¿Y el aeropuerto?

Estos días se ha hablado mucho del traspaso de Cercanías. Pienso que este traspaso tiene trampa, cómo lo tuvo el traspaso de los puertos. Se trata de hacer algo que deje a las dos partes con la cara salvada ante una opinión pública bastante despistada. En el caso de los puertos, la apariencia fue que eran traspasados. Cuándo, en realidad, la única potestad que tiene la Generalitat es nombrar el presidente del puerto correspondiente. Ahora, con el traspaso de Cercanías, la cosa todavía está más turbia: una empresa mixta Estado-Generalitat. Bien, los que vivimos del mundo privado ya sabemos los trucos a utilizar, cuándo quieres que los proyectos no avancen. Además, cuando llegue el momento, próximo, que el PSOE gobierne en la Generalitat, la empresa mixta estará formada por gente totalmente a sueldo de Madrid, o sea: de 50-50% habremos pasado a 100%.

Tomen nota: con la solución dada, Cercanías nunca, nunca, nunca será cómo los actuales Ferrocarrils de la Generalitat. Ni funcionará nunca igual de bien. El que espere mejoras tangibles, que se lo haga mirar. Pero bien, yo quería hablar hoy del gran olvidado. O de la gran renuncia -díganle cómo quieran: los aeropuertos. Y no quiero referirme a las grandes y faraónicas obras que los últimos tiempos han inflamado las portadas de la prensa local. No, no. Yo hablo de la gestión. Y escribo este artículo, solo llegar de un viaje largo que ha empezado en Barcelona por la mañana. Les transmito algunos flashes.

Los que vivimos del mundo privado ya sabemos los trucos a utilizar, cuándo quieres que los proyectos no avancen

Después de hacer la facturación me han dado el buen día los individuos e individuas de seguridad con su siempre eterna cancioncilla ¡... cinturones, ordenadores, tablets,... todo en la máquina!, en castellano, evidentemente, y con el típico estilo que emula la ¡... sueño de Santurce las traigo yo!. La chica que mira la pantalla está charlando con el que tiene que controlar el arco magnético, y con otros, en lugar de estar concentrada en su trabajo. Los otros dos o tres individuos que borinotean por el entorno, también le dan conversación a la de la pantalla que, al parecer, han decidido que está de buen ver.

Acabada la sección de charlotada-seguridad pasas, escaleras abajo, a la sección de restauración y tiendas, que son aquello que interesa AENA- ya sabemos toros y bailaoras de baldosa rota con olores de Gaudí hispanizado, cosa que no se le ocurrió ni a Franco! La comida que se puede encontrar se divide, a grandes rasgos, en dos tipos: fast food y aquello que podríamos denominar comer de bar extremeño-andaluz.

Una especie de Sevilla, pero en degenerado porque, al fin y al cabo, Sevilla tiene gracia, pero en el aeropuerto de Barcelona, no. Baja calidad, zumos de naranja "naturales" exprimidos el día antes, etc. Me pido un cruasán con un té con leche y, cómo que no tienen ni idea del oficio, me preguntan si el té lo quiero negro. Liquido el tema en 5 minutos, puesto que el alboroto es insuperable. Y no provocado por los clientes, que parecen todos bastante reportados -además, en aquellas horas de la mañana van todos medio dormidos. El ruido proviene de las amenas conversaciones que mantienen los presuntos camareros-despachadores entre ellos. Abandono el sector de los productos de bellota y me encamino al control de pasaportes.

El aeropuerto de Barcelona es gestionado de la manera más ibérica

Allí, antes de llegar, habitualmente hay una persona con la misión de llamar la atención de los viajeros para que los que tienen pasaporte europeo vayan por un camino determinado, diferente del resto de pasaportes -la gente, a veces, parece un poco burra. Hoy había una señora. La chica de delante ha dicho que era de Bolivia y, cómo que parece que la señora encargada de la bifurcación también lo era, han entablado una agradable conversación, cosa que ha permitido que los que veníamos detrás hayamos pasado la bifurcación por donde nos ha parecido más conveniente, sin ninguna verificación. Finalmente, la entretenida y caótica gincana ha finalizado cuándo he embarcado.

Con todo esto quiero decir que el aeropuerto de Barcelona es gestionado de la manera más ibérica, es decir, grotesca, grosera, tercermundista que se pueda imaginar. Con una actitud respecto del país que se puede calificar de anticatalana. Es por eso que pienso que, en lugar de haberlo rebautizado cómo "Josep Tarradelles", le hubieran tenido que poner de nombre "Bertín Osborne". Quizás todos aquellos que viajan de vez en cuando no paran atención, es natural. Pero cuándo conoces aeropuertos del mundo, incluso modestos, y pasas por la experiencia del de Barcelona te parece haber entrado en un tipo de astracanada vulgar que, si no es porque hace llorar, daría risa. Causa un gran efecto ver que las cosas se pueden hacer tan mal. Y que, al parecer, nadie reclama que se podrían hacer mejor.

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