Informe PISA. ¡También es la gestión, estúpido!

Cuando hace veinte años publiqué un libro (Ni som ni serem) donde criticaba el sistema educativo catalán, merecí todo tipo de improperios. Me parecía que el sistema no funcionaba. Y lo deduje escuchando y leyendo lo que decían y publicaban los maestros y otros expertos. Y, además, hablaba con gente y, quien más quien menos, estaba escalivat. Con esto quiero decir que para descubrirlo no necesité tener dotes de Hercule Poirot, ni de Jules Maigret, porque nada estaba enmascarado o escondido. Es una característica del país. Se sabe que hay carencias en un determinado tema, pero nadie abre un debate crítico. ¿Comodidad? ¿Cobardía? Ahora mismo ha empezado, solamente empezado, a hablarse de inmigración, bajo riesgo de ser tildado de cualquier inconveniencia.

La conclusión a la cual llegué respecto de nuestro sistema educativo se basaba en un principio básico: un sistema nunca puede ser mejor que los individuos que lo componen. Y sostenido por otro principio, laico, que asegura que los milagros no existen. No debía de ir tan equivocado, puesto que me invitaron un par o tres de veces a debates y mesas redondas para hablar del tema. Recuerdo que en una de estas mesas redondas, con expertos y profesionales del sector, la mitad de los asistentes quedaron asombrados cuándo, caricaturizando la situación, dije que yo solamente confiaría en el sistema en el momento en que el director de una escuela le pudiera decir a un maestro: "Mañana no vuelvas. Estás despedido.".

"Se sabe que hay carencias en un determinado tema, pero nadie abre un debate crítico"

Toda esta introducción toma importancia porque a partir del terremoto generado por el informe PISA hemos podido leer y sentir varios comentarios y opiniones. Todos apelan a temas técnicos y de difícil análisis y sobre los que no se puede echar la culpa: herramientas, métodos, horas, etc. No hay responsables, como siempre. Pero el verdadero problema lo veo yo en la gestión de los centros y en la inspección correspondiente.

Ser gerente de una cosa -ni que sea pequeña- requiere capacidades de gestión que no todo el mundo tiene. No significa ser mejor ni peor. Hay gente capacitada naturalmente para ser dibujante, médico, ingeniero, abogado, etc. Tendrá que tener la formación correspondiente, seguro. Pero, antes, tiene que disfrutar de unas dotes naturales que lo califiquen para ser un buen profesional. Lo mismo sucede con la profesión gerencial.

Més info: PISA y nosotros

El mejor director de un hospital no es el mejor cirujano o médico. Tampoco una empresa automovilística nombra sus gerentes basándose en quién es el mejor ingeniero. Todo esto es cierto, pero lo que no hacen nunca es nombrar un individuo temporalmente, de forma más o menos asamblearia, que ejercerá por turnos -como el presidente de una escalera de vecinos- para, después, volver al trabajo con los "compañeros".

Porque un gerente difícilmente tiene "compañeros" en el sentido corporativo del término. A menudo tiene que ser desagradable y poder decirle a alguien: "Estás despedido". Pues bien, todo esto nuestro sistema educativo lo ignora olímpicamente. Lo que digo no es ninguna sorpresa y los que trabajamos en el mundo empresarial lo asumimos como básico y lógico. Pero no parece que nuestro sistema educativo lo entienda. Una escuela es una empresa donde su cuenta de resultados fundamental es la calidad con la que sus alumnos salen formados. Una empresa donde el socio capitalista puede ser un particular o el estado, poco importa.

"Ser gerente de una cosa -ni que sea pequeña- requiere capacidades de gestión que no todo el mundo tiene"

Pero una empresa a la cual hay que tomar la temperatura de su gestión de manera constante. Una empresa a la cual hay que definir como buena o mala, o más buena o más mala que la del lado. Pensar que el fracaso que ha destapado PISA es puntual -ignorar que se arrastra y se incrementa desde hace años- y que depende solamente de tecnicismos profesionales, que el sector, aislado, solucionará, es ingenuo y, según como, malintencionado. Tanto como dejar que los problemas estructurales de una empresa automovilística los solucionen los ingenieros de las fábricas.

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