Somos 8 millones. ¿Para hacer qué?

Estamos demasiado acostumbrados a escuchar cifras y no ponerlas en contexto, y mucho menos preguntarnos cuál es el objetivo final

La Catalunya de los 8 millones de habitantes | iStock La Catalunya de los 8 millones de habitantes | iStock

"Estamos demasiado habituados a escuchar cifras y no ponerlas en contexto. Ni, mucho menos, preguntarnos cuál es el objetivo final. En general, no nos preguntamos "¿para qué?". "¡Quiero ir allí!", "¡quiero tener aquello!"... El hecho me recuerda situaciones que Josep Maria Espinàs describía con gracia y absoluta lógica. "Cuando alguien me dice que tiene que estudiar inglés, le pregunto: ¿para decir qué?". Tenía razón. Ahora nos han informado que en Catalunya hemos llegado a los 8 millones de habitantes. Muchos recordamos, con nostalgia evidente, la campaña del 1987 llevada a cabo por la Generalitat: "¡Somos 6 millones!". ¿Vivimos mejor que entonces? Muchos aseguran que los Juegos Olímpicos de Barcelona mejoraron la ciudad. Que lo pregunten a los de Gracia de toda la vida; ¿viven mejor ahora que en 1990?

Ya sé que todas estas preguntas están sujetas a la percepción y son, en consecuencia, subjetivas. Y como esta sección es de análisis, trataré de ser objetivo.

Més info: La Catalunya (económica) de los 8 millones de habitantes

Cogemos los datos estadísticos disponibles del decenio 2010-2020. Y miramos qué ha pasado en lo que podríamos cuantificar como “bienestar”. Y como el dinero no da la felicidad, pero la falta de dinero si que provoca la infelicidad, tomaré un dato concreto: la renta disponible por habitante. Es decir, lo que menos se gana lo que se paga en impuestos. Lo que nos queda en el bolsillo después del repaso de Hacienda. No debe confundirse con la renta neta después de transferencias que sería lo mismo, pero sumándole lo que las administraciones públicas dan (subvenciones, servicios, etc.). No. Aquí contaremos los datos a los que he podido acceder al IDESCAT -los más recientes son de 2020-.

En 2010 éramos 7 millones y medio. Y la renta disponible era de 16.786 euros. Pasan diez años y volvemos a mirar la cifra. ¿Cuál era la renta disponible per cápita en 2020? Fácil: 17.723 euros. O sea, un 5,58% más que en el 2010. ¿Qué bien, no? Pero he aquí que nuestros políticos tienen un vicio muy feo que, supongo, deriva de una evidente deformación profesional: nunca hablan de euros constantes. A veces lo hacen intencionadamente, y en estos casos podrían ser tildados de malvados. Otros, simplemente, callan lo que saben. El hecho se ha denunciado, no lo suficiente, por algunos economistas.

En 2010 éramos 7 millones y medio. Y la renta disponible era de 16.786 euros. Pasan diez años y volvemos a mirar la cifra. ¿Cuál era la renta disponible per cápita en 2020? Fácil: 17.723 euros

Y por qué digo que, de algún modo, mienten. Muy fácil y todos ustedes lo entenderán. Y es que un euro del 2010 no era lo mismo que un euro del 2020 -y mucho menos que un euro de hoy, después del episodio inflacionista que hemos sufrido-. ¿Cómo eran diferentes? Fácil. También está en IDESCAT. Hablemos de la inflación. Un euro de 2020 equivalía 0,87 céntimos del euro de 2010. Si en 2010 con 100 euros podían ustedes comprar 100 cosas al precio de un euro cada una, en 2020 sólo podían comprar 87, de las mismas cosas. Por tanto, si la renta disponible de 2010 era de 16.786 euros, decíamos, la de 2020 no se puede comparar diciendo que es de 17.723 euros, ya que, si la queremos comparar, veremos que, debido a la inflación, es de 15.419 euros. "Ha bajado!" dirán ustedes. Por eso digo que mentir es muy feo. Pero si asumimos que ésta es una práctica común entre los políticos, ¿por qué la prensa no dice nada? Llegados a ese punto más vale dejarlo correr.

Catalunya padece una enfermedad que se llama baja productividad. Y si bien podemos ser indulgentes con los políticos que mienten, no podemos serlo con toda una sociedad poblada de asociaciones económicas, patronales, etc. que deberían actuar de médicos que diagnostican lo que, económicamente, va mal. Al principio me refería al porqué de las cosas. Parece como si llegar a 8 millones nos haya servido para que haya más gente que repartir. Pero este tema parece haberse convertido en tabú. ¿La gente que llega al país qué vienen a hacer? Indudablemente se les llama, de lo contrario no vendrían. Por tanto, su culpa no es.

Catalunya sufre de una dolencia que se llama baja productividad

En unos artículos anteriores, hace meses, intenté explicar que uno de los vicios de Catalunya es el de crear puestos de trabajo para aquellos que no están. Y una vez creados decimos: '¡Vaya! ¡Nadie quiere ocupar estos puestos de trabajo!' y, entonces, se utiliza la inmigración. Si los puestos de trabajo creados fueran, lo que repetimos como lamentos, de "valor añadido", pues mira, el país iría subiendo. Pero no. Creamos puestos de trabajo de tan bajo nivel y tan mal pagados que nuestra gente no los quiere ocupar. La industria de los aerogeneradores de electricidad, por ejemplo, necesitará en los próximos años 100.000 puestos de trabajo en Europa. ¿Cuántos en Catalunya? Probablemente cero. Ni siquiera instaladores, ya que los proyectos están prácticamente parados. Ahora bien, ¿quieren saber qué sector necesitará seguro? Fácil: el de las terrazas de bar. Por lo tanto, primer problema: creamos puestos de trabajo en un sector económico que no solo no necesitamos, sino que ayuda a desencajar el país. Y las administraciones lo estimulan.

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Y ahora viene la parte perversa. El señor Boris Johnson es muchas cosas, a menudo extravagante, pero no un ignorante. Mientras fue primer ministro, estableció algunos principios que me parecieron ejemplares. Entre ellos, implementar métodos de control para evitar que la inmigración fuera utilizada con el objetivo de reducir los salarios de los trabajadores británicos. Pues bien, este es el método que emplea buena parte del empresariado catalán para ser competitivo, reduciendo costes. En lugar de invertir en el aumento de la productividad por hora trabajada, se recortan los salarios. Y todo se hace utilizando la inmigración.

Creamos puestos de trabajo en un sector económico que no sólo no necesitamos, sino que ayuda a desencuadernar al país. Y las administraciones lo estimulan

Ya lo ven, doble perversión: se crean empleos innecesarios para, después, poblarlos de inmigrantes que trabajan por cuatro duros. Y que, no nos engañemos, en general, no se integran. Ya sé que este discurso sobre la inmigración puede resultar mal visto. Pero la realidad es tozuda. Somos 8 millones, ¿para hacer qué?

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