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Xavier Guix (psicólogo): "Un líder que tenga miedo al conflicto vale más que se retire"

El peligro de renunciar a ser uno mismo por la necesidad de complacer, encajar y portarse bien

    Xavier Guix es una figura destacada en el ámbito de la comunicación interpersonal, la inteligencia emocional y el liderazgo consciente | Carolina Santos
    Xavier Guix es una figura destacada en el ámbito de la comunicación interpersonal, la inteligencia emocional y el liderazgo consciente | Carolina Santos
    Gemma Fontseca, jefa de redacción de VIA Empresa | VIA Empresa
    Jefa de redacción
    Barcelona
    06 de Junio de 2025
    Act. 06 de Junio de 2025

    Xavier Guix (Barcelona, 1960) es psicólogo, comunicador y escritor especializado en desarrollo personal y transformación de la conciencia. Con una larga trayectoria como conferenciante y formador, ha sido una figura destacada en el ámbito de la comunicación interpersonal, la inteligencia emocional y el liderazgo consciente. Combina la psicología humanista con influencias de la filosofía oriental y las neurociencias, con una mirada profunda hacia el “yo” y las relaciones humanas.

     

    Es autor de varios libros de éxito, entre los cuales destacan El problema de ser demasiado bueno, donde explora los límites de la complacencia y la dificultad de decir que no, y Ni me explico ni me entiendes, un ensayo claro y directo sobre los malentendidos que generamos (y sufrimos) en la comunicación cotidiana. Guix ha colaborado en medios como TV3, Catalunya Ràdio o La Vanguardia, y ha sido docente en escuelas de negocios y programas de liderazgo.

    Su propuesta es clara: transformarse uno mismo para transformar la manera de vivir, trabajar y liderar. Durante el mes de mayo recibe a VIA Empresa para hablar sobre bondad, límites, comunicación, empresas y la compleja relación entre el mundo emocional y el mundo profesional.

     

    ¿Cómo se puede detectar si uno es demasiado bueno?

    Tenemos la suerte de tener mucha gente buena en el mundo, y esto hace que el mundo funcione como lo hace. Pero en mi libro El problema de ser demasiado bueno, no hablo del hecho de ser buena persona, sino de cuando somos demasiado buenos. Este “demasiado” lo cambia todo, porque quiere decir que la motivación principal es gustar y ayudar a los demás, a menudo sin poner límites. Es aquí donde aparece el problema: hacerlo todo por los demás, pero a costa del propio bienestar. Esto es lo que llamo mala bondad.

    Por lo tanto, ¿cómo podemos saber si una persona está cayendo en la mala bondad?

    Porque se está haciendo daño a sí misma. Se da cuenta de que no consigue lo que quiere, que sufre, que vive con la necesidad constante de complacer a los demás. Se esfuerza mucho, quiere hacerlo todo perfecto y es muy exigente con ella misma. Todo esto provoca malestar, y llega un momento en que la persona piensa: “Ojo, esto me pasa a mí, y no estoy bien”.

    En su libro El problema de ser demasiado bueno habla de la dificultad de poner límites. ¿Es un problema habitual también dentro de las empresas?

    Mucho. En el ámbito laboral a menudo parece que estás allí solo para cumplir. Hay una especie de orden o de expectativa que se convierte en una obligación: tienes que hacer lo que toca. Puedes decir la tuya, hacer algún comentario o sugerir otro punto de vista, pero al final, acabas haciendo lo que te piden.

    A partir de aquí, hay muchas personas que no se lo cuestionan: cumplen y basta. Se dicen a ellas mismas: “Aunque sea demasiado trabajo, aunque sea injusto, aunque los otros se escaqueen, yo lo tengo que hacer igualmente”. Y esto, desgraciadamente, pasa muy a menudo.

    Entonces, ¿cómo se puede resolver este problema de no saber poner límites?

    Lo que pasa es que muchas personas acaban cargando con más trabajo simplemente porque los otros saben que lo harán. Aquí es donde está la pequeña perversión: cuando no sabemos poner límites, los otros lo aprovechan.

    Por lo tanto, tanto en el trabajo como en la vida, tenemos que aprender a poner límites. Y esto, en el fondo, quiere decir definir quién eres. Cuando tú dices claramente qué quieres o qué no quieres, ya estás poniendo un límite. Por ejemplo, si me dices: “A mí esto no me gusta”, ya me estás marcando una línea. Podemos hablar, discutirlo o negociarlo, pero ya sé dónde estás. Y para poder poner este límite, primero tienes que tener claro qué quieres y qué no quieres. En definitiva, poner límites quiere decir saber quién eres y expresarlo con claridad.

    El miedo al conflicto, a no gustar o a decir que no… ¿cómo afecta a los líderes y a los equipos?

    Mi libro Ni me explico ni me entiendes pone el foco en los malentendidos y la comunicación emocional. ¿Por qué nos cuesta tanto comunicarnos bien, incluso con buena intención? Un líder que tenga miedo al conflicto vale más que se retire.

    "Tanto en el trabajo como en la vida, tenemos que aprender a poner límites. Y esto, en el fondo, quiere decir definir quién eres"

    ¿Por qué lo cree? 

    Porque seguramente, como líder, tendrá que resolver conflictos casi cada día. Conflictos de intereses, pero también conflictos humanos, o una mezcla de los dos. En cuanto a los intereses, es normal que cada uno quiera cosas diferentes: yo quiero una cosa, tú quieres otra, y esto hay que gestionarlo buscando puntos en común.

    Pero también está el factor humano: nos entendemos o no, nos gustamos o no, y aun así a menudo tenemos que trabajar juntos. Por eso es clave entender que una parte muy importante del trabajo de un líder es precisamente esta: gestionar y resolver conflictos. Si no lo tiene claro, quizás no está en el lugar adecuado.

    La propuesta de Xavier Guix es clara: transformarse uno mismo para transformar la manera de vivir, trabajar y liderar | Carolina Santos
    La propuesta de Xavier Guix es clara: transformarse uno mismo para transformar la manera de vivir, trabajar y liderar | Carolina Santos 

    ¿Por qué nos cuesta tanto comunicarnos a pesar de la buena intención?

    Porque partimos de una suposición equivocada: creemos que, como hablamos el mismo idioma, ya nos entendemos. Pero no es así. Cada uno percibe e interpreta la realidad a su manera. Lo que para mí puede ser una experiencia divertida o agradable, para ti puede ser traumática. ¿Cómo puede ser que hayamos vivido lo mismo y lo vivamos de manera tan diferente? Pues porque somos diferentes, y nadie siente o experimenta exactamente igual que el otro.

    Para entendernos de verdad, yo tendría que aprender a interpretar la realidad como lo haces tú. Pero esto requiere tiempo y ganas, y a menudo no nos ponemos. Damos por hecho que el otro lo ve como nosotros, y aquí empiezan los malentendidos.

    El reto no es solo hablar de lo que pasa, sino de cómo interpretamos lo que pasa. Y esto es lo que casi nunca hacemos. De hecho, una de las cosas más difíciles en comunicación es expresar las propias necesidades de manera clara. Pero si no nos atrevemos a hacerlo, si no nos esforzamos para entender cómo codificamos la realidad, siempre tendremos dificultades para comunicarnos bien.

    ¿Cuándo sale el ego y cómo se puede domar?

    Todos tenemos ego (sonríe). Cuando tienes un cargo de liderazgo, gestionar el ego es parte del reto. La gente espera que el líder tenga ego; no esperan que sea débil o indeciso, porque si el líder no tiene seguridad, parece que todo el mundo se le puede tirar encima. Por eso, a menudo un líder tiene que mostrar confianza, y esto a veces se percibe como un gran ego.

    "Una de las cosas más difíciles en comunicación es expresar las propias necesidades de manera clara"

    El problema llega cuando la persona se identifica demasiado con su rol, diciendo cosas como “yo soy directivo”, “yo tengo un cargo”, “yo soy el jefe”… Cuando lo que domina es el cargo y no la persona que hay detrás, se pierde la humanidad en la relación. Y esto crea dificultades porque a los humanos no nos gusta relacionarnos con una “función” fría, sino con una persona de carne y hueso.

    Hay líderes que son muy funcionales y profesionales, pero que se olvidan de ser personas de verdad. Y esto genera distancia y problemas en el equipo.

    Cuando lo que domina es el cargo y no la persona que hay detrás, se pierde la humanidad en la relación

    Defines en los libros la ansiedad como "la consecuencia de vivir con la presión de quererlo controlarlo todo y ser la mejor versión de uno mismo. Te piensas que tienes que llegar más lejos". ¿Crees que como sociedad conocemos bien esta emoción?

    La verdad es que muchas veces no entendemos bien qué es la ansiedad. La entienden mejor las personas que la sufren, sobre todo aquellas que han tenido un ataque de pánico. Hoy en día, creo que hemos psicologizado mucho el lenguaje: utilizamos palabras muy fuertes sin que realmente tengan aquel peso. Por ejemplo, frases como “no me digas esto que me traumo”, o “estoy muy bipolar hoy”, o “estoy random”. Estas expresiones son muy duras, porque un trauma es realmente un tema muy serio.

    "La gente espera que el líder tenga ego; no esperan que sea débil o indeciso, porque si el líder no tiene seguridad, parece que todo el mundo se le puede tirar encima"

    La ansiedad también es un tema serio, pero la hemos incorporado tanto a nuestra vida cotidiana que la utilizamos para describir cualquier situación. Así, una cosa que me ilusiona mucho la puedo vivir como ansiedad. Por ejemplo, estoy emocionado, pero en vez de decir que estoy emocionado, digo que “estoy ansioso”. En realidad, tengo ansia, pero no es una ansia negativa, sino una ansia positiva. Así que no todo lo que decimos “ansiedad” es realmente ansiedad.

    Entonces... ¿qué entendemos por ansiedad desde el punto de vista clínico?

    Desde el punto de vista clínico, entendemos la ansiedad como la dificultad que tiene una persona para adaptarse a una situación determinada. Es como si la persona pensara: “Estoy intentando adaptarme, pero no puedo, no me salgo. Pasa el tiempo, pasan las horas, y aunque lo intento, no hay manera. Y esto me genera ansiedad".

    ¿Por qué se llega a este punto? 

    La persona siente que “no sé adaptarme, no puedo más”. Se dice a sí misma “estoy aguantando, aguantando, sufriendo, sufriendo, hasta que un día reviento”. Cuando llega este momento, aparecen los síntomas de la ansiedad, que en muchos casos pueden desembocar en un ataque de pánico. Esto es lo que llamamos un trastorno adaptativo, o más sencillamente, una dificultad para adaptarse. En palabras cotidianas, es sentirse atrapado.

    Para ponerlo más fácil, imagina una situación en que la solución está en un futuro incierto. Esto quiere decir que tienes que esperar que pase, pero mientras esperas, te angustias. Tienes ganas de salir de esta angustia, pero no puedes. Esta sensación de estar atrapado es lo que alimenta la ansiedad.

    Xavier Guix es autor de 'El problema de ser demasiado bueno' | Carolina Santos
    Xavier Guix es autor de 'El problema de ser demasiado bueno' | Carolina Santos

    ¿El trabajo nos define demasiado? ¿Cómo se puede equilibrar identidad profesional y bienestar personal?

    Más que identificarnos demasiado, yo diría que algunas personas sí que necesitan vincular su identidad con su función profesional. Para ellas, el trabajo se convierte en una extensión de aquello que son. Pero, en general, lo que nos pasa a la mayoría es que vivimos excesivamente atrapados por el trabajo. Y no solo por el trabajo como tal, sino por el sentido del rendimiento.

    Este rendimiento no se limita al ámbito laboral. Tiene que ver con hacerlo todo bien, llegar a todas partes, estar por todo el mundo: por mí mismo, por la pareja, por los hijos... Todo hacerlo bien. Y esto es, sencillamente, imposible.

    El ritmo actual nos ha llevado a desarrollar una especie de capacidad loca para hacer muchas cosas, para vivir agotados, pero con la creencia de que, a través de esto, nos estamos realizando. Esta idea no es nueva; el filósofo Byung-Chul Han ya escribió sobre esto en La sociedad del rendimiento. Recuerdo un titular en el diario El País que recogía muy bien este pensamiento: “La gente se está machacando creyendo que se está autorrealizando”.

    "Vivimos excesivamente atrapados por el trabajo. Y no solo por el trabajo como tal, sino por el sentido del rendimiento"

    Desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir, no paramos. Y, además, con la convicción de que no tenemos tiempo. Y si no tenemos tiempo, es como si nosotros mismos no estuviéramos. Nos situamos al final de la agenda, detrás de todo. Entonces, ¿qué vida tenemos realmente?

    Por lo tanto, el problema no es tanto que nos identifiquemos con el trabajo, sino que hacemos demasiadas cosas. Este exceso de exigencia, este ideal de rendimiento constante, es lo que realmente nos está ahogando.

    Finalmente, en un entorno acelerado e hiperproductivo, ¿cómo se puede fomentar la pausa, la escucha y el pensamiento crítico?

    La verdadera pregunta es: ¿cómo podemos volver a conectar con nosotros mismos? Pausar, escuchar, pensar... Todo esto no es solo una actitud externa, sino una actitud interior que hay que entrenar. Es una práctica personal que permite, incluso en medio del caos y la velocidad del mundo, mantener la paz interna.

    Esto es una conquista. No llega sola. Es un trabajo cotidiano que se empieza cuando uno se da cuenta de que solo desde la quietud y el silencio interiores puede sentirse verdaderamente despierto. Y es desde este estado de serenidad que podemos vivir el resto de cosas con más presencia y sentido. Porque, pase lo que pase fuera, sabemos que este espacio siempre está. Y es nuestro. Nos podemos refugiar. Este espacio seguro y profundo es lo que llamamos serenidad.

    Pero, insisto, es una conquista. Y cada uno tiene que encontrar el camino que le sea más propicio. Hay quien opta por la meditación, quien practica el mindfulness, quien encuentra paz en la naturaleza, quien reza... Cada uno tiene que descubrir cuál es su camino para ir hacia dentro y reconocer este espacio interior. No hay que construirlo, porque ya está. Se trata, simplemente, de descubrirlo. El tesoro ya está; solo hay que barrer el camino hasta encontrarlo.

    "Uno se da cuenta de que solo desde la quietud y el silencio interiores puede sentirse verdaderamente despierto"

    El resto -el ruido, las prisas, la exigencia constante- probablemente no desaparecerá del todo. Algunas cosas sí que podemos cambiarlas, y de hecho hay personas que hoy en día se replantean de manera profunda su estilo de vida: “¿Vale la pena vivir así?”. Se hacen preguntas honestas, miran a sus hijos y deciden cambiar. Hay quien se marcha al campo, que abrazan una vida más sencilla, incluso que deciden cuidar cabras y hacer de pastores. Es una decisión personal, que nace de un acto de lucidez: darte cuenta de que aquello que vivimos a menudo no es real ni esencial.