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Recomendación a los gigantes tecnológicos: trocear la compañía antes de que los obliguen

Las autoridades estadounidenses sugieren dividir a los gigantes tecnológicos para evitar que interfieran y frenen la competencia

Google controla aproximadamente el 90% del mercado de búsquedas en Internet | iStock
Google controla aproximadamente el 90% del mercado de búsquedas en Internet | iStock
Barcelona
03 de Septiembre de 2024

No es lluvia de este verano. Distintas autoridades norteamericanas acechan a los gigantes tecnológicos. Ahora, concretamente a Google. Pero en el punto de mira siguen las otras tres GAFA (Apple, Facebook y Amazon) y otras. La UE va directamente imponiéndoles multas millonarias. El lobby de estas en Washington consigue de momento eternizar las decisiones, pero los tribunales avanzan: más pronto que tarde tomarán decisiones contra las actuaciones monopolísticas de estas compañías y acabarán troceándolas. Es la lucha entre la conducta privada y la ética colectiva.

 

Crecer es bueno. Tomar dimensión internacional, también. Ser grande, tampoco es malo. Ahora bien, hacer las tres cosas a la vez siendo juez y parte en el mercado, abusando de la posición contra proveedores, consumidores o trabajadores, acaparando ventas, obligando a firmar contratos de exclusividad para convertirse en el buscador predeterminado, cerrando la puerta a los competidores, impidiendo la portabilidad, generando noticias falsas, monopolizando fases importantes de la cadena de suministro requiere decisiones drásticas para evitar los impulsos que las grandes tecnológicas tienen de dominar el mundo; (la mayoría de los epígrafes aquí mencionados son palabras de los tribunales norteamericanos).

 

Para deshacer el embrollo de Google, las distintas autoridades norteamericanas que acosan a los gigantes tecnológicos proponen una primera vía común que consiste en trocearla, es decir, separar estructuralmente los negocios para que no interfieran entre sí e impidan la libre competencia. En este caso, debería desinvertir en el sistema operativo Android, en el navegador Chrome y en la publicitaria Google Ads, de las que provienen dos tercios de los ingresos. De otro modo, recomiendan cambiar las leyes de fusiones para disuadir a las empresas dominantes de perpetuar su dominio; o liberar a los consumidores para que sean ellos quienes decidan sobre el uso de sus datos y la portabilidad.

Para deshacer el embrollo de Google, las distintas autoridades norteamericanas que acosan a los gigantes tecnológicos proponen una primera vía común que consiste en trocearla

Esta ha sido la conducta de los pioneros de la era digital desde los orígenes hasta los últimos veinte años. Los gigantes son gigantes porque han aprovechado la oportunidad de innovar —lo cual es fantástico—, pero sobre todo porque han campado a sus anchas con las ventajas injustas de la falta legal y fiscal frente al resto de las empresas, aspecto que poco a poco se está abordando, sobre todo en la UE.

Ahora hay tres importantes retos que enfrentan los gigantes de la tecnología: la IA, sobre la cual se ha volcado el mundo digital sin freno, invirtiendo como nunca desde 2022; la conquista para dominar la nube, que se mantiene; y la utilización de la experiencia humana para crear productos predictivos, como describe Shoshana Zuboff en su libro La era del capitalismo de vigilancia (Paidós, 2020). Respecto a los productos predictivos, se ha generado un mercado de futuros conductuales que los gigantes tecnológicos utilizan a partir de datos obtenidos gratuitamente para estimular el comportamiento de las personas y modificar sus decisiones, dirigiéndolas hacia resultados rentables; se trata de un mercado de datos recogidos de los usuarios a través de la red, sin su consentimiento, que se reciclan en mercancía publicitaria.

El caso IBM

IBM es un caso de transformación digna de estudio | iStock
IBM es un caso de transformación digna de estudio | iStock

Hace tiempo que en Estados Unidos estudian la cuestión y tarde o temprano encontrarán la forma de obligarlas a hacerlo. La UE aumenta las multas y las cobra; por ahora se convierte en la vía más efectiva. Tener todo el poder y dominar el mercado y el mundo es un viejo deseo humano. Reyes, emperadores, ricos, locos, líderes religiosos, deportivos, sociales... lo han perseguido. Ahora lo encarnan los gigantes tecnológicos. Nadie quiere perder lo que ha conseguido, sea como sea.

Queremos recordar aquí el caso de IBM. En 1993, su consejo de administración analizaba los resultados. Eran los peores de su historia, 8.000 millones de dólares de pérdidas operativas acumuladas en el ejercicio. Cambiar al CEO fue la primera decisión. No todos los miembros estaban de acuerdo en contratar a Louis V. Gerstner Jr., un directivo que, proveniente de Nabisco y American Express, no tenía ninguna experiencia en la fabricación de hardware y todo su currículum estaba ligado al gran consumo. El nuevo CEO lo vio claro desde el primer momento: la empresa dejaría de dedicarse a fabricar hardware, vender grandes computadoras —los mainframes o servidores—, cosa que otros competidores más pequeños y mucho más ágiles hacen mejor, para pasar a convertirse en proveedor de soluciones informáticas y servicios.

Para enfrentar este nuevo modelo de negocio, decidió dividir la empresa, trocearla creando:

  1. Una unidad de laboratorios de investigación y desarrollo permanente que se abrió, por ejemplo, a la IA o a la computación cuántica.
  2. Una división de servicios, IBM Global Services.
  3. Adquiriendo Lotus Development Corporation, más específica para el software empresarial.
  4. Desarrollando IBM WebSphere para software con el objetivo de integrar aplicaciones web.

Nada que ver con el pasado. Con lo que quedaba del negocio, llevó a cabo operaciones de leverage buyout con sus empleados, desprendiéndose de una parte importante de la plantilla. Fue la necesidad la que lo obligó a replantearse el modelo de negocio. Trocear la empresa le salvó de la quiebra a una de las grandes protagonistas del siglo XX y pudo ingresar al siglo XXI como la tecnológica más antigua. Dividir. Separar. Las multinacionales tecnológicas deberían tomar espontáneamente la decisión de hacerlo antes de que las autoridades les obliguen.