Este lunes empieza en París la 21a Cumbre
sobre el Cambio Climático.Desde la célebre cumbre de Kyoto del 1997 no se han producido muchos adelantos –más bien retrocesos- en los compromisos internacionales para reducir la emisión de CO2 y el resto de gases que generan el calentamiento acelerado del planeta. Aun así, en un aspecto no despreciable sí que hemos avanzado. Hoy ya prácticamente nadie, tanto en el ámbito científico como en el político o mediático, pone en entredicho
el origen humano de este sobreescalfament y la necesidad de frenarlo. Podemos decir que el relato del cambio climático se ha impuesto a escala global, condición necesaria pero no suficiente para abordarlo con éxito.
Ahora, pues, estaríamos en la fase que, a pesar de reconocer la gravedad creciente de la situación y la urgencia de actuar,
cada cual –países, empresas, ciudadanos- intenta escabullirse de sus responsabilidades y que el esfuerzo lo asuman los otros. Desde Europa hablamos a menudo de la carencia de colaboración de una China que aumenta el consumo de carbón –la única fuente de energía convencional propia- de manera exponencial para generar la electricidad que requiere su crecimiento acelerado. O de los Estados Unidos, donde a pesar de los esfuerzos de
Obama, los estados con importantes explotaciones también de carbón se oponen firmemente a la asunción de compromisos ambientales relevantes.
Todo ello es cierto, pero habríamos también de mirar hacia casa nuestra. Tres casos recientes
nos ejemplifican las dificultades internas que el nuevo paradigma de una economía libre de emisiones de carbono tiene que superar para ser una realidad irreversible. El primero y muy obvio es el de Volkswagen
y su fraude en las emisiones de sus vehículos. Primero, reconocidas con el NOx, que no tiene efectos climáticos pero que a corto plazo es todavía más nocivo para la contaminación atmosférica y la salud de las personas.
Pero, después, el fraude también se ha reconocido en las emisiones de CO2, en que las subvenciones que muchos estados occidentales han ofrecido a los vehículos poco contaminantes han sido una tentación demasiado fuerte porque Volkswagen, una vez el camino del fraude abierto, se abstuviera también de hacer trampas. El temor que el de Volkswagen no sea un caso aislado dentro de la industria automovilística ya
ha hecho anunciar en el Gobierno español una inspección generalizada de todas las marcas que anunciando unos bajos niveles de emisión de CO2 se han beneficiado de las subvenciones públicas. Todo ello, pues, como si estuviéramos haciéndonos trampas al solitario.
Ya hemos hablado
en esta columna del llamado impuesto al sol que el Gobierno español
acaba de aprobar para grabar el autogeneració y el autoconsum de energía y como esta decisión va en contra de cualquier compromiso elemental en favor del medio ambiente y sólo vela para garantizar la máxima actividad de las instalaciones de generación eléctrica convencionales, altamente sobredimensionadas. Ahora, ha trascendido el estudio que el
Boston Consulting Group (BCG) hizo para el Gobierno en relación con el impacto del autogeneració. Según esta prestigiosa consultora internacional,
la autogeneració podría llegar en pocos años al 10% del consumo total si no seponía ninguna penalización. Una amenaza demasiado grande para los intereses de las grandes compañías energéticas, de forma que, con la regulación aprobada por el Estado, el mismo BGC prevé que esta penetración se limitará al 1%.
Y para acabar, otro viejo conocido de esta columna,
Repsol, que –igual que todas las grandes petroleras - ha anunciado una reducción sustancial de sus beneficios y una fuerte depreciación de sus activos. Por un lado, la caída del precio de petróleo actúa directamente sobre los beneficios, pero el que resulta más preocupante para los intereses de las petroleras a medio plazo es que
las reservas en los yacimientos que tiene para explotar también caen radicalmente de valor porque, con el nivel tecnológico actual, los costes de extracción son demasiado elevados para hacer rentable la explotación en un mercado bajista.
De hecho, ya hay quién dice que estas reservas de más difícil extracción se acabarán para dejar en el subsuelo si el nuevo paradigma de una economía baja en carbono se impone y que una de las razones porque la Arabia Saudí y los países del Golfo han forzado la caída de precios es
para poder eliminar competidores con costes de extracción más elevados que los suyos y así asegurarse que explotan hasta el máximo los recursos petrolíferos de que disponen antes de que la demanda caiga definitivamente por las restricciones climáticas.
Y se non è vero, è bien trovato. Todo el mundo se posiciona ante la emergencia inevitable de una economía baja en carbono. Unos para mirar de retardar la transición, los otros para mirar de sacar el máximo de beneficios de esta transición y del nuevo paradigma que se acerca.