La obsolescencia programada costa 50.000 euros a cada familia

La inclusión de una etiqueta o la dotación de incentivos para los productos que duren más son algunas propuestas para alargar la vida de los electrodomésticos y la electrónica

La bombilla fue el primer producto a reducir su vida útil La bombilla fue el primer producto a reducir su vida útil

Móviles que no permiten el cambio de pantalla o de batería, impresoras que dejan de funcionar un golpe han imprimido un número de páginas prefijadas, portátiles por los cuales no hay recambios... Todas estas prácticas son fruto de la obsolescencia programada o planificada o, el que es el mismo, el fin de la vida útil de un producto fijada por adelantado por los fabricantes o por los diseñadores con el objetivo que haya que comprar uno de nuevo. El que para la Fundación Energía e Innovación Sostenible (Feniss) supone un gasto extra de 50.000 euros a lo largo de su vida en un núcleo familiar de cuatro miembros.

Que una lavadora dure 20 o 30 años es cada vez menos habitual. Los electrodomésticos, pero sobre todo la electrónica de consumo como, tienen una vida más corta que la que podrían llegar a tener. Se trata, según el director académico de los MBA y programas directivos de la UOC, Enric Serradell, de una "práctica fraudulenta y poco ética", en la medida que no ha sido comunicada a los consumidores y que en muchos casos ha sido "generalizada por los fabricantes". Una práctica habituales en marcas como Apple, Samsung y Microsoft, las cuales salen fuerza malparades en un estudio publicado por Greenpeace e iFixit.

Es posible poner fin?

La Unión Europea ha empezado a hacer los primeros pasos para poner fin a la obsolescencia programada. El año 2013, el Comité Económico Social Europeo encargó un informe sobre la influencia del etiquetado de la vida útil de los productos en los consumidores. La conclusión más destacada fue que los consumidores parecen estar dispuestos a pagar más por los productos que son fabricados para durar más: más de 100 euros adicionales por un lavavajillas con una vida útil suplementaria de dos años. Además, según un estudio del Eurobaròmetre del año 2013, un 90% de los ciudadanos cree que los productos tienen que etiquetarse claramente para indicar la vida útil.

El julio pasado, el Parlamento Europeo creó una comisión de estudio para impulsar una serie de medidas para luchar contra la obsolescencia programada, como dotar de incentivos fiscales que duren más y que sean reparables fácilmente. El organismo también pide que se estudie la creación de una etiqueta europea voluntaria que incluya, entre otras cosas, la durabilidad del producto y el diseño ecológico. Una propuesta que, para Serradell, ayudarían el consumidor a elegir qué compra.

Las marcas, por su parte, podrían obtener más ingresos con esta etiqueta. Así lo defiende la profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC y experta en marketing Neus Soler, quien señala que redundaría en beneficio de la imagen de la empresa. Sin embargo, la experta recuerda que no todo el mundo estaría dispuesto a pagar más por un producto que tuviera la etiqueta de caducidad. "El consumidor estaría dispuesto a pagar más para asegurar una durabilidad más larga de una lavadora, pero en el caso de un móvil, en que los adelantos tecnológicos hacen que aunque funcione quede obsoleto en prestaciones y diseño, probablemente no", explica.

Productos con fecha de caducidad

La obsolescencia programada no es un problema actual. Se empezó a hablar a la década del 1920, especialmente a raíz del crac del 1929, cuando los fabricantes empezaron a acortar volgudament la vida útil de muchos objetos para fomentar el consumo y hacer crecer la economía. La bombilla se convirtió en la primera víctima y muchas emprendidas fabricantes fijaron en no más de mil horas su vida útil, a pesar de que las primeras tenían más durabilidad.

Otros productos más efímeros como las medias también se vieron afectados por esta práctica. La empresa DuPont presentó en 1940 una media muy resistente en la cual no se hacían carreras. Poco después las dejó de fabricar porque al ser tan resistentes las mujeres no compraban, y empezó a hacer medias más frágiles. Lo explica el documental sobre el ciclo de la vida de los artículos Comprar, echar, comprar, coproduït por España y Francia.

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