"Galletas buenas hechas por buenas personas". Este es el lema de El Rosal, una empresa social dedicada a la elaboración de dulces que empezó el 1920 cómo un pequeño obrador en Tàrrega. A principios de los 2000, el proyecto pasó a manos de la Associació Alba, entidad que trabaja para mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad y enfermedad mental
Desde entonces, El Rosal ha crecido exponencialmente hasta llegar a los 22.000 kilos al año y dar trabajo a una quincena de personas con discapacidad.
Un pequeño obrador en Tàrrega
La historia de El Rosal se remonta al 1920, cuando Josep Serra impulsa un pequeño obrador en Tàrrega para hacer unas galletas únicas a partir de los barquillos. Pastelero de oficio, había perfeccionado sus conocimientos en establecimientos emblemáticos cómo la Pastisseria Boix de Sarriá.
En Tàrrega disponían de una pequeña tienda y bien pronto sus galletas, barquillos, cubanos, vanos y carquiñolis consiguieron mucha popularidad en la comarca. Todo gracias a una receta secreta y muy guardada. Las galletas El Rosal también se comercializaban por toda Catalunya en hornos de pan y pastelerías con marca El Rosal o con marca blanca, hasta lograr un alto reconocimiento en el territorio. Gente de todo el país se desplazaba hasta Tàrrega para comprar, especialmente los barquillos en Navidad.
El relevo en El Rosal
El negocio se mantiene en la familia y el hijo del fundador, Lluís Serra, toma el relevo. Se mantiene la apuesta por un producto de calidad y artesano. Hasta que el 1998 se jubila y, sin posibilidad de un relevo generacional, se plantea el cierre. Pero apareció la oportunidad de pasar el negocio a la Associació Alba.
Y con el traspaso, también reciben la receta secreta, cómo explica Núria Cendoya, responsable de El Rosal: "Cuando el señor Serra nos enseñó la formulación, nos dijo que si trabajamos con mantequilla buena, no fracasaríamos. Trabajamos con los mismos ingredientes". Y así lo hicieron.
Cendoya: "La clave del éxito es hacer un producto que sea honrado"
Y en dos décadas han pasado de producir 1.000 kilos el año a hacer 22.000, exportando algunos de sus productos a Rusia, Bélgica o Alemania. Y dando trabajo a personas con discapacidad. "La clave del éxito es hacer un producto que sea honrado", resume Cendoya.
Y El Rosal tienen clara su misión, que está en el centro del proyecto: "El objetivo es dar trabajo a personas con discapacitado". Para este año esperan superar los 500.000 euros de facturación: "Facturamos poco, pero damos mucha ocupación, es uno de nuestros éxitos".
Un producto artesano y de calidad
El Rosal ha mantenido prácticamente igual la receta original y la apuesta por la artesanía y la calidad. "La galleta se hace manual, una a una. Y la calidad son los ingredientes", resume Cendoya. Mantequilla del Cadí, harina de Artesa de Segre y huevos de verdad. Los tres pilares del producto.
Una apuesta importante fue el rediseño de los embalajes, que les abrió las puertas de tiendas gurmet de países cómo Alemania o Rusia. Una aventura que se acabó cuando decidieron cambiar el diseño por uno más económico. Actualmente, sus productos se pueden encontrar en tiendas de proximidad de todo el país y algunas grandes superficies cómo Bon Preu o Caprabo.
A estas alturas, buena parte de la facturación del Rosal proviene de las ventas de Navidad y uno de los objetivos es la desestacionalización. Lo han hecho con unas rosas comestibles por Sant Jordi y quieren continuar explorándolo.
El arrugado, el éxito de un fracaso
El 2009, El Rosal gana gran popularidad con la invención de un nuevo dulce: el arrugado. Su historia de éxito tiene el origen en un fracaso. "A uno de los trabajadores del obrador no le salían bien los barquillos. Cada día teníamos montañas de un producto feo y arrugado, pero muy bueno", explica Cendoya. Y decidieron colocarlo en el restaurante de la Associació Alba. Gustaban mucho.
Así, apostaron para construir el relato del arrugado, contando la "bonita historia que hay detrás". "Muy ligado a nuestros propósitos: dar oportunidades a personas que aparentemente les costaría trabajar en otros lugares", añade. Y potencian el arrugado, un producto que simboliza "una segunda oportunidad, aparentemente feo, pero que esconde una galleta muy buena y con mucho valor social". Ya es el 80 % de su producción.
El compromiso social
Cómo remarca la Núria, el proyecto de El Rosal es mucho más que hacer galletas y dulces: "Nuestro fin es crecer, pero siempre conservando nuestros valores de calidad, artesano y ocupación social. Cuanto más podamos vender, más gente ocuparemos".
Esta filosofía es que llevó a Núria Cendoya hasta la Associació Alba y El Rosal. Después de 17 años como propietaria de un gimnasio, hizo un cambio radical: "Cuando hice 40 años, decidí que me gustaría entrar en un proyecto social". Y eso hizo. Primero, en la Fundación Trueta de Vic y, después, ya en Alba.
Cendoya: "Yo pagaría por trabajar aquí"
"Yo pagaría para trabajar aquí. Es un trabajo muy agradecido, porque ves que, en tu día a día, beneficias gente que no trabajaría en otros lugares. En economía social, los beneficios van directo a la persona y no a engrosar los bolsillos de un jefe, es el sentido de la vida".
Y destaca la importancia de dar oportunidades a las personas con discapacidad: "Imagínate que estás cada día sin trabajar. Son personas que no las contratan en ninguna parte. El sueldo es básico para tener casa, comer y tener una vida digna. Es un derecho vital básico por ellos".