En los últimos meses, hemos oído reiteradamente a la ministra de Trabajo y otros cargos públicos defender la reducción de jornada laboral como una medida clave para favorecer la conciliación; entre la vida personal, familiar y profesional. Es, sin duda, un discurso de gran importancia social, difícil de rechazar desde un punto de vista teórico. Pero, la pregunta que hay que hacerse es: ¿hasta qué punto este planteamiento tiene una incidencia real y equitativa en el conjunto de las personas trabajadoras?
La propuesta de reducir la jornada a 37,5 horas semanales, con el objetivo declarado de mejorar la conciliación entre la vida laboral y familiar, se centra en una parte minoritaria del mercado laboral e ignora problemas estructurales. Esta medida, que se presenta como un avance en la política laboral, plantea más preguntas que respuestas sobre su efectividad real y su aplicación desigual.
Según datos del mismo ministerio de Trabajo, aproximadamente el 15% de las empresas españolas tienen convenio propio y, en general, ya se sitúan alrededor de las 1.712 horas anuales. El resto, es decir, el 85% de las personas trabajadoras, tienen convenios colectivos que, de media, fijan jornadas de entre 1.750 y 1.760 horas. Es decir, estamos hablando de una reducción real de poco más de 50 horas anuales, el equivalente a una hora semanal. Es legítimo preguntarse si una hora menos a la semana es, de verdad, una herramienta transformadora de la conciliación y si existe un beneficio real para la mayoría de los trabajadores.
Y, aún más relevante: ¿de quién estamos hablando cuando hablamos de "personas trabajadoras"? Porque parece que el debate público excluye sistemáticamente a los trabajadores por cuenta propia. Los autónomos, sean societarios o no, seguirán trabajando tantas horas como les sea necesario para mantener su actividad. Nadie habla de su conciliación, de su calidad de vida o de cómo reducir su carga laboral. Estos profesionales, que representan una parte fundamental del tejido económico, parecen quedar fuera del debate. Y, sin embargo, también son trabajadores.
Por otra parte, no podemos obviar otra cuestión clave: las rigideces de nuestra legislación laboral. Es sabido que la normativa actual impide que una empresa y un trabajador acuerden hacer más de 80 horas extras anuales, aunque ambas partes estén de acuerdo y se compensen adecuadamente. Tampoco se pueden hacer jornadas superiores a las 9 horas ni se puede reducir el descanso mínimo de 12 horas entre jornadas. Estos límites tienen una lógica —la protección de la salud laboral— pero, sorprendentemente, no se aplican cuando una persona trabaja para más de una empresa.
"La pluriocupación es legal, y a menudo tolerada o incluso fomentada, aunque conduzca a jornadas laborales mucho más extensas que las que se podrían hacer dentro de una sola empresa"
La paradoja es que mientras se promueve una política de conciliación, la legislación impide pactar horarios flexibles dentro de una empresa, pero permite la pluriocupación entre empresas. Es decir, la pluriocupación es legal, y a menudo tolerada o incluso fomentada, aunque conduzca a jornadas laborales mucho más extensas que las que se podrían hacer dentro de una sola empresa. No se pueden hacer 11 horas en una empresa, pero sí 8 en una y 3 en otra. No se puede incumplir el descanso de 12 horas con el mismo empleador, pero sí si se cambia de patrón. Estas paradojas reguladoras ponen de manifiesto una concepción parcial e incompleta del bienestar laboral.
Ante esto, hay que repensar el marco legal y el debate social. Se necesita una mirada integral, que tenga en cuenta la diversidad de situaciones laborales y que reconozca la realidad del mercado de trabajo actual: Mientras no se aborden la regulación de la pluriocupación, los derechos de los autónomos y la flexibilidad horaria real (no sólo la reducción), se perpetuarán las mismas desigualdades.
La verdadera conciliación requiere replantear el sistema laboral en lugar de ajustar sus piezas de manera aislada. Sólo así las políticas públicas podrán estar a la altura de los retos reales que afrontamos.