Financiación de Catalunya: nunca tendrá solución (y 2)

El titular más adecuado que he leído estos días sobre la financiación de Catalunya lo ha publicado el diario ElNacional.cat y decía "Aragonès saca a pasear la financiación para desgastar a PSC y Junts". Me parece especialmente acertada la idea de "sacar a pasear" porque implica que en un momento determinado volverá a casa y no se hablará más de ello, hasta la próxima salida. La idea va en línea con lo que les explicaba la semana pasada. El tema de la financiación es algo que, de forma recurrente, aparece en portadas, se organizan tertulias -las patronales y las escuelas de negocios son especialistas-, todo un conjunto de debates que caracterizan a los países meridionales en vías de desarrollo. Es decir: inconsistencia y pereza para hacer frente a los problemas.

Hasta hace algún tiempo yo calificaba todo esto que nos sucede con nuestros impuestos -ese 8%-10% del PIB que pagamos y no vuelve- como "saqueo". El profesor Guillem López Casasnovas me hizo darme cuenta de que no es exactamente eso. Él utiliza con acierto la palabra "drenaje". Vista la actitud de los catalanes, me parece el calificativo más apropiado y coincidente con la realidad, con la consecuencia de nuestros actos.

"La opinión pública social catalana se ha convertido mayoritariamente en un conglomerado que piensa que Catalunya debe ser una suerte de Open Arms de vocación transversal"

La semana pasada defendía que España nunca dejaría marchar una mina como la catalana por el simple hecho de que, de lo contrario, España es insostenible si quiere mantener el nivel de vida, digamos, "holgado" -sobre todo si consideramos el esfuerzo que se le ha dedicado- al que se la acostumbró tras la Transición y la adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea. Pero, además, el resto de España sabe perfectamente que nosotros de todo esto nunca haremos un causus beli. Trataré de explicarlo.

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Lo que se conoce como empresariado catalán, de hecho, no lo es. Pero está incrustado en las patronales y otras organizaciones eminentemente barcelonesas -atención, no barcelonines, sino barcelonesas- y no representa verdaderamente al empresariado del territorio. Aquel que mantiene el país. Los representantes institucionales del empresariado catalán, estos empresarios apócrifos de los que les hablo, encabezan unas organizaciones que controla Madrid -son la otra cara de los sindicatos-. Esta gente, poca, junto con otros empresarios de bufete y ejecutivos fundamentalmente, como digo, barceloneses, mantienen estrechos negocios con Madrid, con el resto de España, quiero decir. De vez en cuando hacen ver que gritan -"¡ahora me oirán!"- y organizan estas amenas tertulias que antes se hacían en las Planas y ahora se hacen en Esade o en el Iese, o en Sitges, etc. y que sirven para hacer ver que están indignados -"¡quién se han pensado que somos!"-. Después, cuatro viajecitos en el AVE -este tren de alta velocidad que es todo, menos español- a ver al socio -a veces, amo- de Madrid y todo vuelve a la normalidad.

"Cualquier causa merece solidaridad menos la nuestra. ¿Reclamar que nos devuelvan un dinero que ayuda a los pueblos de España a vivir mejor? ¡Mon Dieu!"

Si dirigimos nuestra mirada hacia los políticos, la situación no mejora. Solo varían los intereses. Catalunya hace años que está gobernada, al menos mentalmente, por el progresismo postfranquista que se basa en determinados principios que también han contribuido, de paso, a desmembrar la sociedad civil catalana. Nos han convencido de que hacer negocios, comerciar y reclamar el dinero que es tuyo está mal visto. La opinión pública social catalana se ha convertido mayoritariamente en un conglomerado que piensa que Catalunya debe ser una suerte de Open Arms de vocación transversal. Cualquier causa merece solidaridad menos la nuestra. ¿Reclamar que nos devuelvan el dinero que ayuda a los pueblos de España a vivir mejor? ¡Mon Dieu! La realidad es que el norte de Italia es digno heredero de su pasado y lleva el mercantilismo en la sangre. Nosotros lo hemos perdido.

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En medio queda el contribuyente, el que paga el asado a los dos grupos que he mencionado y que no posee ningún tipo de información que se considere válida, ni tampoco se le motiva. La Generalitat hará cuarenta mil anuncios diciéndonos que en verano vayamos a la sombra -algo que mi perro sabe perfectamente- pero nunca hará propaganda informándonos de dónde va a parar nuestro dinero. Incluyendo los que se van y no vuelven. Y lo digo con conocimiento de causa: lo he hablado con dos consejeros de economía y me han dicho que era verdad, que habría que hacer propaganda al respecto. Pero no han hecho nada al respecto.

"La Generalitat hará cuarenta mil anuncios diciéndonos que en verano vayamos a la sombra -algo que mi perro sabe perfectamente-, pero nunca hará propaganda informándonos de dónde va a parar nuestro dinero"

En resumen, la sociedad catalana protestará porque la sanidad va mal - ¡en un ataque de osadía, si es necesario, incluso aplaudirá desde el balcón de casa! -, se quejará de la falta de medios en educación, o de la falta de agua, pero nunca asociará el hecho de que las cosas que recibe del sector público cuestan dinero y que no hay suficiente en la caja. A pesar de pagar los impuestos más altos de España. Nunca relacionará que tal vez los recursos son limitados, entre otras cosas, porque el Estado español, con nuestra condescendencia, nos drena fiscalmente. No ha sido educada para pensar en eso.

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