Virtual y presencial, ¿antagónicos?

Si Plauto y Hobbes escribieran en la actualidad quizás dirían que la virtualidad se el lobo, no el hombre

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En una extrapolación histórica difícil de mantener, si Plauto levantara la cabeza y volviera a escribir la comedia clásica del siglo II a.C., Asinaria, nunca diría la frase Lupus este homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro), que catorce siglos después popularizaría Thomas Hobbes, mal traducida pero contundente, como homo homini lupus (El hombre es un lobo para el hombre). Con esta sentencia, los dos autores querían demostrar que la sociedad tiene que establecer normas correctives duras para controlar el egoísmo de los humanos y evitar de este modo que se convierten en la mayor amenaza por la supervivencia de la especie. ¿Todavía dirían hoy que el más feroz por una persona es otra, o quizás hoy defenderían que el peor enemigo es la virtualidad?

Ante esta nueva mochila que nos acompaña, todo aquello que es virtual, se detectan tres actitudes. La primera la expresan aquellas personas y empresas que se sienten excluidas ante su irrupción. Así piensan, por ejemplo, los 2.700 empleados de la OTA Booking.com, cuando el CEO los echa de la compañía por vídeo mensaje. O los concesionarios de coches, que en tres años quedarán diezmados como consecuencia de que las marcas automovilísticas los ponen a vender directamente a través de sus plataformas. O los tenderos que se enfrentan a un markerplace que los está echando del mercado. O los hoteleros, los restauradores, los taxistas, los directores de los museos, si los congresos o las ferias en vez de realizarse de forma presencial se ejecutan a través de una plataforma de videoconferencias. O un intérprete o guía de naturaleza, si el cliente decide viajar virtualmente en vez de ir al destino. O un artesano de piernas ortopédicas ante un fabricante que envía las piezas a casa a través de una impresora 3D. O un intermediario que queda excluido de hoy para mañana de la cadena de suministro... Es una guerra a muerte: uno o el otro; que llegue el dinero o cerrar.

La diferencia entre usar las nuevas herramientas o las más tradicionales dependerá de los gustos, del contexto, del momento

La segunda posición es la de todos aquellos que consideran que esta dialéctica no siempre es excluyente. Tenemos el teletrabajo; el Uber, junto al taxi tradicional; el QR, que abre desde la carta del restaurante hasta cualquier intercomunicación valiosa; las etiquetas RFID, que controlan los stocks y señalan las piezas más vendidas en el establecimiento comercial; los móviles o las tabletes, que prolongan la función de los ordenadores; los diarios digitales y los de papel; la repetición de la jugada del VAR, aunque sea contra tu equipo... La diferencia entre usar las nuevas herramientas o las más tradicionales dependerá de los gustos, del contexto, del momento.

Y la tercera, la de la parte de la población que cree que el mundo virtual abre numerosas oportunidades de mejora de las cosas y los negocios. Como por ejemplo, la integración de la robótica colaborativa en almacenes y procesos logísticos; una busca de cualquier información en internet; el streaming; la firma digital; el iris del ojo que abre puertas; el bizum, todo lo contactless, o la banca digital; el dato que ahorra centenares de tareas y de gastos; la automatización de las empresas y de los centros logísticos, gracias a la digitalización; los pedidos que llegan a domicilio; la realidad aumentada, que ayuda a vender mejor; las comunidades virtuales que se abren directamente a los clientes y ahorran intermediarios; la reducción de actores a la cadena de valor, que disminuye costes; las herramientas digitales que agilizan las tareas y minoran el esfuerzo humano. No hablamos de cuando llegue el tiempo del metaverso, al que algunos se quieren avanzar.

Complementariedad

Estamos hablando de la virtualidad contemplada desde estas tres perspectivas: ataca a unos, deviene neutral con otros, beneficia a muchos. ¿Cómo se entiende este eclecticismo? Diríamos que su relación con todo lo que es presencial interactúa del mismo modo que el yin y el yang -masculino y femenino; norte y sur; Sol y Luna; verano e invierno. ¿Quién osaría a decir que son antagónicos, opuestos? Está claro que son diferentes, pero más bien actúan de forma dual. El taoísmo los trata como dos fuerzas opuestas, pero complementarias, en continua transformación. La religión cristiana se mueve dentro de unas coordenadas parecidas: natural y sobrenatural, cada cual va por su lado, pero convergen en la persona humana para mejorarla. En esta misma línea, Niels Bohr, Nobel de Física en 1922 por profundizar en la relación entre el átomo y la mecánica cuántica, desarrolla el principio de complementariedad. Es decir, que a pesar de que difieren las olas y las partículas de la luz y de la materia, son capaces de intercambiarse las propiedades, de forma simultánea, pero no excluyente. La confirmación de todo esto le permitió al Nobel concluir que en definitiva se acaban convirtiendo en fuerzas complementarias.

Marcha atrás

Si aplicamos el criterio de la complementariedad a nuestro tema, quizás será más fácil entender que en este momento de cambio hacia la digitalización, la virtualidad se acaba convirtiendo en una oportunidad para todos. Para los primeros, los que son y serán efectivamente desplazados por los nuevos sistemas de producción, porque los obliga dolorosamente a reinventarse de forma inmediata y buscar una posición nueva dentro de la cadena de valor. Para los segundos, porque disponen de dualidad de servicios, un comodín, diríamos, que les permite elegir entre opciones, el punto de partida de la transformación digital. Y para los terceros, porque se abre un nuevo espacio de experimentación: para ir más lejos, más rápido con menos esfuerzo humano; para ampliar las satisfacciones; y para ampliar los negocios.

A pesar del punto actual de la virtualidad imperfecta en que vivimos, el proceso de la innovación es suficientemente potente para abrir nuevos caminos a todos

Los caminos de la era digital son inciertos, pero inexorables. No hay camino de vuelta. Está claro que, por un lado, tiene que madurar cuanto antes en muchísimos aspectos; por ejemplo, en el derecho a la intimidad de los datos, en la soberanía digital, en la normativa que obligue a las empresas transnacionales a tributar en el país donde hacen los negocios con la misma proporción que las otras empresas, en la reducción de las distintas brechas digitales, en los criterios de acceso a internet... Y, por otro lado, quedan muchos aspectos de transformación para mejorar de raíz los procesos presenciales gracias a la virtualidad y hacerlos más asequibles a toda la población: instrumentos como el vídeo shopping, robótica, drones, hologramas, domótica que afina la internet de las cosas, realidad aumentada, impresoras 3D, pantallas de televisión giratorias, los juegos... La complementariedad entre el presencial y el virtual supone un nuevo entorno de negocio que no ha hecho nada más que empezar su recorrido.

A comienzos de este artículo partíamos del anacronismo de si Plauto y Hobbes escribieran en la actualidad quizás dirían que la virtualidad es el lobo, no el hombre. Si no lo teníamos claro entonces, ahora todavía menos. Ni una cosa ni la otra. Porque, a pesar de las guerras y las barbaridades hechas por el ser humano a lo largo de la historia, al final la sangre no ha llegado demasiado al río. Y porque, a pesar del punto actual de la virtualidad imperfecta en que vivimos, el proceso de la innovación es lo bastante potente para abrir nuevos caminos a todos, afectados fatalmente o no.

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