"Para nosotros un sofá no es un producto a vender, es una pieza imprescindible para la vida de las personas. Es donde la familia y los amigos se sientan y comparten momentos muy importantes en su vida". Esta es la filosofía detrás de Grassoler, una empresa catalana nacida el 1960 que ha hecho del sofá su religión. Con innovaciones revolucionarias, sus creaciones se pueden encontrar en las oficinas de Google a Dublin, las de Hyundai en Corea del Sur o en hospitales, hoteles y aeropuertos de todo el mundo.
A pesar de vivir momentos difíciles cómo las diferentes crisis económicos o un incendio que arrasó su fábrica, Grassoler sigue en pie y es la fábrica de sofás más antigua del Estado que continúa abierta.
La primera butaca, entregado con una vespa
La historia se remonta al 1960, cuando José Gras Soler, con solo 19 años, impulsó un pequeño taller de tapicería en Barcelona. En aquellos inicios, la empresa contaba con un único trabajador. Núria Gras, segunda generación y directora de Desarrollo de Negocio de Grassoler, explica cómo empezó todo aquello: "La primera butaca que entregaron la llevaron a su cliente, Muebles Valverde, con una vespa. Mi padre y su trabajador la cargaron en la moto y la entregaron".
La revolución de los sofás
A pesar del inicio rudimentario, en poco tiempo Grassoler empezó a ser conocido y las ventas se fueron incrementando. Y todo estalló a partir del 1964, cuando José Gras ideó y patentó un nuevo sistema de muelles y cambiando las estructuras de madera por hierro. Una idea que le surgió visitando un fabricante de estructuras metálicas de París. "Fue pionero en llevar al mercado de la tapicería español técnicas que no se habían visto nunca", explica Núria Gras.
Con este sistema revolucionario lanzaron al mercado el sofá Davis, que fue un éxito de ventas fulgurante. En los próximos 18 años, se vendieron casi 100.000 unidades. Ante el crecimiento exponencial que vivieron, el 1966 decidieron dar un paso más y construyeron una nave de 12.000 metros cuadrados en Cerdanyola donde fabricaban los sofás.
A pesar de que han desaparecido todos los fabricantes de estas estructuras metálicas, Grassoler todavía mantiene una colección totalmente de metal. Unos sofás con garantías de 25 años. "Nos hace muy felices cuando nos llega un correo de un cliente que ha tenido durante 40 años un sofá, que le ha durado toda la vida", celebra Núria Gras.
Núria Gras: "Le surgió el deseo para exportar"
La ambición para crecer de José Gras Soler no se quedó aquí y ya desde buen comienzo visitaba ferias internacionales y proveedores y productores de toda Europa. "Le surgió el deseo para exportar", detalla Núria. A los años 70 sus sofás ya se encontraban por diferentes países europeos y, a continuación, se expandieron a Asia y el resto de continentes. Su sistema tenía éxito por todas partes.
Con su crecimiento, Grassoler llegó a tener más de un centenar de trabajadores. Pero a través de viajes Italia, decidieron que la mejor apuesta era externalizar la producción, puesto que hasta entonces todo lo hacían ellos. Aún así, apuestan por proveedores locales: "Más del 60% de los proveedores están a menos de 30 kilómetros de Cerdanyola, otros muchos son del sur de España y el resto de países europeos cómo Alemania o Italia".
De Dubai a Nueva York y a Corea
Una parte importante del negocio de Grassoler está dirigido al equipamiento de espacios e instalaciones de todo el mundo. Sus sofás se pueden encontrar por todos los continentes, como símbolo de comodidad y calidad. "Fabricamos sofás bajo pedido de cada cliente. Cada sofá es único", explica Núria Gras.
Estos sofás hechos en Cerdanyola están presentes en más de 300 hoteles de lujo de todo el mundo de cadenas cómo los Hilton o Plaza. En oficinas corporativas de todo el planeta de marcas cómo Google, Swarovski, Eriksson o Hyundai. En edificios emblemáticos cómo el parlamento escocés o andaluz, el centro de convenciones de Las Vegas, embajadas o el Rockefeller Center Cafe de Nueva York.
En aeropuertos de Dubai o en las zonas VIP de diferentes aeropuertos de Swiss Air. También en clubes de golf o hipódromos exclusivos, bancos de países árabes o Suiza.
Un incendio destructivo
Todo parecía ir sobre ruedas en Grassoler, cuando un incendio el 2001 calcinó casi toda la fábrica de Cerdanyola. La producción se tuvo que parar y se perdió mucho material. Antes habían abierto tiendas propias a Barcelona y Madrid y todo colgaba de un hilo. A pesar de perder algunos clientes extranjeros, se remontó la situación.
"Superamos los momentos complicados invirtiendo más, porque creemos en nuestro producto diferencial y queremos que la marca nos supere a todos", reconoce Núria Gras. La Covid-19 también ha tenido un impacto muy importante, puesto que toda la división dedicada a hoteles o aeropuertos cayó en picado. El objetivo es cerrar el 2022 con la misma facturación que el 2019, que fue de unos cinco millones de euros.
Un sofá por toda la vida
Y la filosofía de Grassoler todavía es vigente, un sofá es un elemento único muy relevante en la vida de las familias. Una de las características que hace especial la empresa catalana es el hecho de crear productos únicos. En su catálogo cuentan con unas noventa referencias, pero cada modelo tiene infinitas combinaciones de piezas, colores o tejidos. "Cada sofá es único", insiste.
Núria Gras: "Nuestro cliente lo elige todo. Crea una gran diferenciación"
En un mismo sofá, se pueden instalar dos asientos de diferentes características para que se adapten a los gustos de comodidad de cada usuario. Y todo se puede reconvertir. Un sofá de Grassoler no se cambia cada dos por tres, sino que dura años y años. Y siempre con la posibilidad de cambiar una pieza que se ha echado a perder o que se quiera modificar por gusto.
"Todos los competidores que hacen productos en masa, tienen un modelo con cuatro medidas y cuatro colores. Nuestro cliente lo elige todo. Crea una gran diferenciación y cada pedido es a medida del cliente final", resume Núria Graso.
Amor al producto
Con el objetivo de enfatizar sus valores como empresa familiar, Grassoler ha puesto en marcha una nueva campaña con el lema Experience. Quality. Love. La experiencia de más de sesenta años en el negocio, la calidad de sus productos y el amor por su trabajo. "Amor y el afecto en cada fase de producto, todo lo sentimos mucho, no somos un producto más. No es solo vender y rentabilidad", enfatiza Núria Gras.