridad y la ciencia puede dar una buena respuesta a la pandemia y a otros futuras"

La clave para entender la aversión al cambio tiene nombre: la desigualdad. Los poderosos ostentan las capacidades coercitivas (económicas, judiciales, militares) pero sobre todo ejercen el dominio de la información y de los medios de comunicación. Sus capacidades para la manipulación y para vestir realidades paralelas (antes decíamos mentiras) inhabilitan a una sociedad que asume su incapacidad para cambiar las cosas y se rinde adoptando o aceptando el mensaje del poder, tal como si del síndrome de Estocolmo se tratara.

Hoy lo vemos, para empresas, sindicatos, organizaciones profesionales de todo tipo, dirigen el mensaje que es único: ayuda económica para evitar las pérdidas. A la vez los gobernantes con más o menos entusiasmo anuncian grandes dispendios para abordar este apoyo a las pérdidas y para corregir las carencias presupuestarias detectadas en sanidad, investigación, servicios sociales, etc. Como si se tratara del milagro de los panes y los peces todo queda en un canto a la buena voluntad de terceros, llámense, por ejemplo, Banco Central Europeo que supuestamente pondrá en marcha la máquina de fabricar billetes sin límites ni consecuencias. Pero si el milagro no se produce, sólo habrá panes y peces que habremos producido, ni uno más, con unas caídas del PIB que asustarán. Y, si los costes los repartimos como hasta ahora, detrás vendrá la decepción y la indignación sin norte definido.

Las cosas solamente cambiarían y serían socialmente aceptables si, desde hoy, acompañando a las justas y necesarias reclamaciones de una mejor atención a servicios esenciales (con la sanidad al frente) y de dotaciones económicas para hacer frente a los costes del Covid, se pusieran sobre la mesa las soluciones estratégicas de reequilibrio económico y social, aquellas que no dependen de milagros sino de determinación y responsabilidad democrática, por ejemplo: erradicación de toda la cadena que alimenta la corrupción, empezando por las grandes instituciones implicadas, (inmoralmente amparadas bajo inviolabilidades indefendibles); acabar con paraísos fiscales extra e intra comunitarios, realización de pasos decisivos hacia la reducción de la desigualdad, con control efectivo de los grandes oligopolios, con medidas efectivas contra la evasión fiscal, acortando por ley los diferencias salariales; huyendo del PIB y dando valor a nuevos indicadores de desarrollo basados en el bienestar y la calidad democrática. Por otro lado, los impactantes cambios sobre el consumo que ha forzado el coronavirus son una oportunidad para consolidar algunos de ellos hacia modelos más sostenibles, hecho que supondría la reestructuración de algunos sectores y la consolidación de otros.

Todas estas medidas solamente serían posibles en el si de un marco de cooperación internacional y desde una sólida unidad económica, social y política, tal como representa el proyecto de la Unión Europea. Reforzar el proyecto europeo en base a la unidad de mercado, monetaria y de coherencia fiscal, asentada sobre la preeminencia de los valores de la solidaridad y la democracia, acontecería un buen camino hacia las soluciones de futuro para sobresalir tanto de la crisis del coronavirus como de los desafíos medioambientales y climáticos. Pero no veo suficiente conciencia sobre el alcance de la crisis ni voluntad o determinación para aprovecharla y para redefinir estrategias sobre el futuro. En resumen, no cambiaremos. Pero me cuesta aceptar tanta estupidez y prefiero dejar un hilo para la esperanza.

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